CAPÍTULO 2

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Me levanté muy temprano, con ganas de conocer la ciudad sentado en el taxi. Un muñeco de Elvis bailaba en el retrovisor. Todos los distritos de Nueva York se iban cruzando en perpendicular bajo mis ruedas. Llevaba ya cinco horas dando vueltas y nadie me paraba. A mi primo esto le iba a enfadar mucho, así que empecé a ir más despacio, fijándome en todas las personas que se acercaban al taxi. Uno en mi cara, lo dejó pasar y cogió el que venía detrás.

Empecé a pensar que era mi pelo revuelto, así que abrí la guantera y me peiné con un frasco de colonia caducada y me hice un elegante tupé. Pero nada, que la cosa no marchaba. Hasta que me di cuenta que no había encendido la luz del cartel de libre. ¡La gente se pensaba que estaba haciendo algún servicio y por eso pasaba de largo!

Me sentía tan avergonzado de mí mismo, que en ese instante comprendí cómo ella se fue con el indio bailón. Yo era un miserable, una rata ponzoñosa, un tío que jamás enamoraría a ninguna mujer. Cuando tenía casi completa esa sarta de piropos que iba sacando en mitad de los semáforos, la suerte del día me cambió: una señora se metió en mi taxi. Rubia, estilosa y sin parar de hablar por el móvil. Solo se dirigió a mí para indicarme dónde llevarla.

—Por favor, a la 43.

—Marchando —dije de forma alegre.

—Ya estoy mayor y quiero delegar —gritaba por teléfono.

La iba mirando por el retrovisor. Mientras, Elvis movía la cadera para el Empire State.

—Perdone, ¿le importa que abra un poco la ventanilla?

Ella parecía no escucharme. Y seguía enfrascada en una conversación de una manera poco amable.

—Sí, la necesito. Pero estoy viendo un sinfín de chicas que no les interesa nada este trabajo. Tiene que reunir unas cualidades muy específicas. No, no, el físico me da igual. Se tiene que mover bien. Y estar dispuesta a trabajar horas. Los clientes demandan a veces trabajos que no son fáciles de conseguir.

Bajé la ventanilla y mi tupé se derritió con el aire caliente que entró de repente en el interior del taxi.

—Haga el favor de subir la ventanilla. ¡Me estoy asando de calor! —dijo poniendo la mano sobre el micrófono de su móvil.

Y añadió:

—Perdona, es que voy en un taxi y me estaba despeinando.

Puse la radio. Me parecía un poco incorrecto, estar escuchando conversaciones ajenas. Ella al momento me dijo:

—¿Puede bajar el volumen? ¿No se da cuenta de que voy hablando?

—Disculpe, no era mi intención...

La señora colgó el teléfono y sacó de su bolsillo un perfumador de borla, comenzó a apretarla nerviosamente y expandió un delicioso aroma por todo el coche.

—Hijo, no sé cómo puedes trabajar aquí, en esta cochambrera. Y con este calor pegajoso, que lo único que hace es derretir mis muslos.

—Por favor...no sea tan gráfica.

—Es una frase hecha, no creo que te escandalices, jovencito.

Y añadió:

—¿No tienes aire acondicionado?

—No sé cómo va.

—Quizás, si das a esa rueda y eliges el segundo botón, podamos respirar algo —dijo abanicándose con un folleto de publicidad.

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⏰ Última actualización: Jan 21, 2016 ⏰

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