Anfetaminas

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Querido:

¿Qué tanto haz sangrado desde la última vez de tu aparición?, supongo que te ha ido tan mal y espero y así sea. Mucha gente me cuestionará sobre la existencia de las letras que puedo llegar a escribirte, pero quiero que sepan la basura que te metes y también, la basura que eres.

No pronunciaré tu nombre, sólo el tipo de cosa que haz introducido a ti, empezando por las Anfetaminas, porque es lo que más fácil que consigues y menos te cuesta sacar, iniciando por el vomito que te causas. Pues metes una persona a tu vida y después la deshechas. Que tan difícil puede ser eso para mí, pues las personas que llegan quiero que se queden y supongo que la mayoría de la gente con razonamiento critico y sentimental, así lo haría. Pero quizá lo más doloroso en ti es que todos se van y te dejan, y ya la costumbre te ha dejado demasiado dolorido, tanto como para que quieras alejarlas así; la costumbre, supongo, la costumbre...

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Tan difícil que es poder bajarse del tren del desequilibrio, perderte por tantas fallas humanas y terminar siendo una. Al menos yo no podría. No soy tan sádica en cuestión de sentimientos, no podría verme sufrir de esa manera. Claro, me había perdido ya varias veces entre conmociones y vacíos, pero ¿quedarme así sin nada?... Sin amor, sin dignidad, sin escrúpulos, sin sueños. Eso era él.
Ese hueco, amor mío (y no lo llamo así porque lo quiera, si no por la lastima que le poseo), ese hueco, ese hueco que es él. Cuanta cruz lleva en la espalda. Pobre alma, pobre de su ser.

Cuando lo conocí la inocencia recorría en mi la edad, la ceguedad también, el amor menos y su significado tampoco, todo era un sí y un no y era fácil deslumbrarse por el porte de hombre que aparentaba. Sin desechar la culpa que me merecía, me invitó a acompañarlo una que otra vez y aceptaba y aceptaba, pues me era muy difícil dejar de hacerlo.

Al momento de que alguien deslumbra tus ojos, es especial los míos, cuesta trabajo hacerse a la idea de que la ilusión es lo que mueve a los 16 recién cumplidos, tenía que justificar mi urgencia por madurar. Y es mejor admitirlo, engañarse a si mismo es uno de los primeros síntomas del baja autoestima, del poco amor que se tiene a ser sincero.

Y es por eso que he llegado a la grata conclusion de que entre todas las cosas que podria meterse, las Anfetaminas son mas facil de catalogar como "no daniñas" ante los ojos de los demás, causando así en él un daño irreversible, no le importó. Seguía consumiendo una sustancia tras otra; como cuando la gente tapa al sol con un dedo y después deja la huella, con el dedo tatemado, esa es la otra parte que las personas no cuentan, la hipocresía me refiero.

El hipócrita mayoritario era ese hombre, causaba gran desolación al verlo, como un millonario abandonado, dejado en un hoyo con tantos vicios y culpas, y éste lo sabía, pero jamás hizo nada. Creía que el alcohol y su bicicleta lo acampanarían a todos lados, dejándolo muerto a la mitad de su vida, pues eso pasaría.
Y ninguna de sus mujeres se atrevió a decírselo, todas le lloraban y lo superaban, todas eran la heroína que se inyectaba pero ninguna lo saciaba; me incluyo en esa triste lista, en las promesas rotas hechas culpa mía, en los pedazos de papel quemados, en los días de campo comprados y repetidos, con varias, siempre con varias.
Pero a diferencia de todas, yo me atrevo a decirle al mundo que es en verdad la droga, y no me refiero a la sustancia adictiva que se inyecta, respira o se fuma. Me refiero con la que te escondes para fingir la fatiga que tienes por vivir, me refiero a lo que él significó para mí. Una sustancia que dañaba, disfrazada de felicidad y olvido por mis pequeños e insignificantes problemas.

Describirlo me llena de enojo, no porque crea que mi mundo se desmorona, pues ninguna mujer es digna de desmoronarse por alguien y perder mi tiempo en sus sobras humanas era algo que me tenía bastante cansada y frustrada, enojada, triste, cambiada.

Era totalmente excesivo, cobarde, mal hombre y mal humano y nunca supe si me amó o no, aunque todo indica a que él sólo puede quererse a sí mismo. Hasta cuando se veía en el espejo era egoísta. Se veía y se veía, tantas veces que tapaba a mi reflejo, se admiraba los tatuajes, la barba, las expansiones, los lentes negros. ¿Y hasta cuando iba a verse el corazón?, me preguntaba.

El hijo de la drogaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora