La verdad es que sólo quería encontrar tu olor del primer día y olvidarme de este último. Volver a ver tu sonrisa húmeda para mí.
Que me dedicases por un momento tu respiración y que el sonido de la puerta fuese de llegada y no de huida.
Pero te he llamado para decirte que me devuelvas mis cosas. Ya ves que sigo siendo un mentiroso.
Por querer sólo quería amanecer sin más de cien voces en la cabeza. Que esta resaca supiese a ti y no a mis ganas de olvidarte.
Andar cien pasos a la cocina y poner en la televisión cualquier película que no me recordarse a tus historias; mientras mastico cualquier guarrada, mientras digiero que no es contigo.
Sobrevolar el domingo, como quien cruza de largo una ciudad muerta en plena autopista. Autoresucitarme, quererme como te quise desde el primer día, y hasta el último.
Pero aún me ardían tus manos en las piernas, tus mordiscos en las comisuras. Tu serpenteante forma de escapar de un sitio del que nunca fuiste preso.
Que sonase el teléfono y tu voz ronca me pudiese una tregua de besos lentos en la nuca.
Concedértela, ser esclavos de nuestro error un par de horas más. Querernos como si nunca hubiésemos jurado dejar de hacerlo.
Retenerte en mi vida como si no fuese la tuya.
Porque sólo has llamado para pedirme que te devuelva mis cosas. Y ya ves que sigo siendo más tuya que del recuerdo.
Por pedir sólo pedía que no anduvieses en pijama con cara de haber dormido a intervalos. Que no llevases el pelo enredado, que tu naturalidad no fuese una vez más la reina de la cada.
Que no estuvieses tan guapa, joder. Que fueses la que rompía platos y no la que me destrozaba la boca a besos.
Que no hubieses abierto la puerta con cara de sueño y guerra. Que no me hubieses entregado una a una las cosas que dejé en tu dormitorio, como rehenes de nuestro propio secuestro.
Que al menos me hubieses invitado a desayunar, que hubieses esparcido el tiempo y el café por mis labios.
Verte acercándote en pijama declarando la intención de desarmarme. Dejarme ser, hacer y estar enamorado.
Pero solo me has devuelto una colección de pertenencias en cajas. Y lo único tuyo que había dentro era un edificio en obras de indiferencia.
Por sentir sólo sentía el vacío de los gritos que acaban en charcos en el suelo. Un vacío que tenía tu nombre, pero sabía a mis pérdidas.
El mismo vacío que representaba la escalera y mis ganas de jugar a que yo bajo corriendo y tú aún estás en el portal, pensando en cómo hemos llegado al abismo se sabernos sin desnudarnos, fanáticos del "no puede ser".
Religiosos de unas normas que dictaron otros, partícipes de finales que pudieron con gente que no tenía ni tu risa, ni mis cosquillas.
Imbéciles, víctimas de doctrinas para cobardes.
Circulares, como las imágenes estrelladas en este vacío acolchado que poco se parecía a nuestro sofá.
Por sentir sólo sentía el vacío de los gritos que acaban en charcos en el suelo.
Pero no estabas tú para secarlos. Ya ves que sigo ahogándome en los mares que abres con tu sequía.
Tal vez si tuviese la capacidad de demostrarte que no dormiría en la misma cama con el mismo olor dos días consecutivos. Que no me jugaría mis planes a las curvas de nadie.
Si pudieses ver que no hay un giro de argumento que cambie el mío; o que tal vez, y sólo como excusa, mi vida está dictaminada por un golpe de aburrimiento que me obliga a cambiar de juguete para incapacitarme ver las paredes negras en las que me siento a jugar.
Tal vez si no estuvieses tan ciega, si no fueses tan rara, tan catastrófica, tan desmesuradamente maravillosa... Te olvidarías de mí y me romperías el corazón.
Estaba buscando un motivo para darle sentido al puente que nos separa. He vuelto a olvidar que los motivos siempre están entre tus cosas, y que hace escasas horas te he devuelto todas estas.
Me despido porque me dijiste adiós en el primer beso, porque quererme siempre te supo a derrota y sólo ganamos en cuentos tristes para aquel que quiera escucharlos en nuestros imposibles.
Por eso, pese a que tus manos encajasen de muerte en mis costillas y me elevases a punta de pistola y canción clásica. El suelo de nuestro dormitorio siempre fue una autopista por la que tú escapadas y yo moría atropellada.
Tal vez si no hubiese puesto tanto esfuerzo en odiarte, o tú tantos ceros en enamorarme; yo me habría dado cuenta de que no había mejor manera de morir y tú ya habrías perdido la cuenta.
En uno de tus cuentos relatabas cómo una mujer compraba un piso. Contabas con detalle como seleccionaba la ubicación de este. El piso no estaba amueblado, pero tenía la luz que ella siempre había buscado... Tenía encanto, y tras unas inmensas cristaleras se podía divisar la parte más alta de la ciudad.
Vivía en un piso modesto que nunca le había acogido. Te dejabas las uñas en hacernos ver a todos cómo año tras año decoró y llenó de recuerdos hasta que consiguió hacer de ese piso que despreciaba su segunda piel.
Pero decidió cambiarla por la estructura que creía merecedora de todas sus pertenencias. Ordenó a terceros trasladar sus cosas a su nuevo hogar.
Una vez instalada desempaquetó las cajas para empezar a darle cuerpo al que iba a ser su nuevo escondite.
Al abrir las cajas, lloró su suerte al comprobar como más de la mitad de sus muebles, recuerdos y colecciones habían resultado dañadas en el traslado. Cientos de tesoros almacenados durante una década se habían perdido en algún lugar irrecuperable.
Y se quedó dormida abrazada a lo único que le quedaba, la certeza de que se había equivocado.
Aquí tienes tu historia triste, me he perdido en todas las mudanzas que un día me exigiste.