Es un día en el cual el cielo luce de un azul luminoso, se confunde con las aguas del mar. La tenue brisa marina pone en movimiento rizadas olas, que bañan de espuma caprichosas las grises arenas plateadas de la playa.
Una especie de murmullo al romperse, te llenan de paz, canto de sirenas y caracolas.
Sombra de acantilados que te hacen respirar el aire yodado del mar, puro y penetrante.
Marina, sentada debajo de una roca, mira el mar infinito, su mirada se pierde por el horizonte. Se encuentra triste esta chavalita hermosa, de bello cuerpo, ojos verdes, de pelo rubio y dorado como las espigas del trigo. A su alrededor numerosas personas que mira sin mirar abstraída por los rayos generosos del sol. Esta joven esconde en su pecho un amor muy triste, su madre hace tres meses que ha muerto. El padre le da por la bebida dando fin a su pequeña taberna y al final desaparece. Aún no sabe como va a seguir viviendo, su hermano tiene trece años, dos más que ella, su hermana mayor tiene veintidós, está casada y con un niño de dos años, y ella se niega a que la mande a un colegio. Sigue pensado solo lo que le depara el futuro, sabiendo además que sus padres ya no regresarán, eso le inquietaba el alma.
Sucedió sin darse cuenta, un cuerpo que caía revoloteando y se arrastraba hacia ella. Era un niño de ojos dulces que la miraba divertido y estrujaba con fuerza al animal, escapándose de sus pequeñas manos.
-¡Hola!, ¿Me alcanzas la gaviota? - Le dijo una voz risueña, era un niño de ojos negros, cabellos rizados y piel morena.
- ¿Una gaviota?- preguntó Marina desconcertada sin salir de su asombro.
-Claro una gaviota, mira yo quiero aquella. Con sus deditos señalaba hacia el suelo detrás de mí.
- ¡Mira justo detrás de ti!
Efectivamente, había una gaviota preciosa detrás de ella, sin poner resistencia Marina la tomó en sus brazos y la acarició. El niño se acercó pasando sus bellas manitas por el dorso, está herida exclamó:
- ¡Qué pena!- Se tiró en la arena y se sentó muy cerca de ella, quieto, triste cabizbajo, mirando de reojo a la gaviota. Unas inquietas lagrimas rodaban lentamente por sus mejillas, Marina lo miraba:
- ¿Por qué lloras?- le preguntó enternecida- Si pudiera ahorita mismo te la daba, pero está herida, si quieres cuando yo la cure te la regalo.
La curiosidad se apoderaba de Marina, le hablaba aquel niño que no contestaba.
Una señora mayor, muy cerca estaba tomando sol tumbada en una hamaca parecía no percatarse de ello, tampoco le daba cierta importancia.
- Bien, precioso con quien has venido a la playa, ¿Dónde está tu madre?, ¿Cómo te llamas?
-No debes preocuparte por mí, solo quiero que me des la gaviota.- Al hablar, sus manos se movían traviesas.
-Tu lo que debes es luchar por ti, por tu vida tenéis que salir tu hermano y tu adelante, eres una chica valiente y te alegrarás de mis consejos.
- Y ¿tú como sabes que tengo un hermano?
Miró a la señora de enfrente que la miraba desconcertada, ella se encogió de hombros.
El chiquillo la miró y le dijo:
-En la playa cada uno va a su bola.
Se levantaron con un movimiento brusco de la gaviota. El tomó la mano desocupada de Marina y se pusieron a pasear con pasos cortos por la orilla del mar. El Sol generoso le enviaba sus rayos, la brisa marina los envolvían en un calido perfume a salitre .