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En la copa, la bebida se arremolinaba, bordó intenso. Los dedos largos y femeninos, perfectos, no dejaban marca alguna en el cristal. En un vestido escotado y largo hasta el suelo, Elisa lucía su extrema belleza, de ojos verdes y piel nívea y tersa.

El comedor estaba iluminado sólo lo suficiente, pues los dos pares de ojos presentes no necesitaban demasiado de ésta para apreciar todos los detalles del entorno. Leonardo se mantenía de pie, junto a la puerta cerrada, relajado al saber que no necesitaba fingir respiraciones profundas con ella, pero nervioso de todas maneras.

Quería preguntar por qué había sido citado, pero Elisa disfrutaba de ver a sus hijos temblar a razón de la incertidumbre. Él, particularmente, estaba acostumbrado a la sonrisa tenebrosa de su madre. Sin embargo, esta vez su rostro se encontraba serio.

—Leonardo —pronunció por fin, en el momento en que el aludido a punto estaba de intentar escabullirse fuera de la habitación.

—¿Sí, madre? —contestó, acomodando su corbata de seda fina y nacional.

—Lamento tener que decir esto, Leonardo —habló con voz aterciopelada y suspiró, una vieja costumbre que ni trescientos años le habían logrado quitar—. Ya no vas a tener los privilegios de esta pequeña familia.

Los ojos de Leonardo se abrieron de par en par, repletos de sorpresa e incredulidad.

—¡Pero soy tu único hijo aquí! —exclamó, para volver de inmediato a su posición sumisa, al recibir una mirada fría y amenazante.

—Ya no vivirás en la casa, podrás ocupar el espacio del servicio. Y sólo te dirigirás a los clanes, si yo así te lo pido. Tampoco recibirás dinero familiar, deberás conseguir el tuyo propio, y mis familiares no estarán a tu disposición.

Aquello último era un problema, pues los familiares de Elisa solían encargarse de los que él creaba y de ayudarlo a alimentarse.

Los ojos color miel, enmarcados por las gruesas cejas negras, de Leonardo mostraron toda su consternación y tristeza.

—¿Por qué, madre? ¿Qué he hecho para merecer esto? —preguntó, compungido.

Elisa volteó sobre sus tacones y arrojó la copa a medio tomar contra la puerta detrás de Leonardo, con perfecta puntería.

—¡Leonardo, eres un pésimo nocturno! ¡Llevas noventa y tres años en esta vida y aún no has logrado crear a un familiar como la gente! Me haces quedar mal —declaró con los brazos en jarra—. Los diurnos te llaman "ese que se aprovecha de la gente discapacitada", ¿¡cómo crees que me veo yo con esa asociación!?

Leonardo cayó de rodillas al suelo, con la cabeza baja.

—Lo siento, estoy cerca de encontrar el punto justo —intentó convencerla, aun cuando ambos sabían que era mentira—. Pero madre, puedo mejorar —rogó.

—Te hice hermoso como nunca, con unas habilidades inhumanas, y no eres capaz de cazar a tu comida. Uno creería que, midiendo un metro ochenta y teniendo la fuerza de diez hombres, podrías alimentarte de uno. Aunque sea uno menudo, débil y muerto de hambre —bufó, sirviéndose una nueva copa, en la mesa auxiliar.

Leonardo era orgulloso, pero no podía defender lo indefendible. Se puso de pie, grácil y liviano, cómo realizaba todo movimiento.

—Por favor, quita a tus criaturas de mi jardín. Destrozan mis jazmines, lamen a los perros y sorben... cosas —añadió Elisa con expresión de asco, antes de llevarse la nueva copa a los labios, sabiendo que él se proponía irse lo antes posible.

Lord VampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora