II.

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      Todo pasó tan rápido que no pude hacer nada, esa nena que era, estaba desapareciendo. Recordé cuando había dicho que nunca cambiaría y miré a mi alrededor y noté que ya no me tiraba al piso por miedo a ensuciar mi ropa, ya no imaginaba que el patio de mi abuela era una selva y con mis primos teníamos que explorarla sin toparnos con los animales feroces que lo habitaban (que en realidad eran los perros) y peor aún, ya no quedaba un solo juguete en mi habitación.

Me empecé a dar cuenta que cuando uno crece se vuelve cada vez más exigente. Cuando uno es chico no le afecta la realidad, uno es feliz con lo que cree e imagina, tiene todo lo que necesita: la imaginación y la familia. Es lo único que importa. Uno de niño necesita poco y nada para ser feliz, no es consciente de lo que pasa a su alrededor, es decir, lo es a su manera, porque su entorno es como ellos se lo quieran imaginar.

Y como dije, las reglas cambian y así como te dejan de importar algunas cosas te comienzan a importar demasiado otras, que ni hubieras imaginado. De un día para otro comienzas a limitarte, ya no te muestras tal cual eres por miedo a no ser aceptado, porque cada vez se vuelve más difícil caer bien a los otros. Antes con un "¿querés ser mi amigo?" bastaba para pasarse de lo mejor con alguien que llegaste a apreciar muchísimo, compartir risas y juegos, todo en una sola tarde en donde sea: restauran, sala de espera o mientras que papá y mamá estaban escuchando la misa, para después nunca volver a ver a ese "amigo" increíble que conociste ese día.

De repente, lo más importante es ser aceptado, encajar. Y acá es donde se pierde todo. Acá perdemos la libertad. Esa libertad de ser como uno quiere, de pensar como uno quiere y en lo que quiere, de hacer todo sin importar lo que piensen los demás, sin tener vergüenza de mostrar lo que somos, de mostrar quiénes somos.

Y así, me di cuenta, que ya no volvería a ser libre, esa libertad que teníamos de niños pero que no estábamos ni enterados, y ahora que crecí me doy cuenta que esa libertad era la verdadera pero ya no la tenía, y lamentándome pensé, esa libertad no se repite.

Me frustró muchísimo pensar que yo soy la única limitación que se interpone entre lo que soy y lo que quiero ser, que irónico, uno anhela libertad pero al fin y al cabo la persona que más te la mezquina es uno mismo. Yo estaba consciente de esto y por supuesto que quería ser libre pero todavía no me sentía lista, todavía no estaba segura de mi misma como para que no me importase la opinión de los demás.

Yo creía que iba a lograr conservar a mi niña pero cada vez me fui convenciendo más de que la estaba perdiendo, o quizá ya la había perdido, se me escapó sin que yo pudiera hacer nada y por más que intentara ya era tarde, no podía volver a ser como antes.

Comencé a extrañar todo, mi papá ya no me decía "mi pollito mojado" cuando salía de la ducha, mi mamá ya no me peinaba, y yo cada vez me arrepentía más y extrañaba más mi infancia.

¿Qué pensaría el niño que fuiste del adulto que eres?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora