A lo largo de mi carrera, me he topado con toda clase de pacientes. Desde niños que han sufrido abusos sexuales o maltratos, niños que han presenciado crímenes atroces, hasta niños con traumas que no tenían razón de ser. Pero nada como esto.
Bertram tenía diez años cuando comenzamos con las sesiones, estudiaba en una escuela primaria en Stuttgart, sacaba buenas calificaciones, se comportaba como un niño normal. O al menos eso creía la gente, hasta oírlo hablar de sus vivencias en vidas pasadas.
Las maestras de su colegio, consultaron a sus padres, para saber si el pequeño veía cosas que pudieran influenciarlo, cosas que hicieran que su imaginación se disparara. Ellos se negaron, aseguraban mantenerlo alejado de todo aquello que representara violencia de cualquier tipo, ambos sabían la capacidad que poseía para generar historias. La diferencia que esto tenía con el resto de sus cuentos, era que Bertram, juraba que no eran cosas salidas de su cabeza. Él podía estar horas, contando con lujo de detalles, lo sucedido en las calles de Stuttgart durante la Segunda Guerra Mundial.
Mi curiosidad se acrecentaba a medida que él me relataba las anécdotas.
Casi siempre manifestaba su molestia, a causa de que nadie tomaba como verídicas las cosas que afirmaba.
Mi tarea era hallar la raíz de todo, pero, ¿lo lograría?
