Viviendo en la calle

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<<No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes>>. Esa frase había cobrado demasiado sentido en mi vida desde hacía tiempo. Un día lo puedes tener todo: familia, amigos, trabajo, dinero... Pero al siguiente puedes no tener absolutamente nada.

Seguramente con el aspecto que tengo ahora mismo o incluso por mi comportamiento, nadie imaginaría que hasta hace unos años yo era una de las mejores empleadas de la empresa ZARA.

La gente que pasa a mi lado, aunque no saben nada de mi vida, se atreven a juzgarme cada día. Creen que no me doy cuenta, pero cada vez que a alguien le da por mirarme con lástima y se intenta acercar a ayudarme, otro le responde que sería una pérdida de tiempo. La mayoría de las personas piensan que mi situación me la he buscado yo misma, pero yo se bien que no es así. La gente se ríe cuando alguien les dice que a ellos también les puede pasar esto porque es imposible de creer, yo misma sigo sin creerlo. Seguramente imaginan que soy como yo misma decía que eran las personas que se encontraban en esta situación cuando yo paseaba por esta misma zona. Siempre había juzgado a la gente así diciendo que estaban así por la bebida, por drogas o cosas así. Ahora me he dado cuenta de que esto le puede pasar a cualquiera, al que menos se lo espere.

Me gustaría saber si algunas de estas personas que me miran con desagrado podrían vivir así, en esta situación, en la calle intentando sobrevivir con lo mínimo que encuentres aunque sea en la basura, como personas sin techo. Seguramente sus ideas cambiarían.

Toda mi vida cambió hace tres años exactamente. Tenía veinticinco años, soltera y a cargo del piso que tenía gracias a mis padres fallecidos muchos años atrás. No tenía hermanos, por lo que alguna ayuda que pudiera recibir era imposible. La única familia que tenía eran dos primos que vivían en otro país, pero nunca había tenido trato con ellos, así que eso no facilitaba mucho las cosas. Justo después de morir mis padres, encontré un trabajo en la famosa empresa ZARA. Las cosas iban perfectamente hasta que un año después de trabajar allí la empresa decidió remodelar la plantilla de empleados debido a la aproximación de una fuerte crisis que poco a poco estaba afectándonos. Yo en ningún momento me preocupé por la situación. Pensaba que yo no sería una a las que despidieran, pero fue una gran equivocación. Ahora mismo pienso que si en ese momento me hubiera preocupado más y hubiera buscado más salidas, no me encontraría así.

Despidieron a un grupo de empleados de casi cincuenta personas y yo estaba entre ellas.

Sin previo aviso me encontré sin trabajo y durante los meses en los que podía mantenerme gracias al desempleo, busqué trabajo en todos los sitios posibles: heladerías, cafeterías, tiendas de ropa, supermercados, etc. Pero no pude encontrar absolutamente nada. Poco a poco la crisis estaba afectando a muchos comercios, disminuyendo la probabilidad de encontrar trabajo.

Unos meses después dejé de cobrar el desempleo que me correspondía por derecho y me encontré sin nada. Desesperada intenté pedir el subsidio, la ayuda para poder seguir manteniéndome, pero desgraciadamente la rechazaron. No tenía hijos así que no estaban obligados a dármela. Me encontraba totalmente perdida y pensaba que mi situación ya no podía empeorar más, pero una vez más me equivoqué. Un día de Abril recibí una carta del banco. Ya no podía pagar el piso que me habían regalado mis padres.

Un tiempo antes de que ellos murieran se habían ocupado de buscar un buen lugar donde yo viviese a gusto y después de pagar la señal lo dejaron a mi cargo. Después yo me encargué de la hipoteca. En ese tiempo, gracias a mi trabajo y a mis padres, yo conseguía mantenerme perfectamente. Unos años después, cuando ellos murieron en un accidente de tráfico, pude ver que la vida sin ellos no era tan fácil.

Cuando leí la carta del banco sentí que el mundo se me venía encima. Apenas conseguía comer cada día porque debía mantener mi casa pagando la hipoteca y ahora después de tanto sacrificio, el banco quería arrebatármela. Ya no me quedaba nada. Intenté pedir ayuda a los pocos amigos que tenía, pero ellos no podía permitirse el lujo de prestarme dinero, más que nada porque la crisis no sólo estaba afectándome a mi. Algunos de ellos habían tenido que irse de alquiler y no podían ayudarme. Otros meses más buscando algo. Esta vez sitio donde vivir, aunque había perdido las esperanzas de todo. Las había perdido junto a mi casa, mi trabajo y mi dinero.

Nunca pensé que me vería como me veo ahora, casi sin ropa, sucia y perdida, pero nunca se sabe lo que puede pasar. Para poder comprar comida tuve que vender muchas de mis pertenencias en una tienda de segunda mano. Una de esas pertenencias era mi ropa. Lo único que puedo hacer ya es esperar. Esperar a que mi situación mejore. Mientras, debo seguir aquí, en esta estación de metro intentando protegerme del frío, de la lluvia y del calor. Algunas veces hay alguna que otra persona se acerca a mí y me da una moneda, con suerte dos. La mayoría siguen dirigiéndome miradas acusadoras, de despreocupación, de pena y sólo algunas, de asco. Cuando recibo miradas de asco tengo ganas de gritar. Tengo ganas de levantarme y gritarles que esto les podría pasar a ellos, pero ya no me quedan fuerzas para hacerlo. Sé perfectamente que mi aspecto es repugnante, pero que aún así sigo siendo una persona y me gustaría que me trataran como a tal. Me gustaría que ellos supieran que antes de esto yo era una chica igual que cualquier otra, era una chica feliz.

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