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La noche brillaba casi resplandeciente debajo de Yoongi, quien no hacía más que mirarla con paciencia y esmero. Aunque fuese extraño, se encontraba cautivado por unas cuantas diminutas estrellas titilando en el profundo y oscuro fondo que representaba la fría noche.

¿Es que acaso él era capaz de ser distraído con tan poco?

El lema de Yoongi siempre había sido "mira y aprende", pero todos, inclusive sus amigos y familia habían comenzado a creer que aquella pequeña pero significativa frase era tomada muy a pecho por el menor de la familia.

El jovencito tenía tan sólo seis cortos años cuando sus padres en estado de pánico observaron la fría y calculadora manera que su prematuro hijo tenía al detallar la modalidad en que las personas vivían; como caminaban, como masticaban, movían o simplemente respiraban. Nadie, ni siquiera su madre con unos cuantos dulces encima, lograba sacarlo de aquella burbuja en la que constantemente vivía.

Muchos niños jugaban con la pelota, otros rodaban por las plazas y algunos pocos optaban por corretear simples palomas. Pero bien, ¿Yoongi? Joder, el interés del de piel blanquecina no era precisamente ese. Él, a diferencia de muchos, no precisaba entretenerse con tiviales juegos de chiquillos. Deseaba aprender de la gente, de sus errores y aciertos, de sus maneras y manías, quería sentir con la misma intensidad que sus ojos creían.

A partir de dichos acontecimientos encontraron al hijo de Hyna un tanto especial.


• ★ •

Allí se encontraba Min, aún observando las engañosas pero presuntuosas estrellas, sentado sobre la barandilla que dividía la vida de la muerte. No podía creer con cuánta claridad se veían esa noche, al parecer algo mágico pasaría, algo digno de apreciar. Sus conocimientos le daban presentimientos, aquello tenía potencial y aseguraba que daba para mucho más. Estaba convencido, el resto de su día daría un giro de 180°.

Tomó una generosa cantidad de aire para luego continuar balanceándose detenidamente de atrás hacia adelante, sabiendo muy bien que seguido a ello un pase directo al abismo sería lo único que tendría. No le importó, poco a él realmente le aquejaba. Aunque en la mayor parte del tiempo no tuviese el control absoluto de su cuerpo, quería jugar a poseerlo.

— ¡Hey! ¿Qué haces? ¡Espera, por favor! —escuchó a lo lejos. Una pulcra y devastadora voz sincronizar su melodía con el viento había sedado la totalidad de su alma. Paró.— ¿Intentas suicidarte en el edificio de un bar? Creo que no es una muy buena idea. De hecho mi hermano intentó hacerlo y no fue algo lindo. Tus padres pueden pasarlo mal, tus parientes, sino los tienes tu perro. Deberías pensarlo y...

Nervios, así decía su madre que aquel fuerte impulso se sentía. Algunos coloreaban su rostro, otros tomaban temperatura, humedecían sus manos, agitaban su corazón e incluso agrietaban sus labios. En cambio Yoongi –sumido en su fino aroma– no pudo hacer más que sentir sublime atracción por quien provocaba más que efímero enojo en él.

Finalmente giró, comenzaba a frustrarle no poder ponerle nombre a esa chillona e inocente voz de niño, giró porque su mente y alma rasgaban de forma ansiosa la corteza de su abdomen queriendo así ser prontamente descubiertos, unidos. Giró porque la curiosidad mató al gato, y en ese preciso momento se sentía como uno.

Cabello anaranjado, nariz redonda, labios contraídos y rojizos por la helada que la noche prestaba, ligeramente moreno, delgado y de baja estatura. El adolescente portaba facciones que en conjunto adornaban de la forma más cálida y bella su rostro, nadie diría que lucía como un cualquiera. Cegado por su belleza echó un vistazo al más importante de todos sus atributos, los ojos, esos malditos ojos que al mitad alvino le hubiese encantado admirar por unas cuantas horas más.

En un milisegundo, uno que no había logrado calcular, el de esbelta contextura reforzó su memoria para así recordar a cada una de las personas que a lo largo de su juvenil vida había tenido el placer de detallar. Los orbes de esa gente, por más numerosas que hayan sido, no se asemejaban a los del de revueltos cabellos extrañamente anaranjados. Estos últimos lucían confiables, algo agotados y asustados quizás, pero profundos, calmos.

Allí se encontraba la razón de su torpeza, la razón por la que el cuerpo de Min Yoongi sin siquiera querer cayó con fuerzas descomunales al duro y ahora ensangrentado pavimento de la calle en la que el mismísimo bar se encontraba.


𝙁𝙖𝙡𝙡, 𝙔𝙤𝙤𝙣𝙂𝙞. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora