Pareidolia

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"El verdadero amor comienza después de la decepción."

Muñoz, N. (2013)



Cuando su móvil vibró en el bolsillo supo que todo había acabado, que las cosas debían estar lo suficientemente mal como para que alguien se molestara en llamarlo a esa hora.

Recibió la noticia con parsimonia mientras su compañero lo miraba con duda. Lo había estado viendo así desde que se encontraron en la mañana, sus ojeras y su falta de entusiasmo era demasiado para cualquier persona que lo conociera por más de una semana.

Cerró los ojos y le dio una calada al cigarro. Exhaló. Escuchó el viento meciendo las hojas de los árboles y detrás de sus párpados se pintó la oscuridad de estrellas titilando de forma incandescente. Estrellas fugaces que se desplazaban por el espacio y creaban la más preciosa de las sonrisas, porque recordaba perfectamente la forma en que sus abultados labios se curvaban y brillaban, como astros en la negrura infinita del universo.

Y pensó que él siempre fue así, siempre fue la luz en medio de la oscuridad, como un rayo de esperanza rompiendo la monocromática profundidad de su existencia sumida en sombras y soledad. Pero en ese momento su sentencia estaba dictada y su cuerpo estaba muerto. En ese momento, su corazón no latía y temía que su sonrisa hubiera desaparecido para siempre, temía no tener la oportunidad de volver a contemplarla. Porque pasaron años desde su último adiós, años en los que sus sentimientos se fueron extinguiendo con una parsimonia desesperante, pero él no podía olvidar su sonrisa y los estragos que le causaba en el cuerpo el solo hecho de contemplarla a la distancia. Y ya no recordaba el sabor de sus besos o el tacto de su piel, tampoco recordaba el sonido de su voz ni el tintineo de su risa histérica, pero recordaba perfectamente su sonrisa, porque amaban observar el cielo juntos y él siempre creyó que ninguna estrella brillaba igual, que ninguna imagen fantasiosa creada por los astros se comparaba a su belleza.

Y no se dio cuenta, pero las lágrimas corrían por sus mejillas y los sollozos sacudían su pecho. Porque YoungJae podía seguir viviendo con el conocimiento de que, en alguna parte del mundo, bajo el mismo sol, DaeHyun seguía viviendo, respirando y riendo. Pero ¿qué se suponía que debía hacer si él no estaba, si ya no respiraba ni su corazón palpitaba? ¿Qué vida debía llevar ahora que esa sonrisa se había apagado tan trágicamente?

Recordó la primera vez que lo vio, recordó el estremecimiento que lo sacudió con violencia y le erizó la piel, como si un giro del destino estuviera despertando a su alma, la que se estaba marchitando con cada respiración.

Tenía apenas dieciséis años y era un adolescente emocional hundido en el mar de la angustia y el miedo infundado a la existencia. Estaba cansado de la nada, de la falta de emoción que él mismo le había dado a su vida, por lo que se obligó a seguir los pasos de sus amigos a través de los oscuros callejones de Seúl en una noche sofocante de primavera, quienes lo llevaron hasta un bar bohemio oculto en la oscuridad bajo los rieles abandonados de una vía ferroviaria.

El humo llenaba el lugar y sentía que moriría asfixiado por la falta de oxigeno, odiaba el aroma del cigarro y la idea de que su ropa se impregnara con las cenizas simplemente le repugnaba, nunca había fumado y no comprendía las razones por las que las personas decidían matarse poco a poco con esos tubos de cáncer.

Llevaba dos horas en el lugar, y lo sabía con certeza por que había contado cada uno de los minutos que habían pasado desde que atravesó el umbral del lugar hasta que las luces se apagaron completamente y solo pudo ver frente a sí la imitación más fiel y perfecta de un cielo estrellado. La pared estaba cubierta de pequeñas luces LED que hacían de estrellas titilando, suavemente cambiando de colores, mientras que iluminaban la pared pintada con tinta fluorescente que simulaba nebulosas en el fondo, formando pareidolias fantasiosas de objetos preciosos en medio de la predominante oscuridad del espacio, frente a aquella maravillosa imagen, la figura a contraluz de un hombre se iluminaba etérea y tenuemente.

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