Cuando por fin me decidí a escribirte

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Ella era perfecta, el grosor de sus labios, la redondez de su pupila, el largo de sus pestañas, la forma de su cabeza, el brillo de sus uñas y como estas encajaban en sus dedos, su olor, la manera que tenía a veces de arrastrar las palabras mientras hablaba, ese gesto de no entender nada un tanto patético que ponía cuando algo le entrañaba, la forma de colgar la mochila sobre sus hombros, su torpeza, su seguridad y su íntima inseguridad,  sus ojos, su media sonrisa y su sonrisa entera, el sonido constante de sus pasos desde lejos, el color de su pelo, su indiferencia, su cara de preocupación, su enfado, su ingenio, esa habilidad que poseía de ver fácil lo más complejo, su voz dirigiéndose a mi, sus ojos mirándome, ella en mis sueños y aun es perfecta, el color de sus labios, el rosado de su lengua, la anchura de su espalda, la caída de sus ojos almendrados, lo graciosa que se veía al correr, como me miraba a veces por encima de sus oscuras gafas de sol, como sonaba mi nombre en su boca, la forma de decepcionarme sin saberlo, la manera en la que absorbía mi vida,  el como me lo quito todo al tener que marcharse, al no enterarse de todo lo que yo pensaba, era perfecta esa manera de ser ella misma, la anchura de sus fosas nasales, la redondez del lóbulo de sus oreja, la oscuridad de sus ojos, su nombre, su casa, su habitación, los recuerdos que guarda, el deber de desaparecer de mi vida y no poder volver. Aún así estoy segura de saltarme algo, ah sí, la forma que tenia de hacerme sentir especial. Ella era todo eso y más, aunque no estoy segura que lo supiera. La amaba tanto, la amo tanto. Ha pasado tan poco tiempo, pero tantas cosas.

Esto, aquello y lo otroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora