Esos ojos

370 48 60
                                    

Hace semanas que la niña no habla con nadie, y días que no sale de su habitación. En los últimos ni siquiera ha comido o dormido. Lo que en un principio eran susurros, ahora resuenan fuerte y claro en su cabeza una y otra vez, sin cesar un instante: "te comeré viva". El monstruo está detrás de ella, día y noche.

La pequeña le teme, sufre cada segundo que éste respira a su espalda. No puede escapar de él. Su aspecto es horrible; múltiples brazos deformes, piel putrefacta y una sonrisa eterna, de la que fluye hasta el suelo negro alquitrán. Siempre masticando con sus miles de dientes el cadáver seco de alguna cría de pájaro o rata; la niña tiembla al oír cómo crujen los huesos dentro de su boca. Pero lo que ella más odia son sus ojos, diminutos y pálidos, como sin un alma que encerrar, observándola siempre. Ojos que penetran en los más profundos sueños y memorias de la niña y no la dejan. La pobre haría lo que sea por no volverlos a ver.

—Ya mi amor, tranquila... no hay monstruo, yo te cuido... —le dice su madre abrazándola por horas y acariciando su cabeza, sin saber qué más hacer por su hija, habiéndola llevado inútilmente con todo tipo de expertos. La niña ve al monstruo ampliar su sonrisa, el cual parece divertirse especialmente por el dolor de la mujer.

...

Hoy, un trozo de cristal hirió el pie de la pequeña y un hilo de sangre, roja y brillante, corrió lentamente por su piel. El silencio de pronto se hizo presente; el monstruo se había callado, borrado su horrenda sonrisa y, con una expresión de inmenso terror, alejado de la niña. El corazón de Sarai se llenó de felicidad cuando lo vio salir huyendo por la ventana. No lo podía creer. Al decírselo a sus padres los tres se abrazaron entre lágrimas de alegría.

El monstruo volvió en la noche, con su sonrisa, su ruido y sus blancos ojos, apagando todo feliz sentimiento, pero ya se había encendido algo que hace tiempo no había en la pequeña; Esperanza.

Decidida, tomó un alfiler y se pinchó un dedo con él. El monstruo, al ver la sangre, se contorsionó emitiendo espantosos gemidos y nuevamente se esfumó, dando paz a la niña. Pero volviendo solo unas horas después y trayendo consigo la correspondiente agonía.

La pobre haría lo que sea para no volver a ver esos ojos.

Esos ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora