Aquella mañana había comenzado tranquila. Oliver Smith, el mocoso que había estado trabajando para el desde el verano pasado, había llegado tarde otra vez ese día. Si no fuera porque el chico le había pedido casi de rodillas que le permitiera quedarse allí trabajando, hacía tiempo que lo habría botado a patadas de su cantina. Luego de haberle recordado que una falta más y terminaba sin trabajo, lo dejo comenzar con sus quehaceres y él volvió a lo suyo.
Descifrar un antiguo libro en un idioma desconocido. Un trabajo inútil, muchos decían. Pero para él era un trabajo que debía terminar a toda costa. Aquel libro había sido dejado en su cuidado quince años atrás, cuando aún era un adolescente, por su difunto padre. Y él se negaba a dejarle el trabajo de traducir aquel misterioso libro a otra persona. Solo confiaba en él para hacer eso. Además de que su padre le había pedido protegerlo con su vida hasta el momento adecuado.
Acomodo sus viejos lentes en el puente de su nariz y frunció el ceño en concentración pasando su dedo índice, delgado y algo arrugado, por las negras y algo desgastadas, letras del primer párrafo de la página número noventa. Casi veinte años de tener ese libro y había conseguido traducir solo noventa páginas a lo largo. Era un idioma complicado y además bastante antiguo. Muy pocas personas le habían dicho que conocían ese extraño idioma. De las tantas personas con las que había hablado a lo largo de su vida, podía contar con los dedos de la mano derecha las personas que habían respondido a su pregunta de si conocían ese idioma o no.
Aún se preguntaba porque su padre le había pedido proteger y traducir ese libro. Lo único que sabía acerca de la razón por la cuál debía protegerlo era por lo que le habían dicho. Algún día alguien iría en busca de aquel libro. Pero tenía que protegerlo si el que venía a buscarlo no era el verdadero dueño.
Aún recordaba cuando le había preguntado a su padre cómo sabría si la persona que venía era la adecuada o no. Y su padre solo le había sonreído y dicho que lo sabría cuando la persona llegara. Eso lo había hastiado al principio pero luego decidió confiar en su padre.
Aunque a la larga nadie había lucido interesado en aquel viejo y desgastado ejemplar de cuero negro. Ni había sido alguien hostil. Ni había sido alguien con buenas intenciones.
Llevaba años con él en su posesión y simplemente nadie había venido aclamando ser su dueño. Hubo un tiempo que hasta pensó que su padre se había equivocado y que nadie vendría buscándolo. Pero deshecho ese pensamiento pronto recordando que su padre no era de los hombres que tomaba desiciones o pedía cosas por ninguna razón.
El hombre había muerto protegiendo el libro, por dios! No podía haberlo hecho por ninguna razón. Era eso lo que lo mantenía decidido a continuar con la protección y traducción del libro. Hasta que su legítimo dueño viniera buscándolo el seguiría protegiéndolo. No haría en vano el sacrificio de su padre.
Aunque no era tan difícil para el querer traducir aquel tomo. Era misterioso sin duda alguna. Lo que había traducido hasta el momento lo había dejado queriendo saber más. Aún cuando no comprendía del todo la magnitud del significado detrás de las letras, que había traducido, no podía evitar sentirse tentado a querer saber más.
Era como una mezcla de párrafos poéticos y metafóricos unidos en un arco de acertijos que no conseguía comprender del todo. Y si así había sido por ahora en noventa simples páginas no se imaginaba lo que sería en el resto de las páginas, que eran más de mil en total.
Realmente estaba deseando continuar con la traducción para luego sumergirse en la lectura. Una ola de emoción lo inundaba ante la idea de sentarse en algún lugar leyendo el contenido de aquel libro. Pero eso tomaría tiempo. Ya llevaba veinte años intentando traducirlo. No sabía cuánto más tiempo le tomaría.
Pero no le importaba con tal de poder leer el libro por completo al final.-Señor, Oldward. Señor Oldward!!-Sorprendido salió de sus pensamientos y miro al que lo había interrumpido tan de repente. En frente de él estaba un hombre joven, quizás de no más de veinte o treinta años, con ligera barba y cabello oscuro algo ondulado. Cerrando el libro con una mano se quitó los lentes con la otra. Escucho alguien tropezando y el sonido de cosas cayendo después de eso. Supo de inmediato que había sido Oliver en la parte de atrás tropezándose con los cajones en la puerta trasera. Resistió las ganas de rodar los ojos.
Frunciendo levemente el ceño ojeo a al hombre frente a él y a los otros que lo acompañaban y descubrió el símbolo del escudo real en sus ropas oscuras. La guardia del Rey. Forzando una sonrisa amable a en su rostro rodeó la barra de la cantina detrás de la que estaba y se acercó a los soldados.
-Caballeros! Disculpen mi tardanza. Mi lectura del día. -Señaló hacia el libro en la barra intentando explicar su punto de forma más clara. El soldado solo lo miro fijamente importándole poco lo que decía antes de abrir la boca para hablar.
-Estoy seguro de que sabe de la búsqueda del Príncipe Heredero, que el Rey III emprendió hace algunos años. -Vladimir asintió con las manos entrelazadas contra su cintura esperando que el soldado continuará.
-Hemos tenido un informe no hace mucho de que en su cantina, Señor Oldward, se ha visto a un joven trabajando aquí, que parece coincidir con la descripción del Príncipe Heredero. -
-Mmm. Pues que curioso. Yo no creo recordar a nadie parecido al Príncipe en mi cantina. Pero si quiere puede revisar el lugar. Seguramente cualquier cosa que diga que el Príncipe estuvo aquí será encontrado. -Aun cuando su voz sonaba amable y sincera el soldado que le había hablado no pudo evitar pensar que se estaba burlando de el. Haciéndole un ademán a sus compañeros para que comenzaran su búsqueda en el edificio, le mando una mirada ligeramente amenazante a Vladimir antes de unirse a la búsqueda.
Haciendo una ligera mueca desinteresada, Vladimir se encogió de hombros luego de seguir al soldado con la mirada. Estando seguro de que ninguno de los soldados estuvieran pendientes de él se escurrió del lugar saliendo por la puerta principal. Sin acordarse de que dejaba el libro fuera de su campo de visión. Detrás de él. En la barra de la cantina. Expuesto para que los que estaban buscando, en ese momento en su cantina, lo vieran. Lo tomaran y lo examinarán. Una equivocación que realmente no debía cometer nunca más. Y de la cual, sin duda alguna, se arrepentiría.