Ciencias del Comportamiento, la sección del FBI que se ocupa de resolver los casos de homicidio cometidos por asesinos seriales, se encuentra en un sótano del edificio de la academia de dicha fundación. Yo, Amy Williams, estudiante, llego a ella tras una rápida caminata desde dónde se encontraba el campo de tiro. Llevaba manchas en la cazadora del uniforme por haber tenido que arrojarme al suelo durante el tiroteo de un simulacro de arresto.
No hallé a nadie en la oficina de recepción y me ahuequé el cabello al percibirme de mi reflejo en las puertas de vidrio. Las manos me olían a pólvora, pero no tenía tiempo de lavarmelas; la orden de Jack Crawford, el jefe de la sección, había especificado que necesitaba reunirse conmigo ahora mismo.Encontré a Jack Crawford solo en la atiborrada sala de oficinas. Estaba de pie, junto a una mesa que no era la suya, hablando por teléfono, lo cual me permitió observarle con tranquilidad. Era la primera vez que le veía en un año y lo que vi me impresionó.
El aspecto habitual de Crawford era el de un ingeniero de edad madura, bien conservado. Ahora había adelgazado, el cuello de la camisa le quedaba grande y tenía bolsas oscuras bajo los ojos. Quien leyese los periódicos sabía que la sección de Ciencias del Comportamiento estaba recibiendo críticas por todas partes.
Crawford acabó su conversación telefónica. Cogió mi expediente, que sujetaba bajo el brazo, y lo abrió.—Amy Williams, buenos días— dijo.
—Hola.
—No ocurre nada grave. Espero que mi llamada no la haya asustado. —siguió— sus profesores me han dicho que lleva usted el curso muy bien; está entre los primeros de la clase.
—Más o menos, no suelen decir tales informaciones.
—Soy yo el que de vez en cuando les pido que me tengan al corriente.
Conocí a Crawford, agente especial del FBI, cuando éste fue contratado para dar discursos de forma temporal por la Universidad. Ahí fue cuando tome la decisión de ingresar en el FBI.
Cuando se me notificó que había sido aceptada y me matricule en la academia, le escribi una tarjeta, a la cual Crawford no contestó y durante los tres meses de curso que ya llevaba, él me había ignorado por completo.
—Ha salido un trabajo y he pensado en usted —dijo Crawford—. En realidad no se trata de un trabajo sino más bien de un encargo interesante. Quite las cosas de esa silla y siéntese. Dice usted aquí que cuando termine la academia quiere entrar directamente en Ciencias del Comportamiento.
—Sí.
—Veo que ha hecho mucha medicina forense pero carece de experiencia en la aplicación de la ley.
Exigen seis años de práctica, como mínimo.
—Mi padre era policía. Conozco esa vida.
Crawford esbozó una leve sonrisa.
—Lo que sí ha hecho es especializarse en psicología y criminología, y... ¿cuántos veranos trabajando en un sanatorio mental? ¿Dos?
—Dos.
—Su licencia de asesora legal, ¿está al corriente?
—No caduca hasta dentro de dos años. Me la saqué antes de decidirme a ingresar aquí.
—¿Ha oído hablar del P A C V I?
—Sé que es el Programa de Arresto de Criminales Violentos.
Crawford asintió con un leve gesto de cabeza.
—Hemos preparado un cuestionario para todos los asesinos seriales de los tiempos modernos —dijo al mismo tiempo que me entregaba un grueso fajo de folios—. Hay una sección para los investigadores y otra para las víctimas supervivientes, en caso de que las haya. La azul es para que la conteste el asesino, si accede, y la rosa consiste en una serie de preguntas que el entrevistador le hace al homicida, anotando no sólo sus respuestas, sino también sus reacciones. Mucho papeleo, ya lo ve.
Entrar en Ciencias del Comportamiento, por rutinaria que fuese la ocupación que se me asignase, era tentador, pero sabía lo que le suele ocurrir a una mujer si deja que le pongan la etiqueta de secretaria: de secretaria se queda. Debería elegir bien.
—¿Se asusta fácilmente, Amy?
—Todavía no.
—Mire, hemos intentado entrevistar y examinar a los treinta y dos asesinos seriales que tenemos bajo custodia a fin de desarrollar una base de datos que nos permita determinar el perfil psicológico del homicida en los casos no resueltos. Casi todos aceptaron someterse al cuestionario, muchos de ellos, creo yo, impulsados por el deseo de alardear de sus crímenes. Veintisiete se mostraron dispuestos a colaborar. Cuatro, con condenas de muerte pendientes, se negaron. Pero no hemos logrado que colabore el que más nos interesa. Quiero que mañana vaya usted a verle al psiquiátrico.
Experimenté un golpe de alegría en el pecho pero también cierto temor.
—¿Quién es el sujeto?
—El psiquiatra; el doctor Harry Styles —respondió Crawford. A ese nombre, en cualquier reunión, siempre le causa un breve silencio.
Miré a Crawford sin pestañear.
—Harry el caníbal— dijo.
—Sí.
—Sí, pues... Muy bien, de acuerdo. Me alegra mucho la oportunidad, pero quisiera saber por qué se me ha elegido a mí.
—Principalmente porque está usted disponible —respondió Crawford—. No creo que Styles coopere. Ya se ha negado. En este momento no dispongo de nadie libre en la sección para que lleve a cabo la entrevista.
—Sé que están saturados de trabajo. — dije.
—Efectivamente. Es lo de siempre, escasez de personal.
—Me ha dicho que vaya mañana. Hay prisa. ¿Podría tener relación con alguno de los casos que se están investigando?
—No, ojalá pudiera decir lo contrario.
—Si se niega a cooperar, ¿quiere que redacte una evaluación psicológica?
—Tengo evaluaciones del doctor Styles para dar y vender, y ninguna coincide.
—Es totalmente absurdo, ¿sabe? Styles es psiquiatra y escribe para las revistas de psiquiatría —artículos de extraordinaria calidad—, Si se niega a hablar con usted, quiero simplemente un informe y nada más. Qué aspecto tiene, cómo es su celda, a qué se dedica. Tenga mucho cuidado con la prensa. Sienten más interés por Styles que por el rey.
Crawford se inclinó hacia delante hasta quedar a tres palmos de distancia de mi cara.
—Amy, escúcheme con atención. ¿Me está escuchando?
—Sí, señor.
—Tenga mucho cuidado con Harry Styles. El director del hospital, le explicará el procedimiento que debe seguir para estar con él. Siga esas normas al pie de la letra. No se aparte ni un poco de ellas, por ningún motivo. Si Styles decide hablar, tratará de averiguar todo lo posible sobre usted. Le mueve esa curiosidad. Procure que el cerebro de Styles no almacene ninguno de sus datos personales. Ya sabe lo que le hizo al último.
—Me enteré por la prensa.
—Cuando el hombre se le acercó, se abalanzó sobre él y lo aplastó con un cuchillo. No murió de milagro. Gracias a Styles, le ha quedado una cara que parece un dibujo de Picasso. Y en el psiquiátrico despedazó a una enfermera a mordiscos. Haga su trabajo, pero no olvide ni un instante lo que es ese hombre.
—¿Y qué es? ¿Lo sabe usted?
—Sólo sé que es un monstruo. Aparte de eso, nadie puede asegurar nada más. A lo mejor usted lo averigua; no la elegí por casualidad, Williams.
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Caníbal
Fanfic❝ Si él la ve como una persona y no como un objeto, es más difícil que le haga daño. ❞