No sabía cómo, pero había ocurrido. Finalmente debía reconocerlo, al menos para sí mismo. ¿Cómo era posible? ¿Y desde cuándo se sentía así? No era más que una chica del montón, con uniforme holgado y pelo indomable.
Casi ni recordaba la primera vez que había reparado en ella. Fue durante su primer año en Hogwarts por supuesto, pero tan solo recordaba a una niña repelente y sabelotodo que sin comerlo ni beberlo, y -al igual que Ronald "Comadreja" Weasley- se había convertido en la sombra inseparable del gran Harry "Cara-Rajada" Potter.
Fue en su segundo año de estudios cuando realmente reparó en la chica y comenzó a hacerle la vida imposible con sus insultos. Sangre Sucia era por descontado al que más recurría. De hecho todavía podía recordar con total claridad la cara de la muchacha cuando escuchó salir esa denigrante palabra de sus labios. Realmente la había herido, pero le dio igual, es más, disfrutó tremendamente con ello. No la soportaba y que mejor aliciente para él que causarle dolor. Incluso recordaba cómo había llegado a desear su muerte cuando se supo que el monstruo de Slytherin andaba suelto por el castillo. Ahora se arrepentía profundamente de haber pensado aquello.
Con el paso del tiempo la chica fue haciéndose más inmune a sus insultos. Cada vez demostraba ser más fuerte ante la actitud de él, hasta que en su tercer curso en la escuela de magia y hechicería, mostró que era una digna alumna de la casa de Gryffindor, cuando harta ya de su comportamiento egoísta, narcisista y malcriado, sacó sus garras de leona y le propinó un puñetazo en la nariz. Sólo ahora, años después, era consciente de que nunca sintió la necesidad de vengarse por ese acto de la castaña. Era cierto que se había sentido humillado -después de todo no sólo había sido golpeado frente a sus incondicionales "gorilas" Crabbe y Goyle, sino frente a Cara Rajada y a Pobretón Weasley- eso, desde luego, hubiera sido motivo más que suficiente para devolvérsela con creces, pero nunca tuvo la necesidad de buscarla para darle su merecido. Y ocasiones no le hubieran faltado. Después de todo, ¿cuántas veces no se la veía sola por los pasillos del castillo, de camino a la biblioteca o a su sala común tras pasar largas horas con la cabeza metida en los libros? Era ahora, tras este tipo de reflexiones, cuando se preguntaba si ya entonces no sentiría algo por la Traga-Libros de Granger.
Después de eso llegó el cuarto curso, y con él el Torneo de los Tres Magos, que esta vez resultaron ser cuatro. Y, cómo no, Pipí Potter tenía que estar involucrado. Siempre conseguía ser el centro de atención en todo. Como odiaba eso. Pero ahí no quedaba la cosa. Para liar más la madeja ese año dos escuelas fueron invitadas a Hogwarts para la participación en el dichoso torneo – Durmstrang y Beauxbatons- y entre los alumnos invitados estaba nada más y nada menos que el gran jugador de Quiddich, Victor Krum. No iba a negar que al principio se sintió orgulloso de que alguien famoso compartiera mesa con Slytherin, pero después el búlgaro tuvo que poner sus ojos en Granger. ¿Cómo era posible? ¿Qué le había visto a esa chica insípida, que nunca lograba lucir el uniforme escolar como el resto de alumnas y cuya piel nunca había rozado siquiera una mota de polvo de maquillaje? Una chica que sólo encontraba aliciente en los libros y los estudios, y que -estaba tan convencido que pondría la mano en el fuego- jamás había sido besada por nadie. Si ese jugador tan famoso, que podría tener a sus pies a cualquier chica que se propusiera, se había fijado en ella, era que definitivamente el mundo estaba más loco de lo que creía.
Cuando llegó la noche del estúpido baile de los campeones del torneo, vio con asombro que Granger iba acompañada de Krum. Pero eso no fue lo que más le sorprendió de aquella noche. Es cierto que la chica había dado un cambio enorme. Jamás la había visto de aquella forma. Con su pelo liso en un bonito recogido, un hermoso vestido que marcaba su figura de manera sugerente y maquillada de manera sencilla pero exquisita. Estaba radiante, era cierto. De hecho se dio cuenta de que no era el único sorprendido por el cambio de la Gryffindor, muchos otros asistentes del baile repararon en ella, asombrados tanto por su belleza como por su acompañante. Pero lo que más sorprendió al muchacho fue darse cuenta de que prefería a la Hermione Granger de siempre. Le gustaba verla pasear por los pasillos con su uniforme dos tallas más grandes de lo necesario, cargada de libros como siempre, con el nido de pájaros que tenía por cabello y con el ceño fruncido a causa de la concentración.
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