El periodista y el obrero

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Hubo una vez un rinoceronte casado con un pájaro picabueyes. El rinoceronte era un buen hombre, o más bien un buen animal: todos los días se despertaba a las ocho en punto, se preparaba un buen café y se sentaba en su escritorio ante su máquina de escribir, que junto al silencio, era su mejor compañera de trabajo. Escribía para un periódico local, sobre todo, artículos de opinión. Era un animal conocido por todo el vecindario por su gran criterio y bondad, y sus artículos eran leídos y comentados por críticos de gran prestigio. A pesar de ello, el rinoceronte no cambiaba su punto de vista cuando a una jirafa celosa le apetecía decir cosas malas de sus artículos, o cuando su suegra le decía que no compartía su forma de ver un tema en cuestión. La imagen que quería dar al mundo era la de alguien confiado y respetuoso, así como culto, sutil y educado, y conseguía darla.

Ahora cambiemos de punto de vista. Su pareja, un pájaro picabueyes, era tan independiente como podía serlo el propio rinoceronte. Era obrero, y sus principales trabajos consistían en ayudar a transportar materiales de excavación para madrigueras de suricatas. Era un empleo arduo, pero idóneo para él; le gustaba el ruido de las excavaciones, el ambiente de compañerismo entre jornaleros y el trabajo en equipo.

Estaban hechos para estar juntos, y literalmente, no podían vivir el uno sin el otro. Bien era conocida por todo el mundo la necesidad mutua de esas dos especies; los rinocerontes eran un gran atractivo para garrapatas, tábanos y otros insectos, y los pájaros picabueyes se alimentaban de ellos. Todas las noches, nuestros dos protagonistas se sentaban ante la luz de un fuego, uno a desparasitarse y el otro a alimentarse, y así se mantenían vivos y se ayudaban de forma mutua.

Sin embargo, tenían dos problemas. El primero es que, a pesar de lo mucho que se querían y respetaban, no se entendían. El rinoceronte no soportaba escuchar las groserías que soltaba el picabueyes por el pico, ya que era un animal muy refinado y estaba acostumbrado a un vocabulario menos insultante. Sin embargo, lo respetaba, ya que pensaba que aquella forma de hablar se debía a su ambiente de trabajo. Por otra parte, el picabueyes odiaba lo maniática que era su pareja. Su orden, su silencio y su extrema educación incluso en su propio hogar le resultaban incomprensibles, aburridas. Lo que antes había sido puro amor a pesar de haber sido un matrimonio concertado, había resultado en respeto mutuo e incomprensión a medida que habían pasado los años. Era un panorama desolador.

El segundo problema se debía a la naturaleza del picabueyes. Todos creen que el rinoceronte y el pájaro viven cómodamente el uno con el otro, y así era al principio, pero hacía mucho que había dejado de serlo. El pájaro le hacía heridas al rinoceronte al desparasitarle, pero no solo eso, sino que además las picoteaba para mantenerlas abiertas; porque su gran secreto era que adoraba el sabor de la sangre. Al principio procuraba no hacerlo, pero la confianza y el descuido de su relación derivaron en que al obrero no le importara hacerle daño a su marido siempre que pudiera valerse de sus heridas y convencerle de que, en realidad, le estaba ayudando.

El rinoceronte no decía nada. Las heridas eran más profundas día tras día, y empezaron a escocer hasta el punto en el que dormía en otra posición para no apoyarlas sobre la cama. Un día se levantó, con la parsimonia del que se incorpora con dolor, y decidió que aquello no podía ser así. Quería a su pareja, pero no seguiría soportando aquello ni una vez más. Lo único que le preocupaba era no poder sobrevivir sin él. ¿Quién se desharía de sus parásitos cuando lo necesitase? ¿Supondría aquello su fin? Le dolía verse entre dos opciones: ser devorado por insectos o por la persona a la que amaba. Pero hizo lo mejor que pudo haber hecho, no aceptar ninguna de las dos, dejar al animal con el que había convivido toda su vida. Amar no es soportarlo todo.

Lo importante de esta historia es tomar su moraleja: no es imposible vivir sin alguien en tu vida, aunque en un principio pudiera parecerlo. El amor une, pero también puede unirte con alguna otra persona que no te produzca heridas que no lleguen a sanar.

Ah, pero, ¿que decís? ¿Que queréis saber qué pasa con nuestros dos personajes? Bueno, si insistís, no puedo negarme.

El rinoceronte se acercó a una farmacia cercana y consiguió un eficaz repelente de insectos, y disfrutó viviendo tranquilamente entre tazas de café y hojas de periódico.

El picabueyes, aprovechando que nada le unía a nadie, disfrutó de la vida como creía que ya no podía hacerlo. Además, descubrió que era mejor y más emocionante conseguir su comida del exterior, y disfrutaba alimentándose a la luz del sol, no a la de un fuego.

De hecho, de este final podemos sacar una segunda moraleja: no creas que dependes del amor romántico. Para algunos, vivir sin ataduras es la mejor forma de hacerlo.


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⏰ Última actualización: Dec 28, 2015 ⏰

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