El poeta inglés lord Byron fue un genio excéntrico que decidió que en su vida no podían faltar los animales. Así, contó con la compañía de caballos, monos, águilas gallinas de Guinea, tejones, gansos, grullas egipcias, cuervos, pavos reales, halcones e, incluso, un oso.
Este último protagonizó una extraña historia junto al poeta cuando se trasladó a estudiar a la Universidad de Cambridge. En dicha universidad no estaban permitido los animales domésticos. Lord Byron consideró que, por lo tanto, no podía llevarse con él a un perro, Pero decidió introducir un oso, ya que este no podía ser considerado precisamente un animal doméstico.
Aunque convivió con los más raros animales, con que siempre tuvo siempre más afinidad fue con los gatos. Byron compartió su vida con cinco gatos con los que viajaba a todas partes. Intentaba no separarse nunca de ellos, así que mucha gente los conoció. Sin embargo, a pesar de ser tan famosos, los nombres de estos gatos nos resultan desconocidos. Bueno, no el de todos, ya que las historias de dos de esos felinos han llegado hasta nuestros tiempos, y con ellas, sun nombres.
Uno de los gatos a lo que más amó Byron fue Beppo. Para demostrarlo, el poeta escribió un poema al que tituló con el nombre de su gato. Mucho tiempo después, Lorge Luis Borges cambiaría el nombre de su querido Peppo por el de Beppo, en honor al histórico felino.
Boastwain es el otro nombre que ha llegado hasta nosotros, aunque por un motivo muy diferente. Byron amaba con locura a este gato, pero enfermó de rabia y murió. Al enterrarlo, el poeta utilizó como epitafio estos versos:
Aquí reposan los restos de una criatura Que fue bella sin vanidad Fuerte sin insolencia, Valiente sin ferocidad, Y tuvo todas las virtudes del hombre Sin ninguno de sus defectos.
La lección de Boastwain
El ser fuerte, bello o poderoso se reconoce en que no necesita exhibir sus virtudes. En cambio, es propio de débiles compararse enfermizamente con los demás, hacer ostentación y buscar el reconocimiento externo. La verdadera fuerza debe ser invisible a los ojos ajenos