"Este lo suspendo".
Entregué el examen, lleno de tachones, preguntas en blanco y palabras largas para ocultar la falta de conocimiento.
Me senté de nuevo en mi sitio y enterré la cabeza entre mis manos, muerta de sueño. Me había quedado despierta hasta tarde para estudiar, y todo para que al final el examen me saliera tan mal.
Dejé que mis codos resbalaran sobre la mesa y mi brazo derecho rozó un lápiz. Lo oí chocar contra el suelo incluso antes de que empezara a caer. Con un suspiro de resignación, aparté las manos para verlo rodar sobre la mesa con una lentitud impasible. Ni siquiera intenté pararlo, directamente saqué el sacapuntas del estuche y me levanté.
El lápiz se estrelló de cabeza contra el suelo de la clase. La punta de grafito se rompió, como era de esperar con mi mala suerte. Caminé hasta la papelera y afilé el lápiz con desgana. El lateral de mi dedo índice quedó teñido de un negro sutil. No lo limpié, pero sabía que en algún momento me causaría problemas. Simple intuición.
Mientras recogía mis cosas, el timbre sonó, y los que no habían entregado sus exámenes aún empezaron a levantarse.
Salí de la clase casi corriendo y recorrí el espacio hasta la calle antes de que la mayoría de las clases terminaran de abrir sus puertas.
No esperé por nadie. Nunca lo hacía. Al fin y al cabo, nadie esperaba nunca por mí.
Vivía cerca. No me llevó más de diez minutos llegar a casa. Saludé a mi madre y fui directa a mi habitación.
Al traspasar el umbral, toda esa prisa, esa ansiedad que me corrompía siempre que salía de mi zona de confort, se esfumó. Una tranquilidad apática me inundó y un simple distender de hombros hizo que mi mochila cayera al suelo. Sin molestarme en recogerla, la aparté con el pie para poder cerrar la puerta y me miré en el largo espejo que colgaba tras ella.
Estaba en plena educación secundaria y era, como mi pediatra me solía describir, "una adolescente lánguida". La verdad, no se me ocurría ninguna palabra mejor que lánguida. Tenía la cara alargada, la frente ancha y la mandíbula recta. Como rasgo prominente, mi nariz, larga, aguileña. Mis ojos eran marrones oscuros, tan oscuros que parecían negros. A ambos lados de mi cara, mi cabello negro caía ondulado, con la raya a un lado, y ya que estamos todo sea dicho, bastante descuidado. Era dichosamente pálida, con algunas pecas desperdigadas sobre la nariz y las mejillas.
Mis características y el hecho de que mi vestuario llevara años viudo de colores, a veces tenía la sensación de que era parte de una película en blanco y negro.
No sé por qué me quejaba porque me llamaran 'El Cuervo'. Suspiré y cogí un libro de mi estantería, uno de poesía que pudiera hojear hasta que la comida estuviera lista sin tener que seguir un argumento.
Era una rutina inamovible. Huir de la gente, llegar a casa, mirarse al espejo, leer, estudiar, dormir... Y suspirar. No olvidemos suspirar.
Me encantaba leer poesía, en concreto esa que no rimaba, de verso libre. De ese tipo era el libro que había cogido. Le tenía cariño especial, entre los de mi estantería. Era uno de los pocos que había comprado nuevos, de los que no había comprado en un mercadillo de segunda mano por un euro.
Sonreí cuando lo abrí por la mitad y dejé las páginas correr bajo mi pulgar. Antes incluso de verlo con mis ojos, la mancha negra del grafito del lápiz en mi dedo índice se manifestó ante mis ojos.
La última hoja se deslizó con sus hermanas y allí estaba: había manchado el libro de mina de lápiz.Era un detalle ínfimo, pero bastó para borrarme la sonrisa. Recordé cómo pensé al afilar el lápiz que el polvo suelto me iba a molestar en otro momento. Me sentí tonta por no haberlo limpiado entonces.
Era consciente de que la mayoría de las personas no pensaba tan concienzudamente en cada movimiento. ¡Por supuesto que lo sabía! Si pensaran como yo, estarían todos locos.
Agité la cabeza y busqué una goma de borrar para acabar con la mancha, y después me lavé las manos. Dos veces.
No, no es raro.
-¡Papá ha llegado! ¡A comer! -gritó mi madre.
Cuando entré en la cocina, me azotó el olor a verduras, como predije. Sobre el marco de la puerta, en la televisión empezaba el telediario de las tres de la tarde.
Mi padre ya estaba comiendo, con expresión agotada. Mi madre estaba sirviendo la comida. Todo estaba como siempre. O todo parecía como siempre.
-¿Qué tal el día, cariño? -preguntó mi madre con una sonrisa radiante.
Mi padre contestó con un gruñido poco definido que podríamos traducir como 'bien'. Sin duda yo había heredad su carácter.
-Hijo, qué desagradable estás siempre... ¿Y mi niña qué tal?
Quise contestar como mi padre, o sino lo mismo, algo en la línea. Tampoco iba a decirle que llevaba un día horrible. Pero la miré, sonriente y desbordante de amor. Me dio un poco de pena que siempre fuéramos tan bordes con ella y ella tuviera tanta paciencia con nosotros.
Así que hice un esfuerzo y le devolví la sonrisa.
-Algo cansado, pero bien -mentí, pinchando una patata cocida, distraída-. Hoy acabé los finales. El examen de matemáticas no me ha salido tan bien, pero...
-Pues a ver si no flaqueas ahora al final, que llevas un año muy bueno -intervino mi padre.
Puse los ojos en blanco. Se le notaba en la voz que intentaba no parecer el típico padre exigente, pero a la vez le preocupaba que destrozara lo que llevaba tanto tiempo construyendo: un historial limpio y un currículum de diez.
-Las clases acaban la semana que viene, no hay forma de que estropee nada aunque quiera.
-Pues no quieras.
Estuve a punto se replicar, que esa frase no tenía ningún sentido en la conversación, pero pasé. Pasé, como pasaba de casi todo. Cosas de adolescentes, ya sabéis.
Intenté cambiar de tema.-Están pidiendo ayuda para el acto de fin de curso y he pensado que quizá podría hacer de presentadora
Mi madre me animó. Como siempre.
-Eso está muy bien, cielo. ¿Necesitas algo?
-No, tengo ropa formal. No es la primera vez que lo hago, igualmente.
-¡Es verdad! El año pasado también actuaste, ¿verdad?
-Eso fue en la función de navidad, pero sí. Además entonces....
-Calla un momento -me silenció mi padre para escuchar una noticia en la televisión.
No era un 'calla' agresivo, sólo quería escuchar las noticias. En mi casa no era raro empezar una frase y nunca acabarla. Me pareció bien, lo que iba a decir no era importante de todas formas, pero eso no significó que yo escuchara las noticias. Ahora tenía una razón para estar callada sin la incomodidad del silencio mientras comíamos.
Debería haber escuchado la noticia. Debería, pero no lo hice. Parecía una entre tantas. Pero no lo era.
Si me hubiera girado hacia la televisión por un momento, puede que hubiera entendido la relevancia. Puede incluso que hubiera previsto que se convirtiera en algo más grande en el futuro, como solía prever todo lo malo.Pero no lo hice.
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Míralo por el lado malo
Teen FictionOí a mi madre decir: "cuando la gente es demasiado inteligente, a veces pierde la cabeza". Nunca me consideré dentro de ese grupo. Ahora quizá la locura sea una de esas posibilidades macabras que yo, 'El Cuervo', me dedico a fabricar. Mi maldición...