t r e s

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Sus respiraciones agitadas no eran suficientes, ni siquiera para atenuar el ritmo de sus pulsaciones y el sube y baja de sus pechos. Sus ojos seguían cerrados con fuerza y sus manos permanecían entumecidas mientras sus uñas se enterraban en los bordes de la mesa de madera.

Buena chica—la voz de Zayn se hizo escuchar con esa chispa de sensualidad que, Stephanie estaba segura, él no tenía que aplicar ni el más mínimo esfuerzo para producirla.

Dibujó en su rostro esa mueca de placer puro, esas arruguitas involuntarias alrededor de sus ojos mientras se levantaba con esos movimientos felinos, tan de él, del refugio que había encontrado sobre las piernas de hermana menor, la que sabía todo de él y de la que él sabía todo.

Mordió su labio inferior al verla desfallecida sobre la mesa. Soltó una bocanada de aire tibio mientras jugaba con sus labios hinchados repasando su textura con su lengua sólo para prolongar por unos instantes más aquel sabor a fruto prohibido. Sonrió cuando descubrió en sus comisuras aún un delgado manto de pequeñas gotitas blancas, impregnadas de aquel sabor a ella, el sabor de su primer orgasmo del día. Se pasó el pulgar lentamente por las comisuras y luego lo lamió. Pasearon por unos segundos en su lengua para penetrarse en sus papilas y grabarse en él el más placentero de los sabores en el mundo terrenal.

Su mirada se apartó de su entrepierna y comenzó a subir por los pliegues de su piel, su Monte de Venus libre de cualquier diminuto vellito, el suave cambio de tono en su piel tostada a su tono natural limitado a la marca de una diminuta tanga y su ombligo hundido y brillante por esa piedrita semipreciosa que destellaba a cada movimiento de su cuerpo. Subió un poco más del suelo y posó sus brazos alrededor de sus caderas curveadas para pasar a hacer el papel de una cárcel de la que ella no podría salir.

Se reclinó a ella y atrapó sus labios con ansiedad. Introdujo su lengua en ella para jugar con su paladar y sus manos se posaron a cada costado de su delgada cintura para atraerla un poco más a la orilla de la mesa. Su saliva sabía ahora diferente. Era pastosa, tibia, agridulce y con notas de café y tabaco... más el sabor de su corrida.

La saboreó sin prisa y con placer, como se hacía con un buen caviar. Era malditamente deliciosa y estaba tan caliente que casi quemaba su piel contra la suya. Quería volver a sentir su interior, quería sentir la presión de sus paredes sobre sus dedos y... sobre su miembro. Agonizó ante la idea de sentirla apretujarlo con su estrechez, recibirlo con aquel calor tan abrasador y empaparlo de sus abundantes fluidos. Bajó su mano derecha sin despegarse ni un segundo de sus labios y la comenzó a deslizar por el canal formado desde su ombligo hasta el inicio de su centro. Comenzó a acariciar familiarizándose de nuevo con aquel terreno recién descubierto, y terminó de introducir de golpe tres dedos a su resbaladizo interior.

Aaah—la sintió retorcerse debajo de su cuerpo mientras él tragaba cada uno de sus gritos.—Eres un animal, Zayn—ella susurró entre besos mientras jugaba con sus lenguas y llevaba sus brazos alrededor de su cuello.

Estuvo uno, dos, tres, cinco y siete, diez... diez eternos segundos sin mover la palma de su mano sólo para dejarla acostumbrarse a él y prepararla para lo que venía. La sintió dilatarse un poco, casi nada. Maldijo para sus adentros, si ella seguía manteniéndose así de estrecha sería un problema continuar con aquello. Movió un poco, a modo de palanca en su interior. Círculos, arriba, abajo, de lado a lado y ella seguía tan estrecha, tan apetitosa. Terminó de sacar la falda de sus caderas para dejarle el sostén como única prenda. Aquella imagen era digna de una portada especial de Playboy.

Cesó los besos por un momento para verla arrugando su frente a cada movimiento de dedos que él hacía. Si seguía a ese ritmo, su segundo orgasmo vendría en menos tiempo de lo esperado. Sintió endurecerse hasta lo imposible ante la idea y comenzó a dolerle la presión de sus bóxers. Refunfuñó y le robó un beso antes de bajar a sus senos para lamerlos y llenarlos de su saliva. Su sostén estaba tan tenso que, estaba seguro, de un momento a otro explotaría si no hacía algo con él. Entonces se sintió bondadoso y, con su mano libre, lo desabrochó para sacárselo y dejar expuestos aquel par de erectos pezones duros como roca. Sus labios no quisieron esperar a probarlos. Y él... él tampoco podía esperar más. Los masajeó, los apretó, los lamió, succionó de ellos; hizo con ellos lo que se le placía. Su polla ya dolía y le exigía a gritos desesperados libertad. No se torturó más y sus bóxers se deslizaron presurosos hasta el suelo.

Placeres indebidos ➳ |z.m|  o.s.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora