Rain

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Las gotas de agua caían sobre la ciudad con insistencia, mientras el viento sacudía los árboles y todo lo que estaba a su alcance.

Apoyándose contra la dura y húmeda pared, Isogai miró al cielo con impaciencia, esperando a que esas nubes grises se disiparan pronto. Miró hacia el lado para encontrarse con los ojos miel de Maehara, el cuál le dirigió una sonrisa. Solo pudo responderle con una mueca de enfado para después suspirar con pesadez.

Habían salido del edificio de la clase E como todos los días, pero ninguno de los dos (al igual que muchos de sus compañeros) se había fijado en el mal tiempo que hacía, además de que muchos habían ignorado a sus padres y a las advertencias de llevar un paragüas, por lo que así habían acabado. Tras haber recorrido medio camino hacia sus casas, ambos fueron sorprendidos por la lluvia y finalmente estaban empadados y resguardándose de la lluvia bajo un toldo de una pequeña tienda que había por esa calle tan poco concurrida.

-Maldita lluvia.- Masculló Maehara de mal humor.

Isogai solo pudo asentir ante eso y quedarse pensativo. Si seguía lloviendo así no sabían cuánto tiempo se quedarían bajo ese toldo y no le gustaba la idea de tener que pasar su día libre de esa forma. Aunque sabía que el que peor lo tenía era su amigo, pues su casa estaba mucho más lejos y a este paso tal vez ni llegara. Un pensamiento cruzó por la mente del pelinegro y por más que intentó ignorarlo se hacía más insistente a cada segundo. Su madre se había ido de viaje con sus hermanos y estaba solo en casa, tal vez no estaría mal que su amigo se quedara a dormir ¿No? Después de todo estaba lloviendo bastante y no parecía que iba a mejorar, su casa estaba más lejos y no sería la primera vez que se queda a dormir.

Pero había un problema.

-¿Quieres quedarte hoy en mi casa?- Preguntó intentando disimular su nerviosismo.

Un problema imposible de ignorar y que le había estado molestando desde hacía bastante tiempo.

-"Por favor, dí que no..."- Pensó mientras miraba al suelo esperando una respuesta del rubio.

Maehara se quedó callado mientras miraba la lluvia con aire pensativo. No es como si le hubieran preguntado algo realmente difícil y aún así parecía dudoso de contestar. Eso no tenía por qué ser así. Pero cuándo Isogai ya daba por sentado que la respuesta sería negativa, el rubio se giró y sonriéndole con alegría asintió con la cabeza, no necesitaba hacer más, se entendían de esa forma.

Y ahí estaba.

El gran problema.

Aquello que le hacía girar la cabeza hacia otro lado mientras rezaba para que el otro no se diera cuenta de la expresión que tenía. Las ganas de sonreír, las mariposas en el estómago, la calidez en el pecho y el leve sonrojo que había tintado sus mejillas sin pretenderlo.

El problema no era Maehara, si no lo que le hacía sentir.

Porque el hecho de que su propio cuerpo hubiera respondido así solo con una sonrisa y un asentimiento de su parte, le asustaba. Le asustaban sus pensamientos, el cómo y el por qué había llegado a aquello y lo que era peor, le asustaba que su amigo se diera cuenta de lo que le pasaba. Porque no había sido hasta hacía unos meses, en el que se dió cuenta de lo dependiente que se había vuelto de él. Fue de forma gradual, un día se le pasó por la cabeza y poco a poco se percató de que lo que pensó no era una idea tonta o una suposición. Se dió cuenta de lo mucho que necesitaba que Maehara le sonriera o le saludara por las mañanas para estar de buen humor todo el día, que le tocara el hombro como solía hacerlo para esforzarse al máximo respecto al asesinato, respecto a los estudios, respecto a todo. Porque fue hasta hace poco que se dió cuenta de que un amigo no debería pensar, ni sentirse así por otro. Para él era normal, porque siempre había sido así alrededor de Maehara, le gustaba estar con él, disfrutaba de su compañía, sus risas, sus estupideces y la forma amable en la que le trataba. Pero sabía que Maehara no era lo mismo que Sugino o Nagisa o incluso Karma, Maehara era diferente de todo el mundo y cuándo se dió cuenta de ello, se preguntó el por qué. Como es que él era diferente de sus demás amigos. Y no fue hasta hace nada, cuándo Kayano exclamó con ternura "Realmente sois buenos amigos." que se dió cuenta de que la palabra "amigo" no encajaba del todo con la imagen que tenía del rubio. Porque un amigo no se ruboriza, no intenta controlar los latidos de su corazón a escondidas, no se queda prendado del otro en cualquier momento y no le mira de reojo en los vestuarios.

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