SSinsajo
Contra todo pronóstico, Katniss Everdeen ha sobrevivido a los Juegos del
Hambre dos veces. Pero ahora que ha salido de la ensangrentada arena con
vida, todavía no está a salvo. El Capitolio está furioso. El Capitolio quiere
venganza. ¿Quién creen que debería pagar por las molestias? Katniss. Y lo que
es peor, el Presidente Snow ha dejado claro que nadie más está a salvo tampoco.
Ni la familia de Katniss, ni sus amigos, ni la gente del Distrito 12. Poderosa e
inquietante, la emocionante última entrega de la innovadora trilogía de Los
Juegos del Hambre promete ser uno de los libros más discutidos de todo el año.
Mockingjay Los Juegos del Hambre Suzanne Collins
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PARTE I
“LAS‖CENIZAS”
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Traducido por Vanille
Corregido por Mona
ajo la mirada hacia mis zapatos, observando mientras una fina capa de
cenizas se asienta sobre el gastado cuero. Aquí es donde estaba la cama
que compartía con mi hermana, Prim. Allí estaba la mesa de la cocina.
Los ladrillos de la chimenea que colapsaron en una carbonizada pila, proveen
un punto de referencia para el resto de la casa. ¿De qué otra manera podría
orientarme en este mar gris?
No queda casi nada del Distrito 12. Hace un mes, las bombas del Capitolio
arrasaron con las pobres casas de los mineros en la Veta, las tiendas de la
ciudad, incluso con el Edificio de Justicia. La única zona que escapó de la
incineración fue la Aldea de los Vencedores. No sé exactamente por qué. Quizá
para que quien se vea obligado a venir aquí por asuntos del Capitolio, tenga un
lugar decente para quedarse. Los raros reporteros. Un comité evaluando la
condición de las minas de carbón. Una cuadrilla de Agentes de la Paz buscando
refugiados que hayan vuelto.
Pero nadie ha vuelto, excepto yo. Y es sólo para una breve visita. Las
autoridades del Distrito 13 estaban en contra de mi regreso. Lo veían como un
riesgo costoso y sin sentido, dado que al menos una docena de aerodeslizadores
invisibles están haciendo círculos arriba para mi protección, y no hay
inteligencia alguna por ganar. Sin embargo, tenía que verlo. Tanto, que lo
convertí en una condición para cooperar con cualquiera de sus planes.
Finalmente, Plutarch Heavensbeen, el líder organizador de los juegos, que
había organizado a los rebeldes en contra del Capitolio, alzó sus manos.
—Déjenla ir. Más vale desperdiciar un día que otro mes. Quizá un breve
recorrido por el 12 es justo lo que ella necesita para convencerse de que estamos
del mismo lado.
B
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El mismo lado. Un dolor apuñala mi sien izquierda y presiono mi mano contra
ella. Justo en el lugar donde Johanna Mason me golpeó con el rollo de cable. Los
recuerdos giran en espiral mientras trato de separar lo que es cierto y lo que es
falso. ¿Qué serie de eventos me guiaron a estar de pie sobre las ruinas de mi
ciudad? Esto es difícil porque los efectos de la concusión que ella me provocó
no se han apaciguado y mis pensamientos aún tienen una tendencia a
mezclarse. Además, las drogas que usan para controlar mi dolor y mi humor,
algunas veces me hacen ver cosas. Supongo. Aún no estoy totalmente
convencida de que estaba alucinando la noche en que el piso de mi habitación
de hospital se transformó en una alfombra de serpientes retorciéndose.
Uso una técnica que uno de los doctores sugirió. Comienzo con las cosas más
simples que sé que son ciertas y trabajo hacia las más complicadas. La lista
comienza a rodar‖en‖mi‖cabeza…
Mi nombre es Katniss Everdeen. Tengo diecisiete años. Mi hogar es el distrito 12.
Estuve en los juegos de Hambre. Escapé. El Capitolio me odia. Peeta fue tomado
prisionero. Se cree que está muerto. Muy posiblemente esté muerto. Probablemente es
mejor‖si‖lo‖está…
—Katniss. ¿Debería bajar? —La voz de mi mejor amigo Gale me alcanza a
través del auricular que los rebeldes insistieron en que usara. Él está arriba en
un aerodeslizador, observándome cuidadosamente, listo para abalanzarse si
algo va mal. Me doy cuenta que estoy agachada ahora, con los codos sobre mis
muslos, y mi cabeza apoyada entre mis manos. Debo verme como al borde de
alguna clase de colapso. Esto no sucederá. No cuando finalmente me están
liberando de la medicación.
Me enderezo y rechazo su ofrecimiento.
—No, estoy bien. —Para reforzar esto, comienzo a alejarme de mi vieja casa y
voy hacia el pueblo. Gale pidió ser dejado en el Distrito 12 conmigo, pero no
forzó la cuestión cuando rechacé su compañía. Él entiende que no quiero a
nadie conmigo hoy. Ni siquiera a él. Algunos paseos tienes que hacerlos solo.
El verano está siendo abrazadoramente caliente y seco como un hueso. No ha
habido casi nada de lluvia que perturbe las pilas de cenizas dejadas atrás por el
ataque. Se mueven aquí y allá, en reacción a mis pasos. Sin brisa que las
disperse. Mantengo mis ojos en lo que recuerdo como el camino, porque
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cuando aterricé por primera vez en la Pradera, no fui cuidadosa y choqué justo
con una roca. Sólo que no era una roca, era el cráneo de alguien. Rodó y rodó y
aterrizó boca arriba, y por un largo rato no pude dejar de mirar los dientes,
preguntándome de quién era, pensando en cómo los míos probablemente
lucirían de la misma manera bajo circunstancias similares.
Me ciño al camino por hábito, pero es una mala elección, porque está lleno de
restos de aquellos que trataron de huir. Algunos están completamente
incinerados. Pero otros, probablemente derrotados por el humo, escaparon de
lo peor de las llamas y ahora están tendidos apestando en varios estados de
descomposición, como carroña para los animales carroñeros, y cubiertos de
moscas. Yo te maté, pienso mientras paso una pila, Y a ti. Y a ti.
Porque lo hice. Fue mi flecha, apuntando hacia la grieta en el campo de fuerza
rodeando la arena, lo que trajo esta tormenta de fuego como castigo. Eso envió
al país entero de Panem al caos.
En mi cabeza escucho las palabras del Presidente Snow, pronunciadas la
mañana‖ que‖ yo‖ iba‖ a‖ empezar‖ el‖ Tour‖ de‖ la‖ Victoria.‖ “Katniss Everdeen, la chica
en llamas, tú has proporcionado la chispa que, de quedar desatendida, puede crecer en
un infierno que destruya Panem”.‖ Resulta‖ que‖ él‖ no‖ estaba‖ exagerando‖ o‖
simplemente tratando de asustarme. Él estaba, quizá, genuinamente intentando
enlistar mi contribución. Pero yo ya había puesto algo en movimiento que no
tenía la habilidad de controlar.
Quemando. Aún quemando, pienso de manera entumecida. Las llamas en las
minas de carbón arrojan humo blanco en la distancia. Aunque no queda nadie
para que las cuide. Más del noventa por ciento de la población del distrito está
muerta. Los restantes ochocientos o algo así están refugiados en el Distrito 13, lo
cual, en lo que a mí respecta, es lo mismo que estar sin hogar para siempre.
Sé que no debería pensar eso; sé que debería estar agradecida por la manera en
que hemos sido recibidos. Enfermos, heridos, muriéndonos de hambre, y con
las manos vacías. Aún así, nunca puedo superar el hecho de que el Distrito 13
fue una contribución en la destrucción del 12. Eso no me absuelve de culpa (hay
bastante culpa para circular). Pero sin ellos, yo no habría sido parte de un gran
complot para derrocar al Capitolio ni hubiera tenido los recursos para hacerlo.
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Los ciudadanos del Distrito 12 no han organizado movimientos de resistencia
por su cuenta. Por no decir en algo de esto. Ellos sólo tienen el infortunio de
tenerme. Aunque algunos sobrevivientes piensan que es buena suerte, estar
libres del Distrito 12 al fin. Haber escapado del hambre y la opresión
interminables, de las peligrosas minas, del látigo de nuestro último Agente de la
Paz en jefe, Romulus Thread. Tener una nueva casa siquiera es visto como una
maravilla ya que, hasta hace poco tiempo, ni siquiera sabíamos que el Distrito
13 aún existía.
El crédito por el escape de los sobrevivientes ha caído firmemente sobre los
hombros de Gale, aunque él está reacio a aceptarlo. Tan pronto como el Quarter
Quell había terminado (tan pronto como yo había sido levantada de la arena), la
electricidad en el distrito 12 fue cortada, las televisiones se pusieron negras, y la
Veta se quedó tan silenciosa; la gente podía escuchar los latidos de los demás.
Nadie hizo nada para protestar o celebrar lo que había sucedido en la arena.
Aunque en los siguientes quince minutos, el cielo estuvo lleno con
aerodeslizadores y las bombas estaban lloviendo.
Fue Gale quien pensó en la Pradera, uno de los pocos lugares que no estaba
lleno con viejas casas de madera incrustadas con polvo de cenizas. Él reunió a
los que pudo en su dirección, incluyendo a mi madre y a Prim. Él formó el
equipo que derribó la cerca (que es ahora sólo una inocua valla de cadenas, con
la electricidad apagada) y guió a las personas dentro del bosque. Los llevó al
único lugar en el que pudo pensar, el lago que mi padre me mostró cuando yo
era pequeña. Y fue desde allí donde observaron las distantes llamas devorando
todo lo que conocían en el mundo.
Para el amanecer, los bombarderos se habían ido desde hacía mucho tiempo, las
flamas estaban muriendo, y los rezagados finales estaban acorralados. Mi
madre y Prim habían instalado un área médica para los heridos y estaban
intentando tratarlos con lo que fuera que podían conseguir del bosque. Gale
tenía dos juegos de arco y flechas, un cuchillo de caza, una red de pesca, y más
de ochocientas personas aterrorizadas que alimentar. Con la ayuda de aquellos
que eran físicamente capaces, se las arreglaron por tres días. Y ahí fue cuando el
aerodeslizador inesperadamente llegó para evacuarlos a todos al Distrito 13,
donde había más que suficientes compartimentos blancos y limpios para vivir,
montones de ropa, y tres comidas al día. Los compartimentos tenían la
desventaja de estar bajo tierra, la ropa era idéntica, y la comida era
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relativamente insípida, pero para los refugiados del 12, estas eran
consideraciones menores. Ellos estaban a salvo. Estaban siendo cuidados.
Estaban vivos y siendo ansiosamente recibidos.
Este entusiasmo fue interpretado como bondad. Pero un hombre llamado
Dalton, un refugiado del Distrito 10 que llegó al 13 a pie hace unos cuantos
años, me reveló el verdadero motivo.
—Ellos te necesitan. A mí. Nos necesitan a todos. Hace un tiempo, hubo una
especie de epidemia de varicela que mató a un montón de ellos y dejó infértiles
a un montón más. Nuevo linaje de crianza. Así es como nos ven.
Antes, en el distrito 10, él trabajó en unas haciendas de ganado, manteniendo la
diversidad genética de la manada con la implantación de embriones de vacas
congelados desde hace mucho tiempo. Él es muy prometedor justo en el distrito
13, porque no parece haber casi suficientes niños por ahí. Pero ¿entonces qué?
No estamos siendo encerrados en corrales, estamos siendo entrenados para el
trabajo, los niños están siendo educados. A aquellos mayores de catorce les han
sido otorgados rangos de principiantes en el ejército y están siendo llamados
respetuosamente‖ como‖ “Soldados”.‖ A‖ cada‖ uno‖ de‖ los‖ refugiados‖ le‖ fue‖
otorgada la ciudadanía automática por las autoridades del 13.
Aún así, los odio. Pero, por supuesto, yo odio a casi todos ahora. A mí misma
más que a nadie.
La superficie bajo mis pies se endurece, y bajo la alfombra de cenizas, siento las
piedras del pavimento de la plaza. Alrededor del perímetro está una poco
profunda orilla de basura donde las tiendas estaban. Un montón de
ennegrecidos escombros han reemplazado el Edificio de Justicia. Camino al sitio
aproximado de la pastelería que le pertenecía a la familia de Peeta. No queda
mucho excepto un pedazo derretido del horno. Los padres de Peeta, y sus dos
hermanos mayores, ninguno de ellos logró llegar al Distrito 13. Menos de una
docena de lo que pasó por el próspero escape del fuego del Distrito 12. Peeta no
habría‖tenido‖nada‖por‖lo‖que‖venir‖a‖casa.‖Excepto‖a‖mí…
Me alejo retrocediendo de la pastelería y choco contra algo, pierdo el equilibrio,
y me encuentro a mí misma sentada sobre un trozo de metal calentado por el
sol. Medito lo que podría haber sido, el recordar la reciente renovación de la
plaza hecha por Thread. Los cepos, los postes de azotes, y esto, los restos de las
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horcas. Malo. Esto es malo. Causan un torrente de imágenes que me
atormentan, dormida o despierta. Peeta siendo torturado: ahogado, quemado,
lacerado, electrocutado, lisiado, golpeado, mientras el Capitolio trata de obtener
información sobre la rebelión de la que él no sabe. Cierro mis ojos e intento
alcanzarlo a través de los cientos y cientos de millas, para enviar mis
pensamientos dentro de su mente, para dejarle saber que no está solo. Pero lo
está. No puedo ayudarlo.
Corro. Lejos de la plaza hacia el lugar que el fuego no destruyó. Paso los restos
de la casa del alcalde, donde mi amiga Madge vivía. Ni una sola palabra sobre
ella o su familia. ¿Fueron evacuados al Capitolio por la posición de su padre, o
dejados en las llamas? Las cenizas se ondulan a mí alrededor, y subo el
dobladillo de mi camiseta sobre mi boca. No es de extrañar lo que inhalo, sino
quién, que amenaza con sofocarme.
El pasto ha sido quemado y la nieve gris cae aquí y allá, pero las doce finas
casas de la Aldea de los Vencedores están ilesas. Entro a la casa en la que viví
durante el último año, cierro la puerta de golpe, y me reclino contra ella. El
lugar parece intacto. Limpio. Espeluznantemente tranquilo. ¿Por qué regresé al
12? ¿Cómo puede esta visita ayudarme a responder las preguntas de las que no
puedo escapar?
—¿Qué voy a hacer? —susurro hacia las paredes. Porque realmente no lo sé.
Las personas se mantienen hablando, hablando, hablando, hablando. Plutarch
Heavensbeen. Su calculadora asistente, Fulvia Cardew. Un revoltijo de líderes
de distrito. Oficiales del ejército. Pero no Alma Coin, la presidenta del 13, quien
sólo observa. Ella tiene cincuenta años o algo así, con cabello gris que cae en
una ininterrumpida capa hacia sus hombros. Estoy de alguna manera fascinada
por su cabello, ya que es tan uniforme, sin ningún defecto, mechón, ni siquiera
una grieta. Sus ojos son grises, pero no como los de las personas de la Veta. Los
de ella son muy pálidos, casi como si todo el color hubiera sido succionado de
ellos. El color del aguanieve que deseas que se derrita.
Lo que ellos quieren es que yo propiamente tome el papel que diseñaron para
mí. El símbolo de la revolución. El sinsajo. No es suficiente, lo que he hecho en
el pasado, desafiando al Capitolio en los Juegos, proporcionando un punto de
reunión. Debo ahora convertirme en la líder real, la cara, la voz, la
personificación de la revolución. La persona con la que los distritos, la mayoría
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de los cuales están ahora abiertamente en guerra con el Capitolio, puedan
contar para que abra el sendero hacia la victoria. No tendré que hacerlo sola.
Ellos tienen un equipo entero de personas que me cambien, me vistan, escriban
mis discursos, orquesten mis apariciones, como si eso no sonara horriblemente
familiar, y todo lo que tengo que hacer es interpretar mi parte. Algunas veces,
los escucho y algunas veces simplemente observo la perfecta línea del cabello
de Coin y trato de decidir si es una peluca. Eventualmente, dejo la habitación
porque mi cabeza comienza a doler o es tiempo de comer o porque si no subo
podría empezar a gritar. No me molesto en decir nada. Simplemente me levanto
y salgo.
Ayer en la tarde, mientras la puerta estaba cerrándose detrás de mí, escuché a
Coin‖ decir:‖ “Te‖ dije‖ que‖ deberíamos‖ haber‖ rescatado‖ al‖ chico‖ primero”,‖
refiriéndose a Peeta. No podría estar más de acuerdo. Él habría sido un
excelente vocero.
¿Y a quién sacaron ellos de la arena en su lugar? A mí, quien no cooperará.
Beetee, un viejo inventor del Distrito 3, a quien raramente veo porque fue
puesto en el desarrollo de armas en el mismo minuto en que pudo sentarse
erguido. Literalmente, hicieron rodar su cama hasta un área súper secreta y
ahora él sólo aparece ocasionalmente para las comidas. Él es muy listo y está
muy dispuesto a ayudar a la causa, pero no realmente como material de
alboroto. Entonces está Finnick Odair, el símbolo sexual del distrito de pesca,
quien mantuvo a Peeta vivo en la arena cuando yo no pude. Ellos quieren
transformar a Finnick en un líder rebelde también, pero primero tendrán que
conseguir que permanezca despierto durante más de cinco minutos. Incluso
cuando está consciente, tienes que decirle todo tres veces para llegar a su
cerebro. Los doctores dicen que es por el choque eléctrico que recibió en la
arena, pero yo sé que es mucho más complicado que eso. Sé que Finnick no
puede concentrarse en nada en el distrito 13 porque está tratando con mucha
fuerza de ver lo que le está sucediendo en el Capitolio a Annie, la chica loca de
su distrito que es la única persona en la tierra a quien él ama.
A pesar de las serias reservas, tengo que perdonar a Finnick por su papel en la
conspiración que me trajo aquí. Él, al menos, tiene alguna idea de lo que estoy
atravesando. Y requiere demasiada energía permanecer enojada con alguien
que llora tanto.
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Me muevo a través del primer piso con pies de cazadora, reacia a hacer algún
sonido. Recojo unos pocos recuerdos: una fotografía de mis padres el día de su
boda, un listón azul para el cabello de Prim, el libro familiar de plantas
medicinales y comestibles. El libro cae abierto en una página con flores
amarillas y lo cierro rápidamente porque fue el pincel de Peeta el que las pintó.
¿Qué voy a hacer?
¿Tiene algún sentido hacer algo en absoluto? Mi madre, mi hermana, y la
familia de Gale están finalmente a salvo. Mientras para el resto del Distrito 12,
las personas están muertas, lo cual es irreversible, o protegidas en el 13. Eso
deja a los rebeldes en los distritos. Por supuesto, odio al Capitolio, pero no
tengo confianza alguna en que el hecho de que yo sea el Sinsajo beneficiará a
aquellos que están tratando de echarlo abajo. ¿Cómo puedo ayudar a los
distritos cuando cada vez que hago un movimiento, resulta en sufrimiento y
pérdida de vidas? El anciano al que le dispararon en el Distrito 11 por silbar.
Las medidas represivas en el 12 después de que intervine en los azotes que le
estaban dando a Gale. Mi estilista, Cinna, siendo arrastrado, sangriento e
inconsciente, de la Sala de Lanzamiento antes de los juegos. Las fuentes de
Plutarch creen que fue asesinado durante el interrogatorio. El brillante,
enigmático, y adorable Cinna está muerto por mi culpa. Alejo el pensamiento
porque es demasiado imposiblemente doloroso insistir sin perder mi frágil
agarre de la situación completamente.
¿Qué voy a hacer?
Convertirme‖ en‖ un‖ Sinsajo…‖ ¿podría‖ algo‖ bueno que yo hiciera posiblemente
pesar más que el daño? ¿En quién puedo confiar para responder esa pregunta?
Ciertamente, no esas personas en el 13. Juro, ahora que mi familia y la de Gale
están a salvo, que yo podría huir. Excepto por una pieza sin finalizar del asunto.
Peeta. Si yo estuviera segura que él está muerto, podría sólo desaparecer en el
bosque y nunca mirar atrás. Pero hasta que no lo sepa, estoy atrapada.
Giro sobre mis talones ante el sonido de un siseo. En la puerta de la cocina,
arqueado hacia atrás, con las orejas achatadas, está el gato más feo del mundo.
—Buttercup —digo. Miles de personas están muertas, pero él ha sobrevivido e
incluso se ve bien alimentado. ¿A base de qué? Él puede entrar y salir de la casa
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a través de la ventana que siempre dejamos entreabierta en la despensa. Él debe
haber estado comiendo ratones de campo. Me niego a considerar la alternativa.
Me pongo en cuclillas y extiendo una mano.
—Ven aquí, chico.
No probablemente. Él está enojado por su abandono. Además, no estoy
ofreciendo comida, y mi habilidad de dar sobras siempre ha sido mi principal
cualidad redimible para él. Por un tiempo, cuando solíamos ir a la vieja casa
porque a ninguno de los dos nos gustaba esta nueva, parecíamos estar
uniéndonos un poco. Eso claramente se ha terminado. Él pestañea esos
desagradables ojos amarillos.
—¿Quieres ver a Prim? —pregunto. El nombre de ella atrapa su atención.
Además de su propio nombre, es la única palabra que significa algo para él. Da
un oxidado maullido y se me acerca. Lo levanto, acariciando su pelaje, luego
voy al armario y saco mi mochila y lo meto en ella bruscamente. No hay otra
forma en que pueda llevarlo en el aerodeslizador, y él significa el mundo para
mi hermana. Su cabra, Lady, un animal de verdadero valor,
desafortunadamente no ha hecho aparición.
En mi auricular, escucho la voz de Gale diciéndome que debemos volver. Pero
la mochila me ha recordado una cosa más que quiero. Cuelgo la correa de la
mochila sobre el respaldo de una silla y corro hacia mi habitación. Dentro del
armario, cuelga la chaqueta de caza de mi padre. Antes del Quell, la traje aquí
desde la vieja casa, pensando que su presencia podría ser un consuelo para mi
madre y mi hermana cuando yo estuviera muerta. Gracias a Dios, o sería
cenizas ahora.
El suave cuero se siente tranquilizador y por un momento estoy en calma por
los recuerdos de las horas que pasamos enrollados en ella. Entonces,
inexplicablemente, mis palmas comienzan a sudar. Una extraña sensación se
desliza por mi nuca. Me giro para enfrentar la habitación y la encuentro vacía.
Ordenada. Todo en su lugar. No hay sonido alguno para alarmarme. ¿Entonces
qué?
Mi nariz se arruga. Es el olor. Empalagoso y artificial. Una pizca de blanco se
asoma de un jarrón de flores secas en mi tocador. Me aproximo con cautelosos
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