Habitación 313

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Habitación 313.

Podría ser la de un motel de carretera, la de un lujoso hotel céntrico o quizá la más sucia habitación de algún hostal perdido...

Podría ser verano, invierno, día, noche...

Y podría estar en cualquier lugar...

Pero era esa habitación, ese momento. En esa ciudad.

Tal vez ellos podrían culpar a las circunstancias de haber acabado allí, a un torbellino de casualidades que les habría arrastrado irremediablemente hasta esa habitación, pero los dos sabían que solo las decisiones tomadas por ambos tenían la culpa. ¿Y que mas daba?

Fue ella quien entró en último lugar, cerrando la puerta que la esperaba entreabierta. Recorrió el corto pasillo, mirando de reojo a su izquierda. Allí estaba el baño, con una magnífica ducha que le dio unas cuantas ideas para pasar ese rato. Entró en la parte principal del dormitorio y lo recorrió con la mirada fugazmente: estancia amplia, con un pequeño mueble bar donde estaba la tele, grandes ventanales con las cortinas cerradas, dos mesitas... Pero enseguida fijó la vista en la cama, donde le esperaba él, tumbado de medio lado y completamente vestido. Eso le extrañó; entrecerró los ojos, preguntándole sin hablar.

—Ven. Túmbate —la voz de él surcó el aire en un susurro. Por su sonrisa pícara y su mirada lasciva, ella sabía que algo tenía preparado. Algún juego perverso, alguna maldad. Avanzó hasta la cama y se sentó a los pies, dándole la espalda y tomándose su tiempo mientras se descalzaba. Quería hacerle esperar y sufrir a partes iguales.

Dejó caer ambas botas al suelo y volvió a ponerse en pie. Miró la mesita de noche, donde descansaba una tableta de chocolate abierta y un calentador de porcelana que se usan para ambientar, con una vela encendida debajo.

—Mmmm, ¿chocolate? —preguntó ella con picardía, tumbándose de medio lado y mirándole. Pero el negó, y la colocó boca arriba, rodeando su vientre con su brazo izquierdo.

—El chocolate para después —hizo una pausa, acercándose más a ella—. Bienvenida.

Y alzó el rostro para besar sus labios. Ella siguió el beso rodeando con los suyos el cuello de él para atraerlo más. Ambas lenguas se entrelazaron con deseo y urgencias, ansiosas la una de la otra. La mano izquierda de él descendía como una serpiente por su vientre hasta llegar a sus vaqueros, los cuales desabrochó y bajó su cremallera. Aquella situación comenzaba a arder nada más empezar.

Ella comenzó a jadear, primero lento pero cada vez más intensamente a medida que el deslizaba los dedos entre sus braguitas, llegando a la vulva. Para colmo se entretenía en besar su cuello, en lamerlo muy sutilmente, dejando besos sonoros y cortos. Él movía los dedos en su sexo, notando cada vez más como se empapaba su entrepierna y como se removía inquieta en la cama.

—Shhh, solo déjame hacer.

—Joder, vas a matarme. Creí que ¡ahhh! —Gimió de nuevo, muy excitada—. ¡Creí que jugaríamos primero!

Él sonrió, mordiendo su oreja y aumentando la estimulación en su clítoris. Ella jadeaba cada vez más excitada, pues él sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Si eso era el principio, el juego previo... ¿Qué vendría después? Decidió no pensar, dejar su mente en blanco y que el placer la inundara.

Él seguía besando su cuello y moviendo sus dedos de manera acompasada. A pesar de estar los dos vestidos, de no haberse abrazado ni siquiera, aquella situación les estaba volviendo locos de deseo, les daba aún más ganas de tenerse de las que ya arrastraban desde hace tiempo.

La Reina Negra. Relatos Eróticos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora