Bajo la lluvia

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Akaashi entró en el gimnasio, ya cambiado a un chándal negro con rallas blancas. Observó a los del Nekoma practicar los remates. Kenma tenía el rostro perlado de sudor y el pelo se le movía cada vez que elevaba la pelota en el aire. Los jugadores esperaban en una fila su turno. Akaashi miró hacia la fila observando detenidamente a cada rematador para saber cómo debería Kenma levantar la pelota. Con qué fuerza, cuánta rapidez, todo importaba para levantar la pelota y hacer un buen remate. Por supuesto, él ajustaba sus cuentas a sus propias habilidades cuando levantaba para Bokuto o para otro jugador de su equipo. Él no era Kageyama Tobio, el "Rey de la Cancha" tenía un talento innato para hacer de armador.
Vio cómo Kuroo saltaba y golpeaba la pelota. El remate resonó en todo el gimnasio. El moreno celebró el remate haciendo gala de las pocas neuronas que tenía. Aunque en realidad Kuroo era bastante inteligente, había que considerar el factor de que se juntaba con Bokuto.
Kenma le lanzó una mirada de desesperación. El vice capitán del Fukuroudani se compadeció de él y le devolvió una mirada de complicidad.
A todo esto, ¿dónde está Bokuto-san?
-¡AKAASHI!
Una voz familiar se escuchó desde la puerta del gimnasio.
- ¡Enseñemos a esos gatos lo que somos capaces de hacer!
Akaashi suspiró y se puso un peto de deporte azul, se ajustó los cordones de las zapatillas y se preparó para un  partido bastante reñido entre gatos y búhos.

Cuando el partido acabó, Akaashi se fue a los grifos al lado del gimnasio. Habían ganado quedando un punto por encima del Nekoma porque la depresión repentina de Bokuto se había prolongado más de lo normal.
Abrió el grifo y puso las manos en forma de tazón, dejando que el agua sobresaliese. Después, se lavó la cara y se refrescó la nuca, ese verano estaba siendo especialmente caluroso.
Debería llover, si no, habrá sequía.
Sintió cómo una mano golpeó su espalda, causándole que los cardenales que le había hecho ese imbécil de su padre le doliesen. Dejó escapar un gemido y levantó la cabeza, encontrándose con la sonrisa radiante de Bokuto. Desde luego, si ese golpe había sido a buenas, nadie debería hacer enfadar a un jugador de volley.
- ¡Akaashi! ¡Hoy hemos jugado muy bien!- Bokuto dejó escapar una escandalosa carcajada- ¡Les hemos enseñado a esos gatitos lo que somos capaces de hacer!
Bokuto le dirigió una mirada que se podría haber interpretado de varias maneras si no se supiera el contexto.
- Akaashi, lo has hecho muy bien. Estás mejorando mucho en muy poco tiempo. Estoy orgulloso de ti.
Akaashi simuló una tos muy exagerada mientras apartaba la vista para disimular lo rojo que estaba.
Que está  orgulloso  de mí dice.

¿Y si... lo que dice ese hombre es mentira? ¿Y si solo quiere hacerme daño?

Cayó en la cuenta de que también había hecho un comentario bastante maduro.
Bokuto Koutarou haciendo un comentario maduro.
Eso lo recordaría para siempre.
Sin embargo, estaba seguro de que  ese arranque de madurez no le duraría mucho.
- ¡Oi, Akaashi! ¡¿Estás bien?! ¡¿Te he dado demasiado fuerte en la espalda?!
El armador no pudo aguantar más. Empezó a reírse, con una risa pura y clara, quizás angelical. Últimamente lo estaba pasando mal, así que lo mínimo que le hiciese gracia, le alegraría el día.
Sobretodo si lo decía Bokuto.
Cuando se volvió hacia el albino, le pareció ver que estaba rojo, pero el capitán agachó rápidamente la cabeza hacia el grifo, pero debió calcular mal y se dio en la cabeza con él. Akaashi sonrió. Ahí se había acabado el arranque de madurez de su capitán.

Ese día, Akaashi volvió a visitar a su madre en el hospital. Todavía no tenían resultados sobre lo que le pasaba.
La había llevado allí porque desde hace unos días olvidaba las cosas. No cosas como quién era ni si Akaashi era su hijo ni si ese hombre era su marido. Se olvidaba de cosas que había hecho ese mismo día o el horario de su trabajo, algo de lo que nunca se había olvidado. Sin embargo, no le dolía nada físicamente o mentalmente, aunque Akaashi la trataba como si fuese así.
Mejor prevenir que curar.
Le había llevado ropa al hospital y se había llevado la sucia para lavarla. También le había llevado cosas para que se entretuviese como, por ejemplo, libros de Stephen King -que le encantaban- y revistas de anime y manga seinen, sobretodo.
Se desabrochó un poco la camisa del uniforme del instuto; hacía un calor increíble. De repente, notó que el aire empezó a soplar, pero era aire caliente. Una gota le cayó en el hombro, dejando un círculo oscuro en la chaqueta del uniforme gris. Cuando se dio cuenta, diluviaba.
Fue corriendo a refugiarse debajo del techo de un templo cercano, protegiéndose de la lluvia con la bolsa de deporte.
Ya a salvo de la lluvia miró hacia las nubes. No parecía que fuese a parar hasta dentro de un rato y no podía volver a casa así. Se podría constipar o coger gripe. Dejó la bolsa en el suelo y se sentó al estilo japonés.
Se dispuso a abrir la bolsa de deporte para quitarse el uniforme y ponerse el chándal porque si no se lo quitaba, podría coger frío.
Un momento.
Le pareció escuchar algo.
Paró lo que estaba haciendo y escuchó atentamente. Parecía un grito. Pero no un grito de desesperación, no. Era un grito que él conocía.
Cada vez, el grito se escuchaba más cerca y Akaashi se giró hacia la dirección de donde provenía ese grito.
Vio a Bokuto ir corriendo enfrente suya, cruzando la calle. Hacia la mitad de la calle, el capitán se dio cuenta de la presencia del moreno.
-¡Oh! ¡AKAAS...!
Clavó el talón en el suelo para parar en seco, pero escurrió y cayó en un charco, quedando empapado. Akaashi hizo un ruido de exclamación.
-¡Bokuto-san!
Esperó una respuesta. Bokuto se levantó apoyando las manos en el suelo. Murmullando, se levantó y se dirigió lentamente hacia donde estaba Akaashi.
-¡Bokuto-san! ¡Venga rápido o de lo contrario cogerá un resfriado!- se preocupó el moreno.
Cabizbajo, se sentó al lado de Akaashi, con las piernas cruzadas y se quitó la bolsa de deporte. Akaashi no se había dado cuenta de que la llevaba.
Suspiró.
Abrió la cremallera de la suya y cogió tres toallas.
- Bokuto-san, quítate la camisa- ordenó.
Unos segundos después se dio cuenta de lo que había dicho. Esperaba que Bokuto no se diera cuenta de que estaba rojo.
El peinado de Bokuto se había estropeado y ahora tenía el pelo tapándole los ojos. Le miró detrás de toda la maraña de pelo mojado.
- Debo de ser tonto.
Ahí estaba.
Otra vez.
Dos depresiones repentinas de Bokuto en un día.
Nuevo récord.
Akaashi suspiró. Se puso una de sus toallas al cuello y frotó la otra contra el pelo de Bokuto, intentándolo secar.
- Eso ha sido muy estúpido incluso siendo .
A pesar de decir eso, sonrió.
Cogió la tercera toalla.
- Quítate la camisa- repitió.
Bokuto le miró con esos ojos color miel que tanto amaba.

- No tengo cambio- dijo secamente.

- Me da igual, sécate con esta toalla y envuélvete con ella.

Bokuto le sostuvo la mirada durante unos segundos, pero al final cedió.

Se empezó a desabrochar la camisa, dejando ver sus perfectos músculos. Akaashi apartó la mirada, evitando mirar a Bokuto. Cuando decidió que quería mirar, ya estaba hecho una bola en la toalla.

- ¿Y tú?- preguntó, dejando ver sus ojos detrás de la toalla- ¿Tú no te cambias? También podrías resfriarte.

Akaashi le miró. Le conmovió que se preocupara por él, pero solo un poco.

- Estoy perfectamente.- mintió. Tenía frío y le dolía la garganta. Estaba seguro de que si inspiraba muy fuerte por la nariz, le picaría y al estornudar, se le saldría el cerebro.

- Mentiroso.

Hubo una silenciosa guerra de miradas. Akaashi estaba cansado del entrenamiento y de verdad quería llegar a su casa de una vez.

Suspiró.

- Pero no mires.

- ¿Por qué? Nos hemos cambiado muchas veces enfrente del otro.

- Porque no quiero y punto.

Bokuto se giró.

Desde donde el peliblanco estaba, se podía escuchar el susurro de la tela contra la piel.

Mierda.

Pensó el capitán.

Quiero girarme.

Se mordió el labio inferior.

Pero... si miro un poco sin que se dé cuenta, no pasará nada.

- ¿Akaashi?

El moreno se quedó helado.

Tenía la camiseta en las manos. Miró a Bokuto y vio su cara entre asombro, preocupación y terror.

- ¿Y esos...? ¿Y esos... cardenales?¿Y esos cortes?

A Akaashi se le cortó la respiración.

No...

Él no...

Él... era la última persona que quería que me viese así.

Rápidamente, se puso otra vez la camisa, abierta; se colgó la bolsa de deporte y empezó a correr. Las gotas de lluvia le salpicaban la cara. Notó una presión en el pecho y dejó escapar un sollozo.

Eres patético.

Esas palabras resonaron en su cabeza.

Lo sabía.

Sabía que ese imbécil decía la verdad. Por un momento creía que era mentira, que solo quería hacerme daño.

Pero ahora sé que es verdad.

Y Bokuto-san también.


Solo quiero ser felizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora