NO ABRAS LA PUERTA

44 4 3
                                    

Las noches en Nueva York son bastantes frías y oscuras. Hace un siglo, cuando el sol dejó de brillar con tanta intensidad nuestros gobernantes decidieron que nadie saliera por la noche. A partir de esa prohibición la gente que no se regía por normas decidió hacer caso omiso. Hoy en día nadie se atreve a salir ya que una banda que se hace llamar 'dead' recorre las calles con armas, divirtiéndose con la muerte de cualquier persona que se cruce en su camino.
Las autoridades propusieron toques de queda ya que esas salvajadas no se podían permitir y esas normas existen aun en la actualidad.

Vivimos con miedo pero ya es bastante que vivimos. Somos afortunados.
Tengo dos hijos, Vincent y una niña, Andrea. Andrea es la mayor, tiene 12 años y unos ojos verdes oscuros preciosos. Vincent tiene 6, con pelo rizado y ojos negros es el terremoto de la casa. Después de la muerte de su padre me he dedicado sola y únicamente a ellos. Ahora mismo les leo un libro para que se duerman, doy gracias todas las noches por que sigan conmigo y yo esté aquí con ellos.

Tocan a la puerta y nos estremecemos. Miro el reloj, las doce. Respiro hondo, serán las autoridades, aunque me parece raro. Pongo todos los pestillos que tengo en la puerta y abro esta sin permitir que la persona que está al otro lado me vea. Enseña su placa y me habla.

– Somos las autoridades, sólo queremos saber si todo está en orden. – Nunca habían hecho esto, qué raro.

– ¿Es una norma nueva? – Nos quedamos en silencio.

– Señora, sólo queremos entrar y ver si todo está en orden. Entiendo el miedo pero no formamos parte de la banda, ya ha visto nuestra placa. – Dice el supuesto policía con cara de frustración.

– Pero ya ha pasado el toque de queda, no es seguro que estén fuera. – Escucho como respira fuerte.

– Por eso mismo, sólo nos queda revisar esta calle, contra antes nos deje entrar antes estaremos a salvo nosotros también.

No quiero poner en peligro la vida de estas personas así que quito poco a poco los pestillos de la puerta mientras les digo a mis hijos que se escondan donde ya saben.

Dejo que entren y empiezan a inspeccionar. Miran los sofás, la chimenea encendida, pasan las manos por las paredes quitando el poco polvo que existe en ellas y pasean por los pasillos. Me empiezo a poner nerviosa.

– ¿Está todo en orden? – Pregunto, y veo como quien lleva la placa en el uniforme me mira.

– No, nos falta algo. – Mis piernas tiemblan.

– ¿En qué puedo ayudar? – Suelto en un hilo de voz, tragando saliva.

Se ríe.

– Ya has ayudado bastante. – Dice sonriendo.

No sé como reaccionar.

En un rápido movimiento me coge de las manos y noto su aliento en mi cuello.

– Eres muy guapa ¿sabías? – Dixe muy cerca de mi empezando a besarme el cuello.

– Donde están tus pequeños.– No ellos no,   pienso.

Empiezo a patalear e intentar zafarme de él pero no lo consigo.

– Estate quieta cielo, será mejor para tí y para ellos.

No debería haber abierto esa puerta.

– ¡Vivo sola! – Grito desesperada. Escucho como su lengua golpea sus dientes haciendo ruidos que expresan negación.

– No me mientas, ¡NO ME MIENTAS! – Grita poniéndose nervioso.

Su mano agarra mi cuello y por unos segundos no puedo respirar. Me pega contra su cuerpo y acerca su boca a mi oído. La muerde y grito del dolor. Sigue mordiendo mientras me habla pero gracias a ello no entiendo nada.

NO ABRAS LA PUERTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora