Capítulo 1: "La figura inhumana"

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Sus ojos oscuros miraron los de ese chico en el suelo, y un instinto asesino la invadió de repente, estos perdieron el color, perdieron la inocencia, aquellos que le rodeaban le instaban a hacerlo mientras reían, y ella con la rabia dentro de su corazón, el odio y la repugnancia le invadieron sus pensamientos y se transformó en rencor puro. Con la piedra que sostenía en sus manos frágiles, maltratadas y pequeñas, azotó el cráneo de aquella persona, una vez, otra vez y a la tercera empezó a escurrir un líquido color rojo y tibio de la cabeza irreconocible de ese muchacho...

Era un día lluvioso y Emilie miraba por la ventana de su casa como las gotas corrían haciendo esas competencias de las que todos hemos sido espectadores. Su hogar era un lugar oscuro, lo suficientemente oscuro como para que afuera pareciera ser de día, aún sin sentirse ni verse la luz del sol a través de las negras nubes que le cubrían, dejando así entumirse los huesos de la pequeña.

A pesar de todos los intentos por sofocar estas cosas, los pensamientos sombríos, nacidos de lo más profundo de sus recuerdos borrosos, volvieron a asolar su mente como todos los días, y empezó a sentir miedo, el mismo que siente una presa indefensa al ser acechada por un cazador astuto e incansable.

El único familiar que tenía era un tío que no sabía de dónde había salido, sus padres habían muerto por causas que no comprendía del todo y no tenía a nadie realmente cercano, por lo que la mayor parte del tiempo se sentía sola, la palabra amigos le parecía extraña, y no la solía ocupar mucho, en el colegio lo mejor que sabían hacer era molestarle y para tener nueve años de edad era un sentimiento algo perturbador, aun así era peor pensar en que llegara la noche, cuando los monstruos lloraban desde lo profundo de aquel lugar.

De pronto vio acercarse un auto mediano que se estacionó en el porche de la casa. En los ojos de Emilie se podía sentir el espanto e incluso el dolor al verlo. Una figura grande, de un metro noventa se bajó del armatoste de metal, calvo y con anteojos, contextura fuerte y algo tosca, como los boxeadores americanos que mostraban en la televisión, y apenas éste puso un pie en el charco de agua que estaba justo donde quedó el Volkswagen, ella corrió a su habitación y se escondió en un lugar distinto al de ayer, tal vez un poco mejor, esperando no ser encontrada, entre la cesta de ropa sucia y el nido de arañas del armario, la cama estaba al otro lado y la ventana, que quedaba al lado izquierdo de la cama, estaba abierta por lo que un viento frío recorrió el cuarto en donde se encontraba, meciendo sus hermosos cabellos largos y negros. En eso, un agudo chirrido se escuchó al abrirse la puerta de entrada que estaba más vieja de lo que se debería estar permitido y éste cesó al verse trancado con un sillón de cuatro cuerpos en forma de L que a duras penas la pequeña había podido mover. Un grito aterrador se escuchó:

-¡Emilie! ¡Niña estúpida. No hagas cosas de las que te arrepentirás! -vociferó su tío.

Un escalofrío recorrió la espalda de la menor, a la vez que se asomaban por sus ojos las primeras lágrimas de la noche que corrieron por sus mejillas, simulando las gotas de lluvia en una ventana empañada ante una mirada traviesa y despistada, otra oscura y larga noche que tendría que soportar en esa habitación inhóspita, húmeda y mohosa. Se tapó la boca para que los grititos desesperados no se escaparan, por temor de ser encontrada, suplicaba silencio a su ser, pero no se podía controlar a sí misma, a decir verdad, ¿quién podría?

Unos pasos se sentían en la escalera de madera que llevaba al segundo piso de aquella cárcel, maderas antiguas crujiendo, advirtiendo un peligro y avisando lo inevitable. La respiración de Emilie se aceleró mientras sentía como su corazón latía, y sinceramente no quería que latiera, deseó incluso que dejara de hacerlo, sin tener idea de que eso, aún por un breve tiempo, la podría matar, porque creía que él podía escucharlos, sus latidos, y tal vez era cierto, ya que siempre la encontraba por más bien que ella se escondiera.

"Hoy día será la excepción, definitivamente lo será.", pensó Emilie, en un tenaz e inefectivo esfuerzo por guardar todo aquello en algún lugar de su mente tan alejado y aislado como pudo, para que no pudiera salir. Al final, después de buscar por toda la casa, la encontró y esa noche al igual que las otras, los monstruos lloraron al escuchar los gritos de la pequeña y las carcajadas maquiavélicas de esa figura inhumana que se encontraba en la casa.

Amaneció y las nubes desaparecieron en un hilo delgado de tiempo dejando que el sol tocase las hojas verdes y retoños nuevos de los árboles en la calle Martín de la ciudad de Santiago, atravesándoles, alimentando el césped que crecía en los patios de las casas. Como todas las mañanas Emilie se preparaba para ir al colegio, agotada, como de costumbre.

De día se podía apreciar la construcción: grande y de dos pisos, una terraza, un ático, muchas ventanas con extraños diseños, algunos que no eran muy usados, mal pintada de color azul, antes, notoriamente roja y bastante derruida, sin un mantenimiento adecuado. Bastante linda y que con el cuidado suficiente, podría sin duda ser una de las mejores del barrio.

Su tío la fue a dejar en su auto, el viejo Volkswagen de su padre, que le había quedado a él para el cuidado apropiado de Emilie. Las calles eran tranquilas, había una muestra exquisita de abundante y variada flora, además con la luz del sol se notaban las demás casas que por cierto eran muy bonitas, aunque dentro de toda aquella hermosura, destacaban los matices tristes y vagos que reflejaban los sentimientos de sus dueños, a pesar de los colores alegres que llevaban encima.

En la casa donde vivía Emilie, se podía apreciar la ausencia de color, para aquellos que se detenían a meditar en tal espectáculo de sinfonías agónicas y depresivas que irradiaban ese lugar.

Las casas, encargadas, como hábiles mayordomos, de cubrir la mayor parte de nuestras vidas, aparentemente normales.

"Emilie".Donde viven las historias. Descúbrelo ahora