Oteando la explanada, desnuda, árida, abrasada por el Sol.
Areniscas se desvanecen bajo las suelas de mis botas; y bajo una piedra un brote amaga con asomar.
Mis ojos vuelven a engañarme; la decepción es casi tan grande como mi tristeza al ver que ya es demasiado tarde.
El brote está cercenado, como un hijo arrebatado a su madre. Ya no hay nada. Sin vacilación, es una gran tragedia.
Cierro los ojos con fuerza, mi puño aprieta la rama, ira es lo que me corroe ahora. Siento el cosquilleo de unas tímidas lágrimas que resbalan por mis mejillas.
¿Para qué me trajiste aquí?. Ya parece no haber lugar donde ir. Mis pasos continúan por inercia, pero ya no esperan nada. Tan solo reclaman descanso y quietud.