Mello

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Death Note no me pertenece.

Es propiedad de Tsugumi Ōba.

Este fanfic contiene spoiler.

Espero que les guste.

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La nieve caía de forma despiadada cubriéndolo todo con su blanco resplandor, tan frio que le calaba los huesos a pesar de que no estuviese en contacto directo con ella.

Mihael suspiró con hastío y miró disgustado las calles que dejaban atrás en ese auto de lujo. Odiaba el invierno porque era cruel, le recordaba a los días durmiendo en el sucio suelo, temblando y buscando hasta el punto de enloquecer un poco del calor que jamás le llegaría.

Volteó el rostro visiblemente enojado y observó a Mail, quien no paraba de jugar con esa estúpida consola. Ambos habían tenido la suerte de haber pasado esos ridículos exámenes de inteligencia y que no les separasen, la verdad era que no le agradaban mucho los lugares nuevos, mucho menos si no conocía a nadie.

Les estaban llevando a un nuevo orfanato, uno en donde sus capacidades cognitivas no fuesen desperdiciadas, así les habían dicho. No pudo evitar que una sonrisa burlona se pintase en su rostro. No le interesaban todas las estupideces que los adultos tuviesen planeadas para él. Se conformaba con el simple hecho de haber abandonado aquel asqueroso lugar. Miró al anciano frente a él sonriéndole y aquello le causó gracia. Ese hombre había malinterpretado su gesto.

El vehículo ingresó a través de un portón enorme que se abrió ante sus ojos automáticamente. Mihael se asomó por la ventanilla y miró hipnotizado el exterior. Aquellos grandes jardines y esa imponente mansión eran mucho más de lo que se había imaginado. Definitivamente se había ganado la lotería.

Cuando se volteó en dirección a Mail, descubrió que su amigo había abandonado su consola y que también observaba como encantado aquel lugar, eso le sirvió para darse cuenta de que aquello no era un sueño.

Por dentro el lugar era mucho mejor. Pisos de madera, calefacción, grandes bibliotecas, salas de estar, computadoras, niños bien vestidos corriendo por todas partes. Donde quiera que se posaban sus ojos había lujo, la magnificencia de un estilo arquitectónico inspirado en el barroco, creado por alguien que, de seguro, merecía el título de artista.

Mail le miró y sonrieron contentos. Watari les estaba llevando donde sería la habitación de ambos a partir del momento. El viejo hablaba de muchas cosas mientras caminaban. Les daba la bienvenida, decía las reglas del lugar, pero Mello no prestaba atención, algo, o mejor dicho alguien, le resultó más interesante que sus palabras cuando atravesaron un enorme ventanal. Terminó llevándose por delante a aquel anciano, quien también se detuvo a mirar en la misma dirección que él; su expresión preocupada y disgustada le provocó angustia y miedo en partes iguales.

—Tiraron su robot afuera –explicó una niña de cabellos negros y grandes ojos marrones.

—Iré a buscarlo... espérenme aquí –pidió Watari amable y salió al patio

Mihael se quedó impactado viendo la figura de ese hombre en la nieve, pero, más que él, atraía su atención aquel niño que jugaba en ella y parecía no sentir frio.

Sus grandes ojos negros miraban al vacío y la expresión en su rostro no cambió cuando Watari puso su abrigo sobre sus hombros. Su cabello y su piel eran tan blancos que parecían fundirse en el paisaje formando parte de él.

"De seguro él es el invierno", se dijo a sí mismo Mihael sin plantearse por ningún momento lo ilógico de sus propios pensamientos.

Watari ingresó sonriendo mientras el niño sostenía entre sus manos al pequeño robot de juguete al que no le apartaba la mirada de encima; Mihael no podía quitar sus ojos del blanco cabello que parecía resplandecer. ¿Era un angelito? A pesar de no ser rubio como en los cuadros de la iglesia, no pudo evitar que ese pensamiento se le cruzara por la mente. Se le veía tan puro e inocente que otra cosa no podía suponer.

Niño RobotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora