El barco que dejó de volar

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Lo primero que vio Raphael Harlow fue su espalda, tan blanca y esbelta que parecía que estaba tallada en mármol. Lo segundo fue su brazo izquierdo mecánico, el cual contrastaba con su piel por su color dorado, pero aún así, finamente trabajado y con cada engranaje funcionando a la perfección en una hermosa sincronía. Tenía el cabello castaño recogido en un moño, y sus pies desnudos jugueteaban en el agua del río, salpicando las piedras donde estaba sentada.

Esa fue la única vez que la vio. Y la primera en la que se enamoró, a sus catorce años. Ahora, tres años después, yacía en una cama, con un defecto en el corazón y con la esperanza de salvación mermando, soñando con reencontrarla una vez más antes de partir.

El corazón temporal rechinaba en su pecho, quejándose por lo precaria de su construcción. Raphael llevó una mano al bolsillo del pantalón y acarició con los dedos aquel engranaje dorado que ella había perdido cuando le asestó de forma certera una pedrada en la cabeza.

Y rezó para que el barco "Nueva Esperanza" llegara a tiempo.

Un trueno resonó por todo el camarote y Joey despertó abruptamente con un sobresalto

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Un trueno resonó por todo el camarote y Joey despertó abruptamente con un sobresalto. Miró el ojo de buey con sus orbes verdes desmesuradamente abiertos y la respiración entrecortada por el susto. Más allá del vidrio se podía ver la lluvia que se arremetía con fuerza sobre el babor del barco.

Soltó una maldición y bajó de la cama con apenas una camisa y un pantalón corto con tiradores, saliendo al pasillo con los pies descalzos. El miedo comenzaba a apoderarse de su cuerpo, apenas podía coordinar los pies mientras corría por el pasillo. El piso de madera pulida estaba mojado, algo que era realmente una mala señal si se iba a bordo de un barco como el "Nueva Esperanza".

Cuando finalmente salió al exterior sin resbalarse, se encontró con un caos. El viento se arremolinaba en las velas, inflándolas, enrollándolas y arrancándolas, mientras que la lluvia no daba tregua sobre sus cabezas. Todos los tripulantes estaban allí, luchando tenazmente contra el clima en un intento de recoger las velas y evitar quedar a la deriva, pero nada de eso estaba resultando.

Un rayo cayó sobre el mástil y lo partió en dos, como si de un cuchillo invisible se tratase, y Joey oyó el grito desesperado de alguien que se precipitaba al vacío. Se le heló la sangre con sólo pensar cuántos de sus camaradas habían ya perdido la vida.

En medio de la vorágine, miró hacia todos lados buscando al capitán, pero no lo veía por ninguna parte. Volviendo a maldecir, se volvió y su mirada se encontró con Tim, un tipo alto y de piel morena que giraba frenéticamente el timón del barco, pero este iba sin rumbo, ignorando los esfuerzos del hombre. Se dirigió hacia él a pasos firmes, sintiendo que los pies se le helaban en el agua que le llegaba ahora hasta los tobillos. La lluvia golpeó con fuerza el rostro de ambos como pequeñas agujas, y Joey tuvo que gritar para hacerse oír por encima de la tormenta.

—¿Dónde está el capitán?

Tim rechinó los dientes cuando el timón giró en sus manos de forma descontrolada.

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