Hello?

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*Antes de leer el relato por favor pónganle play a la canción "Hello" de Adele (está en multimedia)*

— El número al que usted ha llamado no existe. — dijo la voz de la operadora de la línea telefónica.

Era una respuesta que ya conocía, la recibía cada vez que llamaba a ese número. Cuando despertaba en las noches y me parecía ver "el fantasma de Diana", marcaba el número y esperaba el milagro de ser atendida por alguien que no fuera una máquina. Me quedaba con el teléfono pegado al oído como si ese fuera el instrumento necesario para que ella se comunicara conmigo y no se quedara mirándome. Nunca ocurría.

Los 3 deseos al soplar la vela de cumpleaños, los 12 deseos cuando se comían las uvas a media noche de "año nuevo", todos los dientes de león que usaba, todas las veces que miraba el reloj y marcaba las 11:11 pedía el mismo deseo: "Escuchar la voz de Diana". Solo una vez, me bastaba solo escuchar un "hola" para empezar a sacar todo lo que tenía dentro, para decirle cada una de las palabras que me repetía en mi cabeza desde el momento en que vi a una ambulancia en la puerta de mi casa.

Diana era mi hermana menor por 12 minutos y 34 segundos, según mamá. Tuvo problemas al nacer así que en cuanto salió del vientre tuvo que mudarse a una incubadora. Creo que esa fue una de las razones por las cuáles ella siempre me pareció más frágil. Solo yo parecía percibir su fragilidad porque para el resto del mundo éramos exactamente iguales en todo, desde nuestra forma de pensar hasta la forma de nuestras uñas. Mismo color de cabello, de ojos, nuestras narices eran exactamente iguales. Aunque nuestra madre nos recordaba que en el mundo no existían 2 cosas iguales, de niñas creíamos que nosotras éramos la excepción a esa regla.

Pero a los 15 años me di cuenta que ya no quería ser la excepción, ya no quería que me confundieran con Diana. Estaba aburrida de siempre escuchar "¡Diana! ¿Carol? ¿Eres Diana o Carol?" así que una tarde me fui con mis amigas de la secundaria a una peluquería a que me ayudaran a "encontrar a Carol" y resultó ser que "Carol" no era la chica de cabello largo y castaño oscuro, era una pelirroja con el cabello en melena.

Cuando Diana me vio con mi nuevo estilo se sorprendió, supuse que fue porque yo ya no era su "espejo", porque ya no habría forma que finjamos ser la otra.

— Te ves diferente. — me dijo mientras yo no dejaba de mirarme en el espejo de nuestra habitación.

— Precisamente ese era el objetivo de todo esto.

— Creí que te gustaba que seamos iguales. — por su tono pude notar lo lastimada que se sentía por mí dese de ser diferente a ella.

— Me gustaba cuando éramos niñas pero ya crecimos, no podemos seguir jugando a vestirnos iguales o a intercambiar identidades, Di. Quiero ser yo, quiero que la gente me conozca por mí misma, no porque tengo una gemela y es exactamente igual a mí.

Desde aquel día no solo mi aspecto físico cambió sino también la relación con mi hermana. Simplemente nosotras ya no congeniábamos, a ella no le caían mis nuevos amigos y a mí me parecía aburrida su vida. Dejé de interesarme por las actividades que ella hacía, comencé a faltar a todas sus presentaciones de teatro y a cualquier cosa que implicara un "tiempo de hermanas". Mi madre intentó reunirnos muchas veces pero yo siempre me las ingeniaba para convencer a Diana de mentir y decir que estuvimos juntas toda la tarde cuando en realidad yo me iba a una de las muchas fiestas a las que me invitaban.

— ¿Carol, te encuentras bien? — me preguntó Alejandro trayéndome de regreso a la realidad. Diana seguía de pie en la puerta, mirándome. La primera vez que me pareció ver "su espíritu" no me asusté, creí que era una consecuencia de las pastillas, las siguientes veces tampoco me asusté porque Diana solo se quedaba mirándome.

— Ella está aquí. — le informé a Alejandro. Él dejó escapar un suspiro de cansancio y volvió a tenderse en la cama para seguir durmiendo. Él no era mala persona, ya me había intentado ayudarme a comunicarme con Diana, me acompañó a todas las reuniones que tenía con varias Médiums pero nunca ocurría nada. Él se cansó y me pidió que lo superara.

Pero no podía superarlo porque era mi culpa. Quizá si hubiera cambiado algo en algún momento ella no hubiera sufrido nada, ella habría sido feliz.

— ¿Por qué no le hablas tú, entonces? — preguntó Alejandro. — ¿Por qué no lo intentas?

Porque yo quería que ella me respondiera, quería saber que ella podía llegar a disculparme y que las palabras que fuera a decir no se quedaran simplemente en el aire.

— Mañana también es su cumpleaños, ¿por qué no le regalas una disculpa y así ambas continúan con la parte que les toca?

Y era gracias a ese consejo por el cual estaba "celebrando" mi cumpleaños en un cementerio, junto a una placa en el piso que tenía el nombre de mi hermana. Alejandro me dijo que me esperaría en el auto y que me tomara el tiempo que quisiera.

Pasaron 2 horas y aún no salía ni una sola palabra de mi boca.

A mi hermana le habían pasado muchas cosas que solo me enteré cuando leí su diario. No me percaté ninguna de las veces que ella se encerraba en el baño para encender la ducha y que no la escucharan llorando, no sabía de los insultos que recibía, no sabía lo sola que ella se sentía porque no "podía encajar" en ningún lugar, no sabía que la hería cada vez que le pagaba para que le dijera a mamá que yo estaba con ella, cada vez que pasaba junto a ella y la ignoraba como si no existiera, cada vez que prefería a cualquier persona por encima de ella.

Se suponía que éramos un equipo, se suponía que juramos que seríamos las 2 contra el mundo. Y yo le di la espalda.

Me puse de pie y me alejé hacia el estacionamiento del cementerio. Por instinto me di la vuelta para echar un último vistazo a su lápida y la vi de pie, con la misma expresión de siempre.

— Hola. —saludé. Ella, como siempre, no respondió pero hizo una mueca, de ese tipo de muecas que siempre hacía cuando me veía salir a una fiesta.

Me parecía que se estaba haciendo más pequeña, como si se estuviera alejando. Se estaba alejando de mí. Caminé hacia ella intentando estrechar la distancia entre nosotras. No tenía más tiempo, no podía dejar que pasaran más años sin que yo le dijera lo que sentía.

— Di... — susurré. Era incapaz de dar otro paso más y sentía que había algo en mi pecho que me impedía respirar. — Lo siento, lamento haberte hecho a un lado, siento mucho todo lo que te hice, fui una egoísta, SOY una egoísta. Incluso cuando estás muerta no soy capaz de dejar a un lado mi orgullo y decirte lo mucho que te quiero, lo mucho que te necesito. Necesito a mi hermana, extraño a mi gemela.

Las lágrimas caían sin que me molestara que mis gafas se empañaran.

— ¿Puedes entenderme, Di? ¿Puedes escucharme? — No respondió pero seguía alejándose. — Lo estoy intentando... Discúlpame, por favor, discúlpame por no haberte recordado lo importante que eras para mí, por haberte fallado tantas veces. No puedo seguir adelante si tú no me disculpas.

Y cuando pronuncié esas palabras de mi cuenta que los papeles se invirtieron, que ahora yo la necesitaba a ella, y con desesperación.

Diana simplemente se encogió de hombros. Tal como yo lo hacía cuando mamá me preguntaba si yo sabía algo de lo que le pasaba a mi hermana.

Pero Diana no era como yo. Ella sabía que parte de ser hermanas era estar molesta con la otra, pelear, gritarse e incluso decir cosas hirientes. Seguíamos siendo hermanas, seguíamos necesitándonos. Ella me necesitaba para mantener vivo su recuerdo y hacer todas las cosas que a ella le habría gustado hacer. Y yo la necesitaba para sentirme protegida y acompañada al enfrentar la vida.

Ella me sonrió y asintió.

Sabía que esa era la última vez que la vería, al menos su imagen. Ahora a Di le tocaba irse por su cuenta.

Hello? (#Playlist)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora