H. P. LOVECRAFT (1890-1937), uno de los más destacados cultivadores del relato de terror en el siglo XX, nació en la ciudad estadounidense de Providence. Abandonando los modelos clásicos del género, basados en fantasmas y apariciones, creó un universo de horror cósmico poblado por seres primordiales que poseyeron la Tierra mucho antes de que apareciera el hombre y que, desde el Exterior, pugnan por volver a apoderarse de ella. A él corresponde el papel más importante en la creación del ciclo narrativo de «Los mitos de Cthulhu», considerado ya un clásico del género.
EL HORROR DE DUNWICH
Howard Philip Lovecraft
Las Gorgonas, las Hidras y las Quimeras, las terroríficas leyendas de Celeno y las Arpías, pueden reproducirse en el cerebro de las mentes supersticiosas... pero ya estaban allí desde mucho antes. Son meras transcripciones, tipos; los arquetipos están dentro de nosotros y son eternos. De lo contrario, ¿cómo podría llegar a afectarnos el relato de lo que sabemos a ciencia cierta que es falso? ¿Será que concebimos naturalmente el terror de tales entes en tanto que pueden infligirnos un daño físico? ¡No, ni mucho menos! Esos terrores están ahí de antiguo. Se remontan a antes de que existiese el cuerpo humano... No precisan siquiera de él, pues habrían existido igualmente... El hecho de que el miedo de que tratamos aquí sea puramente espiritual -tan intenso en proporción como sin objeto en la tierra- y que predomine en el período de nuestra inocente infancia plantea problemas cuyas solución puede aportarnos una idea de nuestra condición previa a la venida al mundo o, cuando menos, un atisbo del tenebroso reino de la preexistencia.
CHARLES LAMB:
Witches and Other Night-Fears
I
Cuando el que viaja por el norte de la región central de Massachusetts se equivoca de dirección al llegar al cruce de la carretera de Aylesbury nada más pasar Dean's Corners, verá que se adentra en una extraña y apenas poblada comarca. El terreno se hace más escarpado y las paredes de piedra cubiertas de maleza van encajonando cada vez más el sinuoso camino de tierra. Los árboles de los bosques son allí de unas dimensiones excesivamente grandes, y la maleza, las zarzas y la hierba alcanzan una frondosidad rara vez vista en las regiones habitadas. Por el contrario, los campos cultivados son muy escasos y áridos, mientras que las pocas casas diseminadas a lo largo del camino presentan un sorprendente aspecto uniforme de decrepitud, suciedad y ruina. Sin saber exactamente por qué, uno no se atreve a preguntar nada a las arrugadas y solitarias figuras que, de cuando en cuando, se ve escrutar desde puertas medio derruidas o desde pendientes y rocosos prados. Esas gentes son tan silenciosas y hurañas que uno tiene la impresión de verse frente a un recóndito enigma del que más vale no intentar averiguar nada. Y ese sentimiento de extraño desasosiego se recrudece cuando, desde un alto del camino, se divisan las montañas que se alzan por encima de los tupidos bosques que cubren la comarca. Las cumbres tienen una forma demasiado ovalada y simétrica como para pensar en una naturaleza apacible y normal, y a veces pueden verse recortados con singular nitidez contra el cielo unos extraños círculos formados por altas columnas de piedra que coronan la mayoría de las cimas montañosas.
El camino se halla cortado por barrancos y gargantas de una profundidad incierta, y los toscos puentes de madera que los salvan no ofrecen excesivas garantías al viajero. Cuando el camino inicia el descenso, se atraviesan terrenos pantanosos que despiertan instintivamente una honda repulsión, y hasta llega a invadirle al viajero una sensación de miedo cuando, al ponerse el sol, invisibles chotacabras comienzan a lanzar estridentes chillidos, y las luciérnagas, en anormal profusión, se aprestan a danzar al ritmo bronco y atrozmente monótono del horrísono croar de los sapos. Las angostas y resplandecientes aguas del curso superior del Miskatonic adquieren una extraña forma serpenteante mientras discurren al pie de las abovedadas cumbres montañosas entre las que nace.