Dia de primavera

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Serian las once y algo de la mañana cuando me escape para recoger fresas. Ese alimento rojo sangre tan difícil de encontrar, no se hallaba en el cielo. Era arriesgado bajar al mundo humano ya que, si alguien me veía, podría capturarme y experimentar conmigo.
Todos los ángeles temían a los humanos; yo los veía mas bien como un obstáculo en mi busca de comida.
Mientras dejaba atrás mi calentita y acogedora nube, no pude parar a mirar el paisaje. Hacia sol y una suave brisa levantaba el dulce aroma de las flores. Un poco a lo lejos se divisaba un pueblecito y detrás otro mas pequeño. Baje hasta la cima de una colina donde había un melocotonero en flor. El aire desprendía los rosados pétalos. Era difícil de imaginar que un melocotonero fuera tan grande como lo era aquel. Se podía subir por sus ramas sin miedo a que estas se troncharan; y así hice escale hasta el centro de la copa y me tumbe sobre la rama mas grande que encontré. No había mucha diferencia entre mi nube y el melocotonero.
Después de estar en armonía con la naturaleza, extendí la mano para hacer que el aire se calmara. Pocos ángeles tenían poderes y me encantaba que yo los tuviera, aunque estaba practicando.
Mientras miraba las nubes pasar y escuchaba a los pájaros cantar, oí que una voz se acercaba a lo lejos, cantando una suave canción.
La voz procedía de una joven humana, y aun así era angelical. La joven seria de mi edad mas o menos. Vestía con un con una camisa blanca y un pantalón corto marrón. El brillante cabello la caía sobre los hombros y sus castaños ojos hacían de ella, una criatura realmente hermosa.
En ese momento me di cuenta de que no se había fijado en que yo estaba allí, admirándola, ni de que no podía verme o se asustaría. ¿Que pensaría al verme ahí subido? El encontrarse a un joven con unos pantalones negros, descalzo y sin camiseta, subido a un melocotonero no seria muy corriente en su día a día; y menos si ese chaval tiene unas rubias alas doradas con las puntas azules.
Retrocedí para encontrar un hueco lo suficientemente grande como para escapar, pero no lo encontraba. Las ramas del melocotonero ascendían como una jaula impidiéndome escapar sin hacer ruido. Ahora solo tenia tres opciones: quedarme callado y quieto hasta que se fuera o hasta que me descubriera; salir por donde entre y huir sin decirla nada o escapar por la parte de arriba. Esta ultima forma de escapar haría ruido y podría verme igual.

Un Angel EnamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora