Bad day

15 1 0
                                    


El único momento del día en el que Rosetta se centraba en las cosas que ocurrian en este planeta era cuando conducía. Por mucho que no se sintiera partícipe de lo que sucedía a su alrededor, morir en un accidente de tráfico no le llamaba la atención ni un poquito. Es por eso que cuando conducía, lo hacía concentrada en lo que hacía, por mucho que no le gustaran los coches o conducir, por poco interesante que le resultara el hecho de desplazarse en un trozo de metal de mil kilos por el mismo sitio una y otra vez, día si y día también. La acción más tediosa que realizaba en su día, era en la que más presente estaba. Rosetta lo justificaba diciéndose a si misma, que lo que no quería era morir, no quería ver qué pasaba después, si es que realmente pasaba algo y no era un montón de nada. Algo le decía que debía de seguir buscando aquí.

Llegó al observatorio 10 minutos tarde. Al entrar en el recinto saludó al guardia que custodiaba la entrada y se dirigió al aparcamiento, notando que ella era la única que faltaba. Incluso Marco, que había estado de viaje en un congreso en Munich y que había llegado la noche anterior de madrugada había llegado antes que ella a trabajar. Al aparcar e intentar ganar unos segundos extra, no calculó bien la distancia entre su Polo y el Mercedes de Miguel, el jefe del laboratorio, dejándole una linea roja al lado del faro izquierdo, haciéndo que saltara la alarma del Mercedes más negro que había visto jamás o al menos eso le parecía a Rosetta, conforme la gente se iba asomando a las ventanas para ver que pasaba y Miguel se acercaba por el camino de tierra que conectaba el edificio con el parking.

- Rosetta, ¿Otra vez? - Apuntando al coche con sus llaves para apagar la molesta y ruidosa alarma.

- Otra vez - Dijo con verguenza, mirando el volante.

Miguel miró la marca roja, se puso en cuclillas para tocarla. Era una simple transferencia de pintura que podría arreglar con aquella crema que anunciaban en la teletienda y que prometía hacer desaparecer toda marca que, por el motivo que fuera, sufriera su coche. Se volvió para mirar a Rosetta y ella no había despegado la vista del volante. Se sentía avergonzada y la idea de que un meteorito arreglase el problema le resultó atractiva, hasta que pensó que Miguel seguramente preferiría un arañazo a ver su coche desintegrado y todo el observatorio destruido. Esa idea la reconfortó, que dentro de lo que cabía, podría haber sido mucho peor.

- Anda, deja de mirar tu volante como si fuese poseedor de todas las respuestas a los misterios del universo, aparca y sígueme, que esta mañana tenemos una reunión importante. ¡Ah! Y esta vez, cuando aparques, hazlo como si tocar mi coche desencadenara el apocalipsis y acabara con todo lo que conoces y amas. ¿Entendido?

- Si - Dijo mientras levantaba la mirada y movía su coche a una velocidad ridículamente lenta.

Rosetta se sintió tentada a desencadenar el apocalipsis, tan sólo por ver como era, pero no creyó justo condenar a tantas cosas ajenas a ella a desaparecer. Al mirar por el retrovisor pudo ver la cara de desconcierto e incredulidad de Miguel. Rosetta detestaba que le dieran órdenes de forma condescendiente, algo en lo que Miguel era excelente haciendo. A veces se preguntaba si dejarle marcas a su coche un par de veces al año no sería alguna especie de vendetta liderada por su subconsciente o una forma de imprimirle caracter a su coche.

Miguel le abrió la puerta cuando terminó de aparcar y le tendió la mano para ayudarla a salir. Mano que Rosetta ignoró, dirigiéndose al camino de tierra a la vez que le decía a Miguel que cerrara la puerta y le pusiera al día de esa reunión tan importante. Sin saber muy bien que hacer, Miguel cerró la puerta lentamente y la siguió sin empezar a hablar inmediatamente. Una vez recuperó la compostura y se recordó quien era el jefe allí, empezó a hablar.

- Esta mañana es cuando le presentamos todos los informes del nuevo cuadrante al señor Minh. Ya sabes, - dijo, queriendo ser gracioso- ese que llevamos observando el último medio año.

Rosetta palideció.

- No. - murmuró-

- No, ¿Qué?

- Me he dejado el portatil con todos los datos en casa. Tengo que volver a por el.

- Ni se te ocurra. - le dijo Miguel- Por dos motivos. El primero es que ya me has rallado el coche una vez hoy, no te voy a dar una excusa para que lo hagas una segunda, debido a tus prisas. El segundo es que el señor Minh ya está aquí y estamos todos reunidos esperándote. Así que no me importa que es lo que le vas a decir para explicarle que te has olvidado tu trabajo en casa, como si estuvieras en preescolar. Vas a entrar allí conmigo y vamos a tener este reunión, la cual, he de recordarte, está programada desde hace más de un mes. Así que andando.

La idea del meteorito arrasando el coche de Miguel cobró fuerza, mucha. Pero tener que estar delante del señor Minh sin tener nada que presentarle, mientras que sus compañeros exponían su trabajo, la sustituyó rapidamente. Rosetta caminó junto a Miguel hacia el edificio, sintiéndose cada vez más dentro de si misma. Una de las puertas estaba abierta y, mientras caminaba hacia ella, no podía distinguir nada en el interior. Se zambuyó en esa oscuridad que tanto le recordaba al espacio, a la ausencia de caos. Se sintió más calmada. De fondo, como en otro mundo, oyó a Miguel decir:

- ¡Buenos días señor Minh, perdone el retraso! Si, ella es Rosetta.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jan 26, 2016 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

RosettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora