Me enamoré del príncipe

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El amanecer, fresco y con aroma a primavera indicaba para Zoé un nuevo día. Cepilló sus largos y negros cabellos y los amarró con un listón sucio de color rosa. Fue al mercado y compró lo necesario para la comida del día: doce huevos, una gallina y una bolsa de cacahuates. Llegó a su casa, vio a su mamá y hermanos ya levantados. Les preparó el desayuno con los huevos y se fue a su cuarto, que era dividido del resto de la casa solo con una cortina. Sacó un pequeño pedazo de papel arrugado de debajo de su almohada. Ésta tenía impresa la foto de un hombre, era el príncipe de su pueblo y de su corazón: El príncipe Nicolás.

Ella, ocultaba su amor por él, porque a su mamá no le agradaba el príncipe Nicolás, prefería al panadero del pueblo para su hija. Zoé, siempre admiraba esa imagen con tanta ternura que, a veces le hablaba, o hasta la abrazaba. En eso, su madre le llamó, Zoé ocultó la imagen de nuevo en su lugar, preparó un bolso tejido con estambre verde y regresó a la pequeña cocina.

Era hora de que Zoé se fuera a trabajar. Ésta vez, tendría que irse temprano, por que siempre llegaba tarde. Iba saliendo de su casa y estaba pasando un desfile de la realeza. -¡Oh! Pero que conveniente, esta pachanga me acaba de arruinar mi día - pensó para sus adentros. Trató de pasar por un atajo, pero la gente le bloqueaba el paso. Finalmente, se rindió. Decidió quedarse ahí un rato. Sólo aguantó quince minutos, los cuales le restarían parte de su pobre sueldo.

Concluyó que saldría corriendo, cuando de repente se escucho una voz a lo lejos -¡Cuidado!- clamaba aquella persona lejana. Un puesto de fruta del mercado se había caído y un montón de frutas iban cayendo por toda la calle principal. Como el desfile de la realeza era por aquella avenida, la vida de alguien muy importante estaba en grave peligro. Manzanas, naranjas y peras rodaban hacia los pies de Zoé y a las patas de un enorme caballo blanco, que en su lomo traía al amor de Zoé: el Príncipe Nicolás. Él, luciendo tan elegante como siempre, no se había percatado del incidente y siguió su camino. Zoé, que si se había dado cuenta pensaba -Chale, ¿Qué se supone que tengo que hacer? Lo salvo, no lo salvo... ¡Sí, lo salvo!-

En ese instante se lanzó y se puso enfrente de ese equino blanco y fornido. -¡Oh no! La va a arrollar, cuidado Nicolás- Se escucho una melodiosa voz proveniente de la boca del príncipe José, hermano de Nicolás, que iba un poco atrás, de donde contemplaba toda la escena. -Muévete rápido- Gritó asustado Nicolás a Zoé. -No, ten cuidado tú, Nicolás.- le dijo Zoé, para que el muchacho se diera cuenta de que un montón de fruta estaría a punto de provocarle un accidente. Apenas se frenó y una manzana roja y jugosa pasó por enfrente del caballo real.

Aplausos y gritos se escucharon en honor de Zoé: la heroína.

- ¿Cómo podré agradecerte éste acto tan honorable?- Le comentó Nicolás

- No te preocupes, con ques tes vivo es suficiente.- Sonrió Zoé.

- ¿Sabes?, nunca te había visto, ¿Sí vives aquí?- Preguntó el refinado príncipe.

-Claro, no es mi culpa que no me hayas visto nunca. Oye, pensándolo bien, si me puedes hacer un favor. Ya voy tarde a mi trabajo, ¿Podrías llevarme?- Comentó la joven muy nerviosa pero entusiasmada.

-Claro, ¿Porqué no?- Respondió Nicolás.

Ya en el lomo del caballo, se dirigieron hacia un callejón, al que apodaban "Avenida de la música". Ahí, todas las noches la gente hacía conciertos por diversión. Zoé trabajaba en un pequeño restaurante por las mañanas, y en algunas noches, escapaba de casa para cantar en aquel lugar tan popular.

-Bueno, aquí es. Gracias por el aventón- dijo la muchacha al hermoso príncipe.

-¿Con que trabajas en "Polvo de hada" no?- Cuestionó el príncipe.

Me enamoré del príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora