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¿Por qué eran tan duros los finales? Siempre terminaba llorando, o reflexionando y sufriendo por dentro. Nadie más lo entendía. Me lo tragaba y ya está.

Vaya, ¿y ahora qué? No tenía ningún libro en mente. Debería buscar alguna reseña, pensé.
Agarré mi portátil y comencé a buscar algún blog literario que tuviese varias reseñas hechas.

Encontré alguno, pero la mayoría de los libros los había leído o eran de género romántico. Y yo odiaba el género romántico. Tal vez por lo buena que hacía la vida a veces, tal vez por la perfecta historia de amor que contaba.

Suspiré y agarré el abrigo. Me até las botas y apagué el ordenador. Mi madre estaba en la cocina, canturreando alguna canción extraña.

-¿Te vas? -preguntó, deteniendo su hermoso canto angelical.
-Necesito un libro-expliqué. Mi madre asintió.
-Ah... Entiendo. ¿Tienes tanto dinero como para comprar un nuevo libro cada vez que terminas otro?
-De pequeña sabía que terminaría siendo fangirl. Ahorraba.

Mi madre se rió por lo bajo y yo resoplé y salí de casa.

Caía una ligera llovizna, lo que me recordaba el libro que acababa de terminar. Allí siempre llovía, pensé. Los libros siempre tienen alguna escena con lluvia. Tal vez le da más emoción a las cosas.

Llegué a la librería justo cuando comenzaba a caer una lluvia más fuerte y entré rápidamente.

Felipe, el dueño de la librería, estaba allí, en el mostrador. Leyendo algún libro clásico de los que le gustaban, supuse. Cuando escuchó la campanilla de la puerta repiquetear, levantó la vista y sonrió.

-¡Ey, Catnip! -me saludó. Obviamente, ese no era mi nombre. Simplemente era un apodo que me había puesto él al llegar a la librería un día, llorando, y exigiendo un libro más de la fantástica trilogía a la que pertenecía Katniss. No había más, recordé, y me había enfadado mucho con la escritora.

Yo sonreí y me desabroché el abrigo. En la librería parecía hacer un calor que no era normal, o tal vez era una sensación mía.

-¿Buscando víctimas?-murmuró sonriendo Felipe, observándome mirar las estanterías-. Últimamente no viene mucha gente. Te voy a contratar para que los atraigas.

Yo me reí ante este comentario. ¿Yo? Yo sólo le caía bien a los personajes literarios, y eso era porque no salían del libro. Si me ponía a atraer gente, sólo conseguiría quedarse sin clientes.

En 4° curso de ESO había una actividad que consistía en trabajar durante una semana en cualquier lugar que quisieses, enfocado al futuro que querías. Ya estaba a punto de llegar a esa semana, y probablemente escogería ayudar en la librería.

Ya se lo había comentado a Felipe, pero esperaba que no me pusiese en la puerta intentando atraer gente.

Llegué a los estantes de Fantasía y ciencia ficción, que era mi género favorito. La mayoría ya los había leído. ¿Es que no llegaban más?

Debían haber pasado quince minutos, cuando la campanilla de la puerta volvió a sonar. Seguí buscando mi libro. Vamos, no podía haber leído todos los libros de esa sección.

Escuché a Felipe hablando con otro chico. Parecía que estaba resolviendo alguna duda.

De pronto, se callaron y escuché unos pasos que recorrían la biblioteca. ¿Qué libro buscaría?

Me sorprendí a mí misma pensando en eso. ¿Por qué pensaba en eso? Las adolescentes normales no pensaban en eso.

Claro, debía ser que yo no era normal. Cierto, no lo era.

Una historia másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora