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Las grises nubes tapaban el cielo de Madrid, la lluvia repicaba contra las ventanas de los coches. La mano de Zara salió de debajo de la colcha. A tientas cogió su móvil y lo encendió. Ya eran las siete y media de la mañana, aún le quedaban quince minutos hasta que su alarma sonase. Desbloqueó la pantalla y entro en sus redes sociales, no había nada interesante.

Se levantó cinco minutos más tarde y fue directamente al baño, antes de que su madre lo invadiera. Encendió el grifo y puso su mano bajo el chorro frío. Después se lleno las manos de agua y lavó su cara. Tras secársela comenzó a cepillar su larga cabellera castaña que normalmente llevaba peinada en una simple trenza. Hoy era un día especial, su diecisiete cumpleaños. Quería ir más guapa de lo normal.

Cogió su pelo y mechón a mechón fue alisándolo. Después abrió su neceser y se aplicó el mismo maquillaje de siempre. Algo de base, línea de ojos y un poco de máscara de pestañas. Sin embargo, ya que quería resaltar, decidió echarse algo de pintalabios color rosa claro y un poco de brillo.

Volvió a su habitación y abrió su armario. Se decidió por un top negro y unos vaqueros azules. Escogió unas botas con algo de tacón. También se puso un collar que su madre le había regalado hace justo un año y un par de pulseras que compró en su último viaje a la costa.

Salió al pasillo y se miró al espejo. Ante ella se admiraba la imagen de una chica segura de si misma. Era una chica de estatura media, un metro setenta, con el pelo castaño, ojos marrones, labios gruesos y nariz fina. Pesaba alrededor de sesenta kilos, se podían intuir las curvas de su cuerpo.

Comenzó a bajar las escaleras cuando la puerta de la habitación de sus padres se abrió, su madre le saludó desde el marco:

 —Buenos días Zara.— se notaba el cansancio en su voz— Ahora bajo contigo.

Zara entró en la cocina, sacó dos tazas del armario y las llenó de leche. Mientras se calentaban en el microondas fue sacando el azúcar y el café. Sacó las dos tazas y les echó algunas cucharadas de azúcar más una de café. Después cogió unas galletas y las empezó a mojar. Cuando iba a meterse la primera en la boca un beso de su madre la asustó.

 —¡Feliz cumpleaños hija!— dijo efusivamente mientras cogía un bollo de la cestilla— Mi niña ya tiene diecisiete años. Se está haciendo una mujerzuela.

Zara sonrió sin que su madre se diera cuenta y siguió comiendo galletas. Tras cinco minutos en silencio Zara miró el reloj que había colgado en la pared, ya eran las ocho y cuarto. Se levantó y fregó su vaso. Después cogió su abrigo y el paraguas. Se despidió de su madre y salió a la calle. El frío hizo que su sensible piel casi nívea se estremeciese.

La ciudad se encontraba ajetreada, como siempre. Los coches iban en ambas direcciones y en las calles mujeres y hombres vestidos formalmente iban andando estresados. Zara comenzó a bajar la calle con la mochila en su espalda, sacó el teléfono del bolsillo y le llegó un mensaje. Era de Jorge, su mejor amigo. El mensaje decía:

¿Quedamos enfrente del quiosco?

Perfecto, te veo allí en cinco minutos

Zara volvió a bloquear su teléfono y lo guardó de nuevo. La lluvia chocaba contra su paraguas y los charcos inundaban las aceras. No era un bonito día, pero Zara era feliz. Tras un par de minutos más andando llegó al quiosco. Allí estaba Jorge. Era un chico alto, con el pelo rubio, ojos negros y muy flaco. Zara y él se conocían desde que tenían tres años y sus madres eran amigas. No tenía paraguas, pues su abrigo estaba mojado y por eso estaba resguardándose bajo el toldo del quiosco.

—¡Felicidades cumpleañera!— dijo mientras la levantaba en el aire— Ya tienes diecisiete años. Y parece que fue ayer cuando jugábamos en el parque.

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⏰ Last updated: Jan 04, 2016 ⏰

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'Perdida en sus ojos'Where stories live. Discover now