168 HORAS [Gay/Gore]

LUNES

Menudo asco de noche.
Me había emborrachado en un pub y había seducido a mi profesor de literatura. Acabamos follando en su cutre apartamento, y aquí me encontraba, qué asco.
¿Qué pensarán ahora todos los demás alumnos? No tengo amigos así que me importa una mierda. Espera... ¡Vince no podía enterarse!

Me levanté de la cama corriendo, me duché en su baño, si se le puede llamar así. Me cambié de ropa y cogí la bolsa con cocaína que habiamos comprado el día anterior. Corrí hasta la salida, chocándome con el perro-rata, la mascota del señor Raymond, mi profesor. Le dí una patada contra la mesa y salí por la puerta trasera.

-¡Nos vemos en clase Damián! -gritó el señor Raymond, con problemas para pronunciar debido a su resaca.

Asqueroso viejo pervertido y gordo, menos mal que seguía atado a la cabecera con unas esposas de un sex shop.
Nunca había sentido amor por Vince, él era mi obsesión desde que lo vi cuando era un bebé, y trasladaba en una semana a Suiza, en la otra punta del mundo. La musa de todos mis cuadros y fotografías, los videos espiándole, ¿y ya se acababa?, ¿qué había de malo en Pensylvania?, ¿no me quería?, ¿debería hacerlo mi esclavo? Podría matar a su familia como ya hice con la mía, y así vivir sin que nadie nos separe. Sería precioso, pero todo eso en tan sólo una semana...

Las puertas del metro se abrieron y una mujer salió, apartandome del medio. Le hice caso omiso, me senté cerca de un hombre con traje y me distraje leyendo su periódico, hasta llegar a mi instituto. Eran las 8:15 así que llegaba de sobra. El hombre era guapo, aunque por su sonrisa amarilla y su olor podía verse que no le gustaba la higiene. Si me lo vuelvo a encontrar le cortaré un brazo, por guarro.

-Parada 56: Estación Plaza Miguelángel. -pronunció una voz metálica.

Bajé del metro y me ajuste mi ropa y mi mochila, me aseguré de que el cuchillo seguía en el bolsillo de mi pantalón y comencé a andar hasta llegar a la salida. Paré y me quedé mirando a un rascacielos que había a mi derecha.

-Vale, Damián, relájate y actúa como alguien normal, ya tendrás tiempo para matar. -me dije a mi mismo en voz alta.

Una mujer me escuchó, pero no me importó así que seguí mi camino, atravesando unos jardines hasta llegar a mi instituto.
Todos entraban como una maramounta de hormiguitas, personas insignificantes que hablaban de temas banales y estúpidos. El instituto era horrible, y no era por darles la razón a los que decían que parecía una cárcel, pero lo parecía. Estaba construido con un ladrillo marrón oscuro, y el paso del tiempo había dejado miles de manchas de cacas de paloma. Las ventanas eran diminutas, asfixiantes, y apenas había luz dentro. De repente ví como Brooke se acercaba a mi, como todas las mañanas.

-Buenos días Damiancito, ayer no te vi conectado al Skype, ¿qué estabas haciendo?

Ogh, me ponía nervioso. Su voz era muy aguda, y su hiperactividad repelía.

-Asuntos personales.
-Ay chico, no seas tan borde, anda.
-Brooke, dejame en paz. -dije, soltando su mano de mi hombro.

La adelanté y comencé a subir las escaleras para llegar a mi clase, a mi cárcel. Por suerte mi clase estaba llena de gente inteligente, aunque seguía sintiendome superior. Y ahí estaba Vince, el motivo por el que seguía yendo a clases y el motor de mi vida.

Desde muy pequeños, Vince había tratado de socializar conmigo, al parecer no se daba cuenta de que era un sociópata. Pero cuando maduramos, su cuerpo empezó a interesarme, y acabé por el camino de la locura. Él era la única persona con la cual actuaba como si fuese normal.

-Ey, ¿qué tal llevas el examen de literatura? -me dijo Vince mientras entraba a clase.
-Oh, ayer estuve estudiando muchisimo, ¿y tú?

Si con estudiar me refiero a follar, claro. Vince era tan guapo que dejé de prestarle atención y empecé a contestarle con "si" y "no". Era alto y moreno, tanto de piel como de pelo. Su cuerpo era musculoso debido a que jugaba a baloncesto desde que empezó secundaria. Sus ojos eran verdes y pentrantes, hipnotizantes. ¿Cómo podía existir cosa tan perfecta?