Era una mañana como otra cualquiera, Alison, una niña de diez años, con un pelo castaño, ondulado, le caía por la espalda, su piel blanca con las mejillas sonrosadas siempre le proporcionaba piropos de todo aquel que se acercara a hablar con sus padres, que a ella le resultaban incómodos, unos labios un tanto carnosos y con un curioso color no del todo rojo destacaban en ella, acababa de despertarse, como todos los días, seguido de aquel desayuno que siempre llenaba la casa de ese olor a pan recién tostado, zumo de naranjas del jardín, y café (aunque su sabor le resultaba horrible).
Al llegar a la cocina, una estancia más amplia de lo convencional, decorada con muebles de madera clara con tiradores dorados, cocina de fogones quizá demasiado grande para el uso que entonces recibían, en ella destacaba una mesa central de madera de caoba con sillas talladas y tapizadas con el mismo estampado dorado que las cortinas de aquel lugar, vio que estaban todos allí, mamá de pie terminando de preparar el desayuno, alta con un pelo corto castaño muy parecido al de Alison, sus ojos de un tono verde oscuro iluminaban su cara, a pesar de parecer querer esconder algo, unos labios menudos esbozaban una sonrisa, papá sentado en en la silla más próxima a la ventana disfrutaba del café recién preparado, con el periódico de aquel día a su lado dispuesto a ser leído, sonreía ampliamente al ver que su pequeña había despertado un día más,tenía los ojos azules más incluso que un cielo de verano y el cabello de un pelirrojo algo inusual recordaba la juventud aún presente en él, y su abuelo un hombre ya menudo por el paso del tiempo, por haber vivido miles de aventuras presidía la mesa, con su poblado bigote canoso que, a pesar de que escondía la mayor parte de su boca, no era capaz de disimular la menor expresión que sintiera; sin duda alguna lo que más le gustaba de su aspecto eran sus ojos, ya que afortunadamente su nieta los había heredado, de un verde claro y un tamaño mayor que el de la mayoría y un brillo nunca visto en una mirada, aquel con el que pasaba largas horas frente a la chimenea del salón con el mismo libro día tras día.
No era una mañana distinta a las demás, Glacetown, un pueblo situado en las montañas, en el cual todo el mundo se conoce y se ayuda, con una gran historia escondida en todos sus muros contada por aquellos que la vivieron se mantiene con vida gracias al recuerdo de tanta gente, como siempre estaba todo cubierto por una gran capa de nieve en la cual Alison pasaba largas horas con sus vecinos y amigos, y ese día no iba a ser distinto.
Sin apenas darse cuenta llegó la hora de comer, comida que se retrasó hasta que Alison se había cambiado y sentado a la mesa. Cuando comenzó el festín pensó que nunca había probado nada tan delicioso como la comida de ese día, desde el primer plato hasta aquel postre, tarta de chocolate, su favorita. Todo era perfecto para ella, sobre todo su tan ansiada tarde junto a su abuelo mientras él le leía su libro, en su viejo sillón de piel junto a la chimenea, situada en su magnifica biblioteca cuyas estanterías de una madera oscura casi invisibles gracias a los centenares de libros que las ocupaban, un lugar que encerraba magia posiblemente no del modo literal de esta palabra, era la mejor manera de pasar las vacaciones que se pueda imaginar.
- Alison, princesa ¿puedes traer el libro?
-Por supuesto -Su voz sonaba con la mayor ilusión que una niña pudiera tener- no sé porqué mamá no me deja cogerlo.
-Alison no lo cojas, te he dicho mil veces que me lo pidas a mi, no quiero que lo toques -parecía que su madre tenía un sensor que la avisaba cuando Alison se acercaba a aquel libro.
-¿Pero por qué no me dejas? No lo entiendo.
- Te lo he dicho un millón de veces, no puedo decírtelo. Y tú papá, no entiendo porqué sigues leyéndole ese libro, sabes que el saber de su existencia no le traerá nada bueno.
Tenían esta discusión todos los días, pero todos los días continuaba la historia escondida en aquel libro encuadernado en piel demasiado antigua pero en las mejores condiciones imaginables, Alison no sabía porqué ese libro, el más antiguo de la biblioteca según su abuelo se encontraba en mejor estado que cualquier otro y siempre que preguntaba la respuesta era "es que este libro es mágico" y su abuelo cogía su vieja pluma que decoraba el bolsillo de su chaqueta e imitaba el dibujo que produce una varita mágica, una exhibición que Alison siempre aplaudía e imitaba.
-Bien princesa ¿recuerdas por dónde nos quedamos ayer?
-¡Claro! El príncipe luchaba contra el dragón.
-Ah sí ya lo recuerdo... Bien continuemos.
Hubo una pausa, para darle emoción pensó Alison, pero al cabo de un tiempo se dio cuenta de que algo malo pasaba y fue a llamar a su madre.
Cuando llegó a la biblioteca mandó a Alison a su habitación. Desde allí veía la entrada, pero no podía escuchar nada de lo que pasaba en el resto de la casa. No se apartaba de la ventana, vio acercarse una ambulancia que recogió a su abuelo, quien le dedicó una sonrisa desde la camilla, mientras todo el mundo se movía de un lado para otro sin saber exactamente dónde ir.
Los días siguientes fueron cuanto menos raros, todos los vecinos pasaban a casa, en la cual sólo estaba Charles , el padre de Alison, a ella le encantaba pasar tiempo con él pero extrañaba a su abuelo, extrañaba su libro, ya que su padre, según él, no podía leerlo.
-Cariño esta tarde tengo que trabajar -dijo durante una comida, para nada especial - pero tranquila volveré para la cena, si quieres puedo decirle a la señora Olsen que venga.
-No hace falta papá, ya tengo diez años, puedo estar una tarde sola.
Él no contestó, sólo sonrío.
Estaba sola, ella sola con toda la casa para ella, incluida la biblioteca, incluido el libro. Por fin podría cogerlo, y leerlo tras casi una semana sin saber cómo terminaba la historia del príncipe y el dragón.
Pero al cogerlo el libro quemó sus manos, y lo dejó caer a la vez que se le escapaba un grito no por el dolor sino por lo inesperado de la situación. Pero Alison no cesaba en su intento de continuar la historia fue a la cocina, cogió unas pinzas y comenzó a pasar las páginas. "No puede ser " pensó "he estado junto a mi abuelo mientras leía y he visto sus páginas llenas de letras impresas e incluso anotaciones a mano, ¿por qué ahora no hay nada?".
Se escuchó un coche llegar a la entrada, justo a tiempo Alison dejó el libro en su estante, y salió a la puerta esperando ver a su abuelo al fin en casa.
Así fue, una silueta en el cristal se materializó en aquel anciano que le sonrió, sólo que parecía que había olvidado la sonrisa,pues sus ojos no tenían brillo alguno, incluso habían menguado. Saludó con un "hola princesa" y subió hasta su habitación con ayuda de Alice, su única hija.
Pasaron los días y le dieron a Alison la noticia de que pasarían unos días más en Glacetown le pareció estupendo, ya que era su lugar favorito por el momento.
Al cabo de un mes Alice despertó a Alison con lágrimas en los ojos. No habría más historias junto al fuego, no habría más "hola princesa" no habría más nada.
Tras el funeral recogieron sus cosas, cerraron la puerta y se marcharon.
"Hasta pronto" susurró Alison, pero descubriría que pronto es más tarde de lo pensado.