Cuento Original

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La magia con sus increíbles colores y formas siempre ha asombrado y deslumbrado a todos los mortales. A pesar de todas sus utilidades sigue siendo insuficiente ante los problemas más grandes de la humanidad como la pobreza o la codicia. Siempre que existan personas adineradas también existirán aquellos que no tienen nada.

La historia que les vengo a contar sucedió en mundo lleno de magia, pero que al igual que el nuestro no está excepto de la pobreza y el sufrimiento. Todo empezó con tres niñas huérfanas, quienes fueron abandonas a su suerte después de la muerte de sus padres, y que al no tener otros parientes que se encarguen de ellas quedaron desamparadas en su desdicha a la espera de la muerte como su único salvador.

Sea por coincidencia o destino, un viejo hechicero llegó al pueblo cuando dichas niñas estaban en plena agonía, y al verlas tendidas en el suelo vestidas con esos harapos y en un completo estado de delgadez, se sintió conmovido. Levantándolas una a una las llevo hacia su carroza, un extraño artefacto que no necesitaba de la fuerza de caballos, sino que por medio de mecanismos era capaz de moverse a órdenes de su creador.

Sintiendo la indiferencia y conducta detestable de los habitantes del pueblo, el hechicero decidió dejar aquel lugar seguido por su curiosa carroza. Cruzando un bosque tenebroso se adentró en un lugar mágico rodeado en su totalidad de la naturaleza. Aquel día el anciano curó y cuidó a las niñas, quienes gustosas aceptaron a aquel hombre como su nuevo padre y maestro.

Al ser tan pequeñas y sin saber sus verdaderos nombres, su nuevo padre decidió llamarlas Esperanza, Ángela y Celeste. La menor de ellas era entre las tres la más alegre y pacífica, por lo que su padre decidió llamarla Ángela, por la angelical sonrisa que siempre tenía en su rostro; por el contrario a ella, la segunda hermana tenía en su interior el espíritu de la libertad y el individualismo, por lo que fue nombrada Esperanza, en señal a su positivismo inquebrantable; diferente a las antes mencionadas, la hermana mayor era la más serena y precavida, quien en todo instante procuraba no perder su juicio, por lo que fue nombrada Celeste, como el hermoso y tranquilizante cielo que su padre tanto gustaba observar.

El padre al ser un hombre de mundo y que había vivido por tanto tiempo, intentó transmitirles todos sus conocimientos a sus hijas. Los conocimientos domésticos como el cocinar, lavar y limpiar, para que sepan cuidar sus propios hogares en el futuro. Los conocimientos sobre los distintos mecanismos que él había inventado, para que en el futuro puedan crear sus propias invenciones. Los conocimientos sobre todo el mundo mágico, para que puedan ser grandes hechiceras como lo era su padre.

La más reacia a aprender era Ángela, quien poco interés tenía en los inventos de su padre, sino que por el contrario soñaba encontrar a un esposo hechicero como ella que compartiese su misma pasión por la magia, por lo que puso todos sus esfuerzos en aprender las labores culinarias y mágicas. Por su parte, Esperanza no tenía ningún interés amoroso, el cual sumado a su espíritu independiente le hizo enfocarse en aprender todo lo necesario de la mecánica y la magia, y hacer de ellas sus herramientas de trabajo para el futuro. Celeste, en su rol de hermana mayor siempre era prudente y obediente con su padre, por lo que sin rechistar aprendió todo lo que aquel hechicero les quiso enseñar.

El mundo de los hechiceros al igual que cualquier otro mundo se rige por reglas y códigos que buscan generar el orden en una sociedad repleta de seres extraordinarios. Todos estos conocimientos también se les fue enseñado a las niñas, con el fin de que estas estuviesen preparadas ante cualquier situación. Uno de los códigos más importantes de los hechiceros, estipulaba que todo futuro hechicero debía empezar su viaje a la edad de dieciocho años, información que a las niñas no les pareció importante por la edad que tenían.

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