tren

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Lucía se sentía sudada, cansada y más triste que otra cosa. Algo así como desolada. 

El ruido del tren la tranquilizaba de alguna manera pero no se sentía del todo a gusto sobre todo porque no quería quedarse dormida y pasar de su parada. Su móvil se había quedado sin batería mientras entrenaba y corría de un lado a otro de la pista de baloncesto. Podría haber llamado a su padre y quizás, si había pasado un buen día, la habría ido a buscar. 

En realidad lo que más sentía Lucía era aburrimiento. Los 45 minutos que tenía desde donde entrenaba hasta su casa eran un verdadero suplicio. Sin nada que hacer a parte de mirar el suelo, el techo, o como las luces parpadeaban cada vez que pasaban una parada, se sentía verdaderamente aburrida. 

Al cabo de unos diez minutos empezó a desesperarse. Necesitaba hacer algo o se quedaría dormida. 

Empezó a observar a la gente. 

Delante de ella habia una señora mayor. Más de 60 años seguro. Su pelo castaño era claramente artificial, además de peinado de una manera que parecía gritar "acabo de ir a la peluqueria". Sus gafas, rojas y anticuadas escondían las arrugas de sus ojos, que estaban fijados en un libro gordo. La portada del libro era un dibujo antiguo, algo aburrido que para nada llamó la atención a Lucia. 

A su lado habia un hombre también mayor, leyendo un periódico. ¿Serían pareja? Estaban los dos inmersos cada uno en su mundo, pero cuando el tren paró al cabo de tres minutos, el señor dió una palmadita en la rodilla de la mujer y se dieron la mano, dejando apartadas sus lecturas salieron del tren cogidos de la mano. 

Lucia trató de esconder una sonrisa y un "¡lo sabía!". 

Justo entonces ocuparon los asientos dos colegialas de apenas 12 años, mascando chicle y hablando animadamente sobre sus amistades. 

Eran casi las diez de la noche y el tren estaba casi vacío. No había mucho que observar y la presencia de esas dos chicas entristeció a Lucía. Ojalá estuviera con ella su amiga... pero no. No lo estaría nunca más. 

La tristeza la absorbió. 

Entonces una chica se sentó junto a ella, absorta en su móvil y tecleando rápidamente. El móvil no dejaba de vibrarle y de vez en cuando soltaba pequeñas risitas, que trataba de ocultar poniendo una mano sobre su boca. 

Era guapa, pero común. La típica chica con ropa a la moda, sin demasiado maquillaje pero bien usado, con unos ojos grandes y las pestañas larguísimas. El pelo era castaño, con unas puntas rubias que llegaban hasta casi la cintura, decoradas con unas gafas de sol bastante inapropiadas para salir de noche. Llevaba las uñas largas en una rosa pálido, un aro en la nariz y el móvil era el último modelo que Apple había sacado.  

Lúcia no podía parar de mirarla, a veces de reojo y otras directamente. 

Al cabo de diez minutos la chica se dio cuenta:

-¿No tienes mejores cosas que hacer o qué? 

La chica la miraba directamente a los ojos, con un gesto de evidente rabia y molesta. El ceño fruncido no la favorecía para nada. En un repentino sentimiento de vergüenza, Lucía giró la cabeza y apartó la mirada de los ojos de la otra chica, que a pesar de ser castaños y nada del otro mundo, captaban la atención de una manera hipnotizante. 

Notó como la chica se apartaba un poco de su lado, claramente incómoda por tener a tal acosadora a su lado. 

Los ojos de Lucia se humedecieron y de repente, quería salir y correr y gritar y llorar y meterse debajo de la cama para no salir nunca jamás. Reprimió un sollozo, pero no lo hizo bien. Poco a poco notaba como las sensaciones en su cuerpo se iban acumulando en su pecho, el cual parecía que estallaría de un momento a otro. Se tapó la boca para no emitir ningún sonido, de manera disimulada y agradeció momentaneamente la frialdad de sus manos, que le dieron un momento de paz y tranquilidad. 

Entonces se dio cuenta que las dos niñas de enfrente la observaban ambas con caras de "esta chica está mal de la cabeza". Entonces no pudo aguantar y empezó a llorar. Silenciosamente, caían lágrimas por sus ojos. Lágrimas de tristeza, de añoranza, de soledad y de desesperación. De cansancio. De pena. De noches sin dormir. De canastas no encestadas. De exámenes suspendidos. De indiferencia. De ansiedad acumulada. 

-Eh.. Oye, ¿estás bien? ¿Tan borde he sido? 

Una mano acarició su hombro. Lucía intentó negar con la cabeza pero no pudo, estaba demasiado ocupada intentando controlar sus emociones como para hacer caso algo más allá de su cabeza. 


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⏰ Última actualización: Jan 23, 2016 ⏰

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