Eres mi tiempo

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                      Primera parte



     —¡Sabes que, hermanita! Me gustaría poder viajar como los millonarios ¡en un avión privado y que nos traten como reinas! Porque... esperar en un aeropuerto ¡seis horas! —puntualiza con su peculiar gesto de que esta molesta— para hacer escala, es una agonía y un tiempo perdido de tu vida que no recuperas ¡jamás!
      —¡Pues Sor quejica! Le informo que pronto será una monjita así que tiene que olvidarse de esos placeres mundanos y ser una mujer de bien —resopla, como si estuviese cansada del sermón de siempre— deberías darle gracias a Dios que tienes la facilidad de viajar al menos dos veces al año.
       —No voltees Sofi pero hay un señor que no deja de mirar para acá y... creo que viene de camino
     —Disculpen señoritas por mi atrevimiento, me llamo Marcel Junko, trabajo para una agencia de modelos —Helena y yo nos vemos las caras, me muerdo el labio para no reírme, ya es la segunda vez que me pasa lo mismo en este aeropuerto.
    —No he podido dejar de contemplar su rostro señorita... ¡es usted preciosa! —miro de reojo a Helena, que agranda los ojos como plato.
    —Muchas gracias señor, pero... —le digo amablemente aun-que me inquieta su forma de mirarme.
    —Represento a una agencia de modelo aquí en París, es pequeña estamos comenzando, mi hermana esta contratando a modelos que no sean reconocidas, y que tengan una belleza especial y creo que usted sería el perfil que busca, tiene una cara de ángel, el azul de sus ojos es... Su tono es indescriptible y...
    —Disculpe señor... —dice Helena y aunque le hago muecas para que deje de hablar no me entiende.
      —Si no se ha dado cuenta somos novicias, mejor dicho, ¡casi monjas! Así que mi hermana no está interesada en modelar para nadie ¿verdad Sofia?
      —Mi hermana tiene razón, ella es la novicia —lo digo por su forma de mirarnos, yo llevo mi pelo suelto, y no tengo pinta de novicia— pero trabajamos por todo el mundo como cooperantes humanitarias para las Naciones Unidas, así que no estoy interesada en su propuesta y como vera estamos muy ocupadas.
    —Tal vez señorita ayude más a la gente dejándolas que co-nozcan su belleza es... —me ruboriza la forma como me mira— única, y esto no lo digo muy a menudo.
    Tendrá como unos cuarenta y algo, lleva un maletín de cuero marrón, traje y corbata de marca costosa, se ve muy elegante y guapo a pesar de que es casi calvo. Saca una tarjeta y me la da. De repente nuestra modesta vestimenta yo con mis blues jeans favoritos y una camisa del mismo color del pantalón y unos zapatos deportivos, me hace sentir incomoda ante tanta distinción.
    —Aquí tiene mi dirección y teléfono, me gustaría tener no-ticias suyas, antes de que otro se me adelante, podría ayudar a mucha gente con lo que ganaría —están llamando para embarcar con destino a Venezuela, se me acelera el corazón estoy emocionada por volver de nuevo a mi tierra.
    —¡Venezolanas! El país de las mujeres bellas y el petróleo, aunque en estos momentos no pasa por buenos tiempos.
     —Si señor usted lo ha dicho y ahora con su permiso nos espera un largo vuelo.
       —Encantado de conocerla, podría decirme su nombre —miro a Helena y niega con la cabeza, pero le doy la mano y siento que es sincero con sus palabras.
       —Sofia, Sofia Rodríguez.
       —Espero volverla a ver señorita, que tengan un buen viaje.
       —Gracias señor —veo la tarjeta— Junko.
    Embarcamos sin ningún contratiempo después de seis largas horas de espera. Es muy habitual que la gente voltee para mirarme, cada vez que eso pasa Helena pone los ojos en blanco, y me río, pero aun no me acostumbro, ¡no llevo maquillaje y voy lo más sencilla posible! Son casi diez horas que me separan de mi pueblo y la comodidad se disfruta, pero a veces me inquieta, desde los quince años que fue la primera vez que salí de la aldea, supe que no pasó desapercibida.
    Hemos quedado cerca de la ventana a Helena como le da pánico volar me da el puesto de la ventana, que era el de ella, a mi todo lo contrario me gusta la ventanilla, me siento poderosa viendo el cielo desde un avión.
    Después de nueve horas de París a Caracas, cogemos otra a-vión pequeña que nos lleva directamente a Ciudad Bolívar y de ahí tomaremos una avioneta hasta el poblado de Canaima.
      Ya estoy agotada pero la emoción hace que me olvide del can-sancio ¡Y quien quiere descansar! Me perdería de mirar esta natu-raleza que esta bajó mis pies. Nunca me cansare de ver este paisaje me encanta la selva su poder y el misterio que ella encierra; ¡aquí estoy de nuevo! En mi país, en mi tierra, dos años en Irlanda entre ir y venir cada seis meses, me han entumecido el espíritu, entre el frío y esas costumbres tan poco cálidas me han dejado exhausta Mamá María con su afán de que aprenda el inglés, ¡no se habrá dado cuenta aún que los idiomas para mi son pan comido! pero bueno, no me arrepiento aprendí a extrañar a mi gente y estoy muy emocionada por llegar a la aldea ¡Oh, Dios! Que impresionante, miro por mi ventana al imponente Auyantepuy me cruzo con la mirada de Helena y esta tan emocionada como yo. Hay otra ruta más corta, pero hemos tomado la turista para ver estas bellezas.
       —¡Emocionada carajita! —me pregunta con una sonrisa de o-reja a oreja.
       —¡Siii! Por fin estoy aquí —le contesto y sigo mirando por la ventanilla; la avioneta se ha movido de forma brusca, Helena me coge la mano derecha tan fuerte que me duele.
      —¡Ey te quieres calmar! Intentó llegar completa, si me aprietas como lo haces seguro me amputas el brazo o algo —pela los ojos y me mira como si le fueran a salir de la cara. A pesar de que siempre que he viajado, Helena me ha acompañado no llega acostumbrarse, odia volar. Viajo desde los quince años y pronto cumpliré veintiuno.
      —¡Jaja que risa! No trates de quitarme el susto con otro ¿por que tenía que irte a buscar yo, precisamente yo? —me mira sería, pero a la vez hace una mueca en la boca que me causa mucha gracias.
     —Será por que eres mi ángel de la guarda, hermanita —afirma con la cabeza y hace una mueca con su boca.
     —¡Tu ángel de la guarda! Quisiera ser un ángel de verdad, y no tenerle tanto pánico a estos peroles.
      —¿Sabes cuantas aviones se han caído este año? —le hago la pregunta a Helena y cuatro de los pasajeros ¡todos hombres! Que me miraban como lobos a su presa, me ven con mala cara.
    —No quiero ni pensarlo, no me pongas en eso precisamente ahora, ¡lo haces apropósito! ¿A qué no esta loca? —casi grita para que todos la oigan.
    —Pero para tú información hermanita, ¡ninguno eh! Y accidentes de carros no se pueden contar por que son muchos —hace una mueca y pone los ojos en blanco.
     —¡Y vas a seguir carajita! ¿Cuando vamos a llegar? ¡Esto es una agonía! —suspira como una niña aburrida, ya ha repasado varias veces la revista HOLA, suspirando por los modelos y criticando a las mujeres.
      Helena esta un poco gordita, aunque creo que es porque es baja, tiene una cara preciosa, pero ella no lo sabe, su pelo es castaño y muy corto que hace que sus grandes ojos negros se vean inmensos en su cara, me hace reír mucho con sus ocurrencias. Es novicia, estaba loca por que yo la siguiera en eso, pero pienso que esa es una decisión muy trascendental y delicada y en estos momentos, en los que tengo veinte años, cuatro menos que ella, no me siento capacitada para tomar un paso tan grande.
    —Cálmate chica, hay que relajarse y disfrutar de todo esto, mira ya se ve el río Carrao, pronto aparecerá Canaima y aterri-zaremos.
     —¡Yo no me voy a asomar por esa ventana, ni loca que este! —chilla, siempre dice lo mismo pero al final no se aguanta.      
       —Tu te lo pierdes ¡oh que belleza! —sin darse cuenta casi me saca del asiento para asomarse, yo me río, pero es que es espectacular justo estamos pasando en donde se unen las tres cascadas, me mira y ambas nos reímos al ver dos globos turísticos con el tricolor y las estrellas de la bandera de mi país que recorren este maravilloso parque, ¡es una pasada increíble! nos abrazamos, hemos llegado, aunque ahora nos espera una hora de carretera para llegar a Valle Ixchel, mi hogar.
      Los cinco hombres que vienen con nosotras, nos miran de una forma que inquieta un poco, Ele y yo decidimos tomárnoslo con calma, aunque yo estoy eufórica por volver.
      —Que bueno usted otra vez por aquí señorita Sofia —me dice Ramón, un indio pemón muy orgulloso de sus raíces, que nos lleva y nos dejara a las afueras del poblado. Nos deja en el camino por que no entra carro, se llega andando o en bicicleta, es el único pueblo que no se le esta permitido a ningún turista visitar, ¡órdenes de arriba! Nunca me han dicho que tan arriba, pero lo que se, es que estamos apartados de la civilización pero dentro estamos muy organizados, hay electricidad fotovoltaica todos los días del año, el agua baja por las tuberías por el sistema hidráulico que nos regalo una compañía española, las casas son de bajareque y techos de palma, algunas en forma de choza otras no, las aguas residuales discurren normalmente por un sistema que recicla el agua y la convierte en energía, para ayudar al sistema eléctrico del pueblo; recibe ayuda del extranjero y nacional aunque hace tres meses le quitaron el internet por que iban a estabilizar lo con un satélite ruso, y los niños no pueden usar sus computadoras, espero que eso se arregle, no quiero extrañar tanto la modernidad europea, aunque no se puede comparar, claro, pero el internet te hace estar en muchos lugares desde un mismo sitio, aunque a mi, me perturbe.
       —Gracias Ramón, si de nuevo aquí, estoy muy feliz.
       —Debe ser muy bonito eso por allá donde estaba usted.
      —Cada sitio tiene su encanto Ramón, pero... te digo una cosa el encanto que se respira aquí no se compara con nada —afirma con la cabeza y se ríe.
      —¡Así es! La madre María esta ayudándome para ver sí Juanita se va a estudiar medicina a  Ciudad Bolívar.
     —¡Que bueno Ramon! Eso nos haría muy felices a todas tener una doctora de aquí.
      —Si señorita Sofia será una buena doctora, nació para eso —hemos llegado, nos bajamos y Ramón nos ayuda con las maletas, Sandino nos esta esperando con tres bicicletas, una de ellas lleva una cesta grande con dos ruedas atrás para llevar el equipaje.
       —Me gusto verte Ramón, cualquier rato voy a visitarlos.
       —Paula y Juanita estarán muy contentas de verte.
       —Si, y yo.
       —Bueno nos vemos pronto Ramón.
     —Hasta pronto señorita Sofia, sor Helena... cuídense mucho —Sandino al vernos se abalanza sobre las dos, es un muchacho de doce años a quien le daba clases cuando me fui, espero que allá aprendido a escribir bien, es muy espabilado pero flojo para estudiar.
     —¡Maestra Sofia!, que bueno que allá regresado para no irse —me abraza y me da un beso.
     —Y yo San, ¿y cómo te estas portando? —mira a Helena su actual maestra.
       —¡Ahí más o menos! Es que los números no me entran.
      —Ahora son los números ¡ay San muchacho que vamos a ser contigo! —lo abrazo y lo ayudo a montar las maletas en la enorme cesta. El poblado no queda muy lejos del camino, pero llevar maletas con ruedas por la selva no es nada cómodo.
     Las seis religiosas y yo somos las que más viajamos del pueblo, algunas veces requieren nuestra ayuda algunas ONG en algún campamento de refugiados y tenemos que ir a cualquier parte del mundo que nos necesiten, lo hacemos desde hace mucho tiempo, creo que antes de que yo naciera, a cambio el gobierno ve-nezolano entre otros nos mantiene bien cuidados de los turistas y cubre nuestras necesidades básicas.

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