"Sentir es un pensamiento extravagante"
Fernando Pessoa
Las cosas que utilizamos todos los días se convierten en piezas indispensables para evitar sobrellevar un rompimiento. Una toalla de baño, una almohada, un sillón, pasta dental. Todo se vuelve herramienta del apego. Tengo por costumbre recolectar objetos de cada persona en mi vida, una revista, un disco, una tarjeta de presentación. Un recuerdo.
Él me contó que su primera mirada hacía mí se fijó en mis nalgas y mis piernas. Estábamos en una clase de teatro y vio cómo se balanceó mi cadera. Pocos días después de aquella clase, salimos. Trato de recordar el lugar pero olvidé el nombre, era una cafetería pero ambos pedimos cerveza de barril. El lugar era oscuro decorado con tonos ámbar provenientes de las luces tenues de la barra y la calle.
Propuso irnos a su departamento y de camino fuimos a comprar vino tinto a un súper mercado abierto veinticuatro horas. En su departamento abrimos la botella, después, todo lo que pudimos.
Era un lugar lleno de presencias, fotos de ella, libros, discos, ropa, desorden, olores, nada de comida, bebidas. Él. Empezamos a oír música, platicamos puras novedades. La belleza de un primer encuentro es que todo es una bocanada de aire fresco. El sonido de su voz, sus temas y sus palabras son un descubrimiento continuo.
─Me gustan los lunares ─ le dije, le mostré los pocos que tengo, uno en mi muñeca, otro en mi ceja y finalmente el de mi cuello, al llegar a este último, lo besó. Me estremecí. Silencio. Aunque ahora que lo escribo parece evidente hacía donde nos dirigíamos, yo no lo sospechaba.
Comenzamos a besarnos; su lengua era inquisitiva, su piel era, para mi sorpresa, muy suave y blanca. Nos abalanzamos uno sobre el otro, nos devoramos con una extraña ternura, inusual entre dos extraños.
Los besos destaparon los cuerpos. La piel, las formas y los vellos se confundían entre ellos. Una pequeña línea negra separaba su blanca piel de la mía más oscura. Nos acostamos en un sillón ¿o era una cama? Y ofreció su más complaciente penetración. Ni siquiera recuerdo en qué momento se puso el condón. Fue realmente sorprendente. Una humedad explosiva, intensa y nueva nos inundó. Exquisito. Sonidos. La música estridente que generan dos cuerpos siendo uno. Lo logramos. El arco y el violín balanceándose uno en roce con el otro con múltiples fuerzas, cambiando el ritmo, la intensidad y la armonía. Melodía. Fue agotador.
El tamaño de su sexo me sobrepasó. Amanecimos ridículamente juntos en la comodidad de un desnudo abrazo. De pronto se oyeron entrar las llaves de ella dentro del cerrojo de la puerta principal. Él corrió a la entrada, cerró la puerta de la habitación donde estuvimos y quedé a salvo. Oí voces en la estancia, di dos pasos hacía la puerta y puse el seguro en la chapa, enseguida se escuchó un intento por abrir esa misma puerta. Afuera algo se desbarataba pero no pudo llegar hasta mí en todas sus formas.
Continuaron los encuentros. Igual de fortuitos, novedosos y exquisitos que la primera vez.
Llegó a haber un abrazo espontáneo que significó "te extrañe". Un beso con un toque pequeño de amor en medio de una calle cerca de la ciudadela. Y finalmente una separación lógica. No hubo objetos que recolectar pero algo se me quedó olvidado en esa cafetería, en ese departamento o en ese sillón que no podré recuperar jamás.