Querido diario, bueno, hola, no sé cómo empezar esto. Nunca he escrito o hablado sobre mi vida, me considero una chica bastante introvertida. No sé. Perdón, me llamo Idaila, tengo 19 años. Ya, no lo parezco. Bueno, empiezo. Mi historia empieza justamente en el día en que empecé a renacer. Antes prefiero no hablar de ello. No me veo aún con las fuerzas, pero algún día, toda mi historia quedará plasmada con tinta negra. Bueno, como decía, hubo un día en el que empecé a volver a ser yo. Sí, puede que un ser miserable pero era mi destino, era mi ser. Todo empezó con 14 años. Como lo recuerdo. Día lluvioso, bueno, otro día más. Yo estaba mirando por la ventana. Me encanta ver llover. Cada gota que caía me hacía sentirme pequeña. Y sí. Me gusta esa sensación. Siempre he odiado ser el centro de atención. Lo veía algo ridículo. Aunque algunas veces me hubiera gustado serlo, no sé, por ser aquello que nunca sería: una chica atractiva. Pero ese día iba a ser diferente. Ese día todo iba a cambiar. Empecé a andar hacia la clase. La odiaba. Siempre me tocaba al final del pasillo. La gente me miraba. Se reía. Miraban mis zapatos sucios de fango y esa ropa, que conseguía avergonzarme. Tardé dos minutos en llegar a la clase. Chica nueva. Por un momento me imaginé una amiga, una amiga de verdad. Pero, pensé. ¿Cómo una persona puede fijarse en un ser despreciable como yo? Y bajé de las nubes. En ese momento se acercó la chica y me saludó. Se llamaba Tamara. La empecé a envidiar. La miraba. Tenía unos ojos cálidos, con mirada transparente. Sus labios eran gruesos, color crema. Tenía una sonrisa perfecta. Le miré el pelo. Era claro y le traspasaba el pecho. Y vaya pecho. Debía llevar una 95. Era esbelta y con curvas donde tenían que estar. Tan contraria a mí. Pero, a pesar de todo, le respondí y agaché la cabeza. Fui al final de la clase y me senté a esperar a que las clases empezarán. Lo sé, quedé como una borde. Pero, sin saber por qué, ella me siguió. Se sentó al lado mía. Empecé a creer en la esperanza.
Ahora tengo 19 años. Todo ha cambiado. La única amiga que había creído tener acababa de morir en un accidente de coche. Después de todo, volvía a caer en lo de antes. ¿Te sientes mal? -escuchaba una y otra vez en mi cabeza-. Estoy sentada en mi habitación *con la puerta cerrada y con el pestillo echado* con un lápiz y un papel en blanco. Mi mano cada vez tiembla más y las lágrimas me empiezan a caer otra vez. Es la tercera vez en una hora... "Para mi familia" escribo en una hoja pero me doy cuanta que es una mala manera de empezar la carta. Pruebo de nuevo, una y otra vez, pero no sé como comenzar. Nadie me entiende, nadie entiende lo que estás pasando, cada día estoy más sola, o al menos eso pienso. A nadie le importa si estoy viva o muerta. Es de noche, y me deslizo en la cama. "Adiós" le susurro a la oscuridad. Hago mi última respiración y acabo con todo. ¿A nadie le importa no? Así pienso yo. El siguiente día a las 7 de la mañana llama a la puerta mi madre, para levantarme. Ella no sabe que no puedo oírla, no sabe que me marché. Golpea unas veces más, cada vez más fuerte, al no abrir la puerta como cada mañana ni escuchar ruido ninguno decide abrir la puerta y empieza a gritar. Al ver que no estaba se cae de rodillas en la habitación, mientras mi padre preocupado al escuchar la caída sube corriendo a la habitación para ver qué sucedía. Mi madre reúne toda su energía para llegar a la cama. Viendo todas las pastillas tiradas en el suelo, mi madre se apoya en mi cuerpo, llorando, apretando cada vez más fuerte mi mano. Cuando mi padre entra a la habitación y ve a mi madre así se quedó en chock, sin saber qué hacer "durante 10 segundos". Al reaccionar coge mi cuerpo y va corriendo al hospital más cercano... Mientras allí me intentaban reanimar, mi madre, culpándose así misma de todo lo sucedido por todas esas veces que me dijo "no", por todas esas veces que me gritó o me envió a mi habitación por alguna estupidez. Mi padre se empieza también a echarse las culpas por no haber estado cuando yo le pedía ayuda, por haberse tenido que ir a trabajar durante días.