Mi amigo perfecto

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Mi amigo perfecto

“Sólo escóndete y nadie te verá” Recordó que le había dicho a su amigo antes de partir a la escuela.

Una chica de escasa estatura, cuerpo escuálido y de cabello hasta las orejas esperaba sentada e impaciente la llegada de su mejor amigo. Sus delgadas piernas se mecían de arriba a abajo con diferentes ritmos debido a la falta de apoyo. Se oscilaba con distracción sobre el columpio oxidado y de pintura roja descarapelada de las cadenas que sostenían sus manos. Silbaba el ritmo una canción desconocida pero muy famosa de los anuncios de la televisión, sé sabía casi todas las melodías de aquellos cortos debido a que pasaba horas frente a ella, ya que no tenía permitidas las visitas a su casa.

Suspiró mirando a su alrededor. Los demás nunca jugaban en ese lugar, decían que ahí espantaban o que estaba embrujado debido a la soledad y la espesura de los árboles que ocultaban los destartalados juegos infantiles que había otorgado años atrás el gobierno a aquella institución pública. Todos se dedicaban a caminar y perder el poco tiempo que les daban de receso en la plaza cívica o en aquellas bancas escondidas al otro lado de la escuela, que eran muy conocidas por darles privacidad a aquellas parejas que deseaban un momento para acariciarse.  

Ella a diferencia de otros, le gustaba compartir el tiempo con su inseparable compañero, que todos los días se escapaba de su colegio para ir a visitarla aunque fuera un momento.

—¡Martin! —gritó emocionada al verlo entrar y en un acto rutinario se arrojó a sus brazos.

Él la atrapó justo a tiempo, la conocía bastante y siempre reaccionaba de esa manera al verlo.

—¡Hola, Andrea! ¿Me extrañaste? —preguntó sonriente al mismo tiempo que volvía a depositar sus pies sobre el piso.

Andrea hizo una mueca indecisa y cruzó sus brazos para mirarlo fijamente.

—Uhm, pues… —dudó con falsedad y luego rió encantadoramente—. ¡Por  supuesto que te extrañé tonto! —Le golpeó amistosamente el hombro y éste se encargó de sobárselo con una disimulada mueca de dolor.

Era increíble la calidad de su amistad, simplemente impresionante. Se conocían desde hace cinco años. Había llegado en el momento más oportuno y en él cual ella necesitaba todo el apoyo de mundo, y como caído del cielo, Martin había sido la persona que se lo otorgó sin la más mínima queja. Era su sostén en la vida y estaba segura que sin él, las cosas hubieras sido muy diferentes.

—Por cierto, que puntual eres —agregó Andrea mirando la hora de su reloj de pulsera.

Era un tanto sospechoso que Martin siempre llegara a la misma hora: 9:10. Ni un minuto antes, ni un minuto después. No quería pensar que era lo que hacía para lograrlo porque comenzaría a sentir la culpa de su encaprichada petición de estar junto a él. Aunque Martin siempre le había dicho que no tenía cosas importantes más que hacer y que no había problema porque saliera del colegio a esa hora, ella sentía que se comportaba como una chica absolutamente infantil.

—Tengo mis estrategias —simplificó Martin mirando al cielo.

Los veinte minutos restantes se pasaron volando en una charla amena, que en cuanto se dieron cuenta de la hora que era, las puertas de las aulas ya estaban cerradas con una nueva clase comenzando. Andrea y Martin salieron corriendo del patio trasero, saltando ramas y hojas húmedas esparcidas sobre la tierra pegajosa. Pero antes de que consiguieran llegar hasta los edificios, se toparon con el portón cerrado. Al parecer la única salida que les permitía entrar y salir del patio, había sido atrancada con varios alambres retorcidos sobre los tubos,  uniéndolos de esa forma y de una manera un tanto apresurada y torpe. Parecía ser la travesura de los chicos del último año para los ingenuos que se quedaban rezagados jugando o charlando en receso, como Andrea.

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