I.

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Cuando era chica quería ser grande, porque creía que cuando creciera ya no tendría miedo. Pensaba que cuando fuese grande sería invencible, porqué así es como uno veía a los adultos.

Los admirábamos por su altura, esa capacidad de alcanzar cosas que para nosotros eran inalcanzables, por su fuerza, esa fuerza que nos "teletrasportaba" a nuestra cama cuando nos quedábamos dormidos en el sillón de la sala, su capacidad para darnos una solución a todos nuestros problemas, que para nosotros eran imposibles pero ellos tenían la respuesta a todo porque ¡Lo sabían todo!

Las ansias que me daba ser "grande" eran inexplicables porque tenía la certeza de que cuando lo fuese sería invencible como ellos, no habría nada que me detuviera.

Pero por algún extraño motivo, cuando se lo contaba a algún adulto, siempre tenía las mismas respuestas "la infancia es lo más lindo", "no te apures", "cuando crezcas ya no vas a sentir lo mismo" y cosas por el estilo. Todos pensaban completamente distinto a mí. Esto me desconcertaba, ser grande parecía tan perfecto, ¿cómo puede ser que no se den cuenta?

Por suerte disfruté mucho mi infancia, a pesar de tener esas ansias que tiene todo niño de crecer.

A medida que iba creciendo me preguntaba cuándo llegaría el momento en que comenzaría a ser "todopoderosa" como mis padres, ese momento en que me podría enfrentar ante cualquier circunstancia, a cualquier persona y salir airosa. Yo lo seguía esperando...

Seguí creciendo y seguí esperando, y poco a poco me fui dando cuenta que lo que yo creía no era tanto como lo pensaba, me di cuenta que cuando crecí, en vez de las soluciones, fueron los problemas los que aumentaron, y en lugar de ser invencible, eran las inseguridades las que me dominaban. Comencé a entender el porqué de las respuestas que tanto me desconcertaban. Ahora entendía que ser más alta o tener más fuerza no valía tanto si es que ese era el premio consuelo por todas las responsabilidades que se me venían y lo seguirían haciendo por el resto de mi vida.

En ese momento quería quejarme con quien fuere el responsable: "Señor, no me parece un precio razonable, me gustaría hacer una devolución", pero bueno, las cosas no son así. Las reglas del juego habían cambiado y yo lo estaba descubriendo.

Al comienzo me mantuve firme "¡Yo nunca voy a cambiar!", "Siempre voy a seguir siendo una nena, voy a seguir jugando, revolcándome en el piso, nunca voy a dejar de mirar dibujos animados y ni piensen que voy a sacar mis juguetes de mi habitación ¡nunca!"

Pero sin darme cuenta, de a poco y sin pedirme permiso, las cosas siguieron cambiando, mis juguetes ya no me entretenían, habían programas en la televisión que me gustaban ¡pero no estaban en Cartoon Network, Nickelodeon, ni Disney Channel!, cambié mis juguetes por una computadora y los libros ilustrados por libros que tenían... ¿solo letras? Sí señores, como esos libros de mamá con los que fingía que leía cuando jugaba a ser "grande".

¿Qué pensaría el niño que fuiste del adulto que eres?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora