[ Prólogo ]

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Él se sienta todas las noches en una silla blanca de plástico, se acurruca entre la manta en la que está envuelto, apoya la frente contra la ventana, y es todo lo que necesita para perderse en el cielo estrellado de medianoche. Se ve rodeado por un interminable vórtice de oscuridad pétrea e inminimizable, siendo apenas iluminada con la blanca y destellante luz de los astros nocturnos, que bailan a su alrededor, que encadilan sus pupilas, que relajan sus nervios e hinchan su corazón de ilusión por escasos segundos efímeros.

Es tal la sensación de plenitud y placer que siente tan sólo alzando la mirada al firmamento estrellado, que lo hace cada noche sin falta. No entiende por qué, pero observar las estrellas titilar lo llenan de una sensación indescriptible, como si todo lo malo fuera expelido de su cuerpo, como si alguien le cantara, como si... como si ella estuviera allí.

Bruno sabe que lo hace por ella, pero prefiere ignorarlo. Prefiere combatir y exterminar ese deseo de sentirla de nuevo antes de que sea demasiado tarde. Prefiere llorarla a solas a sufrir por ella en público. Prefiere no hacer caso a la gran depresión en la que está inevitablemente sumergido. Prefiere creer que su corazón está mejorando, cuando en realidad está pudriéndose en silencio.

Entonces sube la mirada hacia la manta azulada de puntos plateados brillantes, y todos los pensamientos malos se evaporan como agua en un día soleado. Sus preocupaciones, sus tristezas, sus luchas, el estrés, todo, todo se va. A veces piensa que tal vista es el único sostén que tiene para seguir adelante, que aquella brisa fresca nocturna que ahora despeina sus rizos es suficiente para ser respirada y atravesar su constante nudo en la garganta, y que si aquella vista se le fuera arrebatada, probablemente moriría.

Un día -un miércoles de Mayo, para ser exactos-, se halló a sí mismo murmurando cosas. La especial belleza y magnificencia de ese regalo visual lo embelesaron a tal punto que empezó a susurrar letras de poemas y versos de canciones tristes, como presentando sus respetos a la madre naturaleza, o al brillante e imponente satélite que se erguía en el cielo oscuro. Pronto los versos y rimas se le acabaron, y comenzó a contar chistes. Luego se le acabaron los chistes, y continuó con cuentos infantiles.

Entonces buscó algo más profundo, y una noche se encontraba profiriendo sus pensamientos en murmullos interminables, derramando sus secretos y sentimientos con la mirada fija en la luna y hablando sin parar. Encontró en este intercambio mudo de palabras un desahogo que no encontraría en ninguna otra cosa, en ninguna otra persona...

Así fue como Bruno terminó hablándole a la Luna.

Y Bruno se regocija sólo de recrear esa oración en su cabeza, porque en aquella lápida gris que él visita todos los viernes y derrama lágrimas amargas y melancólicas, se puede leer un grabado desgastado y sucio: "Luna Highlands"




Talking to the Moon [Bruno Mars OS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora