PARTE 2

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Canción: El gran Gatsby – Beautiful Shirts and Dan Cody
Siempre había pensado en Eric Albori como un bonito crío que se pasaba las tardes correteando detrás de Mauro y Cristianno o jugando a algún videojuego mientras se atiborraba de patatas fritas. Pero, como había sucedido con mi primo y mi hermano, él en algún momento también creció y poco a poco se iba convirtiendo en un hombre dentro de un mundo de mafia. Ese había sido su objetivo.
Burlando la seguridad que los Carusso habían llevado al restaurante Antica Pesa, se había plantado frente al condenado Angelo dispuesto a arrebatarle la vida y dejar la suya por el camino si fuera necesario. Por mucho que a mí me impresionara imaginarle en tal situación, no significaba que no fuera capaz.
Pero hubo algo que me sorprendió aún más. Aquella fue la primera vez que mirarle hizo que olvidara todo lo demás.
Terminé de cerrar la puerta y me acerqué sigiloso a Mauro sin apartar la vista del cuerpo herido de Eric. Este dormía inquieto ajeno a que la piel que forraba sus costillas estaba amoratada y a que mi respiración se alteró al descubrirlo.
Tomé asiento al lado de mi primo y me crucé de piernas al tiempo en que me llevaba un nudillo a la boca. Lo mordisqueé intentando analizar porque mi fuero interno se sentía tan inestable y al mismo tiempo tan apacible con solo observar al pequeño de los Albori. No era la primera vez que me sucedía, lo había experimentado varias veces en los últimos meses. Pero esa extrañeza crecía.
Entrecerré los ojos y me mantuve erguido. No era una postura cómoda, pero me dio igual porque estaba mucho más concentrado en la falsa debilidad que desprendía Eric en aquel momento que en cualquier de los reclamos que pudiera darme mi cuerpo. Puede que mi mente se empeñara en hacerme creer que era un simple adolescente, pero algo de mí insistía en lo contrario. Fui asquerosamente consciente del cambio irreversible que se estaba dando en mi interior.
—Has vuelto a beber... —admitió Mauro. De seguro toda la cantidad de alcohol que albergaba mi cuerpo había acariciado sus fosas nasales.
Me mantuve inmóvil impertérrito. Si me permitía expresar algo, Mauro no tardaría en rememorar mis problemas con la bebida en el pasado y en sacar a relucir lo mucho que la presencia de Michela alteró mi vida. Esa maldita etapa de mi existencia fue el inicio de mis indecisiones como hombre. Porque jamás experimenté placer.
—¿Quieres que hablemos de mis problemas con la bebida, Mauro? —espeté, lento. Evitando que él notara mi embriaguez.
Supe que no lo conseguí al percibir sus miradas de soslayo.
—Creía que lo habías dejado... —murmuró con la vista al frente.
Eric contuvo el aliento unos segundos y después lo soltó con reserva. No parecía cómodo en su letargo.
<<¿Qué estás soñando, Eric...?>>
—Lo dejé... —mencioné—... y después mi hermano pequeño murió.Apreté los ojos ignorando la reacción de mi primo.
—Eso no le traerá de vuelta —masculló. Y yo no pude resistirlo más. Di un golpe en el sillón, me enderecé de golpe y le clavé una mirada dura.
—No me des lecciones. —Le gruñí y después comenzó aquel retorcido enfrentamiento silencioso al que Mauro decidió ponerle final esquivando mis miradas.
Volví a recostarme en el sofá y a fijar mi atención en Eric. No pude creer que al mirarle volviera a sentir la misma sensación. Me perdí en él... y en la posibilidad de compartir su lecho.
Negué con la cabeza.
—Esta tarde ha llegado Paola —murmuré tras unos minutos de silencio. Necesitaba mantener la mente en otra cosa.
—¿Sabe que mañana lo perderá todo? —Mauro disfrutó de sus palabras y me contagió, pero también me proporcionó confusión.
—¿Mañana? —Había algo que no me habían contado—. ¿No era el viernes?
—Ha habido un cambio de planes. —Mauro se decantó por emplear un tono de voz de disculpa.
—¿Y cuándo pensabas decirlo? —Volví a gruñir sin esperar que Eric despertara en ese momento.
Se movió muy despacio mientras su respiración se entrecortaba y yo caía en la fascinación. Tragué saliva, no esperé ponerme tan nervioso.
<<¿Qué demonios está pasando?>>
—¿Qué planes? —gimió Eric medio bostezando. Y entonces me miró. Lo que sucedió a continuación me dejó completamente noqueado: Eric empalideció y dejó que sus labios temblaran, los mismos que habían besado a Luca...—. ¿Qué planes? —repitió un poco más impaciente.
Mauro no quería hablar, pero supo que, aunque no lo hiciera, Eric insistiría.
—Mañana llega un cargamento destinado a los Carusso —comentó agotado.
—¿Qué cargamento? —continuó indagando.
—Wang Xiang.
Me olvidé de todo lo demás al contemplar las miradas que estaba enviándole a Mauro en el más profundo silencio. Asintió con la cabeza y tragó saliva como si fuera el sicario más experimentado. Se me contrajo el vientre.
—¿Qué tenéis pensado hacer? —preguntó, pero desvió sus ojos verdosos hacia mis manos. Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba estrujándomelas.
Nos miramos con fijeza. Si en ese momento me hubieran preguntado qué puñetas sucedía, no habría sabido responder. Me consumió su mirada y despertó todos los malditos rincones de mi cuerpo llevándome al punto de enfurecerme conmigo mismo. Un niñato de diecisiete años no debería haber logrado algo así en mí. Ni mucho menos provocado que sintiera celos de todo aquel que había besado su boca.
Ese pensamiento ya lo había tenido con anterioridad, mucho antes de saber que Eric prefería la compañía masculina. Pero me consolaba pensar que eran paranoias mías y que él no le pertenecía a nadie. Además era menor de edad, joder. Ahora, viéndole sentado sobre la cama de mi primo, con el torso encorvado y aquella expresión a medio camino entre la sensualidad más exquisita y la plena autoridad, Eric se apoderaba...de mí.¿Quizás él sentía el mismo caos que yo? ¿El mismo calor?

Diego Gabbana Relatos 1 a 7Donde viven las historias. Descúbrelo ahora