El rinconcito de los sueños

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Y al volver al lugar donde comenzó todo, me inundan los recuerdos

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Y al volver al lugar donde comenzó todo, me inundan los recuerdos. Ahora, frente al rinconcito donde nuestras pequeñas e inocentes cabezas formaban aquellos preciosos sueños, me doy cuenta de que aún habiéndolos cumplido la felicidad no está de nuestro lado. ¿Por qué esos sueños infantiles tuvieron que separarnos para siempre?

Si pudiera retroceder en el tiempo, a ese segundo dónde tú y yo nos conocimos...


***


–Hayden, vete mirando los alrededores. Seguro que te gustará familiarizarte antes con el barrio ¿no?

–Sí, eso haré.

El chico se alejó de su madre. Comenzó a andar por la acera pasando de baldosa en baldosa y, de vez en cuando, dando algún que otro brinco. Ella lo veía sonriendo, antes de seguir hablando con la mujer que tenía en frente.

Tenían intenciones de mudarse a ese barrio y su agente inmobiliario le aconsejó hablar con la dueña de aquella casa, justo la que su hijo bordeaba investigando. Era otoño y las hojas de los árboles le servían de entretenimiento, al coger un puñado, Hayden las tiró por encima de su cabeza, ni el frío, ni el grito de su madre lo iban a detener, estaba disfrutando con lo que iba a ser un nuevo hogar.

El abandono por parte de su padre les afectó tanto a él como a su progenitora y a pesar de los malos ratos que tuvieron que pasar, juntos salieron adelante. Su madre era su heroína, su todo y a sus doce años ya sabía lo que era madurar forzosamente gracias a la situación, así que esos momentos aprovechaba para ser eso: un simple niño. Radiaba felicidad por los cuatro costados viendo la zona. Realmente era un barrio tranquilo y sobretodo bonito.

Ignoró el sollozo la primera vez, a la segunda le fue imposible. Se dirigió hacia la calle colindante, de dónde venía aquel pequeño lamento. A la mitad quedó prendado de la escena: la luz del sol le daba a aquella escalera un aspecto deslumbrante, casi mágico. Las ramas de un árbol, que caían justo en frente de esos escalones, estaban llenas de flores de un tono anaranjado y la barandilla color cobre destellaba poderosamente entre ellas. Cierto era que todo aquello era tan bonito que parecía ser un sueño.

Pero lo que llamó su atención fue aquella pequeña figura que contrastaba totalmente con todo lo demás, aquella chica que lloraba en el cuarto escalón y vestía un vestido oscuro, si no se equivocaba, uno totalmente negro. Tenía abrazadas las piernas con sus brazos y la cabeza escondida entre estos. Su pelo extendido por los lados le tapaban completamente el rostro.

–Hola.

No pudo decir nada más. No la conocía, no sabía cómo actuar para que esa muchacha no huyera de él. Tuvo el impulso de acercarse, no obstante, la visión entre los barrotes de la barandilla les daba esa seguridad inicial a ambos.

Tragó saliva cuando ella alzó su rostro hacia él. Como esperaba estaba confundida y aterrada, pero ni las escandalosas lágrimas que abundaban en sus mejillas podían ocultar lo bella que era. El niño quedó prendado y mostró su más sincera sonrisa. Enmarcaría ese recuerdo como se enmarcaba un cuadro para que perdurara por siempre.

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