Mujer

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Fríos y miedos

Capítulo único: Mujer

Llovía a cántaros en ése enorme patio al descubierto. El vaho salía por sus bocas y corrían sin parar hacia una enorme escalera. Cuando llegaron, Yuusuke fue el primero en avanzar, con miedos y nervios. Sus manos, preparando un "reigan", estaban listas para atacar en cada minuto, así que subió a gran velocidad, perdiendo a sus amigos Kurama y Kuwabara por el camino, cuyos gritos quedaron opacados por la gruesa lluvia.

Yuusuke era consciente de que un "algo" lo llamaba, que lo invitaba a encontrarse con un ser el cual conocía y a la vez no... El moreno siguió corriendo, veloz y nervioso. Jamás iba a dejar que el miedo lo arremolinara, todo lo contrario, lo convertía en adrenalina y una fuerza sin igual empezaba a recorrer su cuerpo.

Cuando llegó al último piso, vio a un hombre de cabello blancuzco y tez morena sentado en una baranda, mirando la lluvia, apacible, pero sus ojos estaban dispuestos a matar si se lo permitía. Yuusuke sintió un ligero escalofrío recorrer su espalda: ¡el ser que se había apoderado de él! Respiró con rapidez y se le acercó a paso lento, confiado.

El tipo salió de su trance por la lluvia y lo encaró, con una sonrisa engreída, dispuesto a demostrarle al moreno que él vive en su interior, que forma parte de aquélla mítica raza de demonios poderosos.

Pero Yuusuke no tenía corazón de demonio, ni aún siendo resucitado en medio de la batalla contra Sensui. Él seguía siendo el Yuusuke Urameshi que todos conocían, sin importar de dónde venían sus más ancestrales orígenes.

Así que, con toda la fuerza que tenía y con la fría lluvia cayendo con ímpetu, se enfrentó en una cruel batalla en la cual, sabía que podía vencerle: ¡sabía que vencería a ese demonio que había usurpado su cuerpo con gran ferocidad! Iba desquitarse con él todo lo que quisiera, ¡Yuusuke era Yuusuke!

La lucha duró más de cinco minutos: reigans, shotguns, todo tipo de golpes que el moreno había aprendido en esos años proliferaban como plagas y hacían sucumbir a ése demonio tan parecido a él, mientras vociferaba "¡Yo no soy como tú!".

Cuando la lluvia amainó, Yuusuke cayó de rodillas al suelo, chocando su rostro contra un frío piso de cerámica mojado y duro. Respiraba con más fuerza que antes, pero su sonrisa era insuperable: amplia, orgullosa y decidida.

— ¡¿Qué estás haciendo?!

Yuusuke oyó pasos, como de zapatos, correr hacia su dirección. Esa voz estridente le hizo a su corazón dar un vuelco, pero uno agradable.

— ¡Serás idiota! ¿No ves que llueve? ¡Ah, siempre el mismo, Yuusuke!

Unos delgados brazos lo ayudaron a ponerse de pie, mientras un paraguas rojo se abría sobre él. Sus ojos, cansados, se encontraron con el rostro más hermoso que él conocía: Keiko Yukimura enfadada.

Vestida de casual, justo como la había visto la última vez que le propuso matrimonio (en serio), lo levantó y se lo llevó dentro de una de las aulas del recinto, donde había una mesa grande, como las que se usan para los talleres. Keiko sentó suavemente a Yuusuke en una de las sillas y él apoyó la cabeza en la mesa. La muchacha se sentó a su lado, prestándole su abrigo.

— ¿Qué tanto haces a esta hora? Mira que vas a resfriarte —lo reprendió con preocupación. Yuusuke volteó a verla y le sonrió, complaciente. Le acarició una mejilla, con la poca fuerza que le quedaba, muy feliz.

—Siempre igual, Keiko —logró decir—. Gracias —y, acto seguido, se levantó para abrazarla, depositando todo el peso de su cuerpo en ella, haciendo que casi se cayeran al piso.

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