Cuando el taxi estacionó en la puerta de "Vonskey", uno de los internados más lujosos y costosos del país, realmente pensé que me estaban jugando una broma. Me quedé inmóvil en el vehículo y el chófer me apuró.
—¡Dale, nena! —exclamó alterado—. Llegaste a destino.
—Eh n-no —titubeé mientras sujetaba con fuerza mi pequeña valija—. Tiene que ser mentira. A mi me adoptaron, o sea.... ¿Donde está mi familia? ¡¿Qué hago acá?! —exclamé desesperada y exhausta por tanta confusión.
El taxista revoleó los ojos dándome a entender que no le importaba mi vida, así que sin dar más vueltas me bajé.
Allí me encontraba, parada en la entrada del mejor internado de la vida el cual estaba lleno de nenes bien y gente que no se parecía en nada a mí.
Cuando Elena me dijo que me adoptaron, lo primero que pensé fue en una familia, una casa, alguien que me cuidara. Pero al parecer lejos estaba la realidad de mi pensamiento. Todo indicaba que no viviría en ninguna casa y que el internado sería mi hogar.
Un señor muy simpático me preguntó si yo era Eugenia Ferrer y me invitó a ingresar.
—Sin miedo, joven —dijo de manera muy amable—. Vení conmigo, hay alguien que te está esperando.
¡Mi tutor o tutora! Pensé de inmediato. Claro, seguramente ese sería el colegio al que asistiría y mi tutor me llevaría a casa luego. Al pensarlo me tranquilicé un poco, aunque a la vez me sentí muy incomprendida porque no sabía si estaba preparada para tantos cambios.
Caminé nerviosa, atravesé las salas inmensas y el pasto perfectamente cortado del lugar. Cada detalle me sorprendía más y más, habían piscinas enormes, tvs de plasma por todos lados y un aroma exquisito en todas partes.
Algunos me observaban de arriba abajo y eso me tensaba, no podía caminar con calma e iba más bien dando pequeños pasitos dudosos. No sé porque, pero en determinado momento comencé a sentir que alguien me seguía, volteé a mirar y no vi a nadie, así que con seguridad fue ocurrencia de mi mente.
El simpático señor acabó su recorrido en una especie de sala de espera y me dijo que debía esperar allí a la directora. Me senté en un sillón e intenté contener mis nervios, en pocos minutos saldría mi tutor o tutora quién seguramente debía estar arreglando asuntos con la directora.
Cuando la puerta se abrió el alma entera se me paralizó, pero al ver simplemente a una señora algo gorda y retacona y supongo que como gran parte de los directores muy antipática, un gustito amargo me recorrió el cuerpo. Traía en su camisa un cartel que decía "Directora Carla".
—Hola —dije nerviosa—. ¿Está adentro mi tutor? —pregunté, solté mi valija y ingresé sin dar más vueltas a la dirección en donde sólo me encontré con un chico de complexión grande revolviendo entre los libros—. ¡¿Sos vos?! —grité enojada y me abalancé sobre él—. ¡¿Sos vos cagón?! ¿Por qué no das la cara?
—¡Ey! —gritó la directora y me tomó del brazo para controlarme—. ¡Él es un profesor! ¿Qué te pasa nena? ¡Mira que con ese carácter y esa actitud de chica rebelde que se lleva el mundo por delante la vas a pasar muy feo acá!
El profesor salió de la dirección y apenas llegué a distinguirle el rostro, si que la tendría difícil después de aquél papelón. Carla me obligó a sentarme enfrente de ella.
—Yo no quiero estar acá, por eso me puse así. A mí me adoptaron, yo creí que iba a tener una familia normal y resulta que terminé acá. ¿Usted sabe quien me adoptó? —pregunté con lagrimas en los ojos. Yo, la que nunca lloraba, estaba llorando. No podía soportar tanta tensión y necesitaba expulsarla de alguna forma.
ESTÁS LEYENDO
Por siempre Mía
Teen FictionEugenia Ferrer vivió gran parte de su vida en orfanatos y soportando familias sustitutas sin imaginar que un día todo cambiaría cuando un misterioso "tutor" la adoptara para siempre. Debió decirle adiós al orfanato y a sus viejos amigos, se despidió...