Prólogo.
"A veces hace falta oscuridad para ver mejor las cosas."
El tribunal de las almas, Donato Carrisi.
Kyle Wood.
Una buena fiesta, eso era lo que yo necesitaba, no una adorable salida de hermanos.
—Por todos los cisnes del lago, te dije que tenemos que llegar antes de la media noche, ¿por qué diantres no has puesto tu trasero en el auto?
Hola, Maya. Bienvenidos sean tus ataques.
Nótese el sarcasmo.
—¡Por lo menos debería saber a dónde me llevas! Me prohibiste salir esta noche a divertirme para encerrarme durante horas en esa cosa, tengo derecho.
—Te dije que amarás hacer esto. ¿Llevas tu cámara?
—La tengo. Pero...
—¡Shhh! Vámonos ya, nos queda un largo camino y debemos recoger a Will.
Puse mi mejor cara de fastidio, pero ella la ignoró, como siempre, y me obligó a seguirla.
Cumplir dieciocho es lo más increíble del mundo, significa que eres mayor, eres dueño de tus decisiones y de tus consecuencias. En ese instante quería ser libre, disfrutar mi última noche de diecisiete años y brindar con mis amigos por el inicio de los dieciocho. Tener resaca en mi cumpleaños sería un delirio, pero estaba dispuesto. ¿A dónde me llevas, Maya?
Cuando salimos de Magenta hacia la casa de Will, decidí que no podría sacarle la sopa en esto. Dos semanas de insistencia eran mucha resistencia para ella, así que ahora no tenía opción: tenía que esperar. La miré desde el asiento del copiloto y, sabiendo que lo notaría, me mantuve así, pero me llevé una sorpresa. Ella sostenía el volante con fuerza y sus manos estaban empezando a ponerse pálidas con el agarre. Examiné su rostro, estaba concentrada en mirar al frente, pero no estaba seguro de que ella tuviese la certeza de lo que hacía. Estaba nerviosa, tanto o más que antes de bailar en una presentación.
—May... ¿Qué ocurre?
—¿Eh?
—¿Hay algo que te molesta?
—No, ¿Por qué lo habría?
Sí, algo raro estaba sucediendo. Quizá Will podría sacárselo. Y, hablando de las buenas almas, ya estábamos cerca de su casa. Maya aparcó rápidamente junto a la acera e hizo sonar la bocina. Examiné su rostro, pero no entendí qué la tenía tan tensa. ¿Qué clase de lugar era al que me llevaban?
—¿Adivinan qué? Tengo cámara de visión nocturna. Podremos grabarlo todo.
—¿Necesitaremos visión nocturna? —cuestioné a ambos cuando estuve fuera del auto y los seguí hasta el maletero, donde estaban guardadas las mochilas que Maya había preparado. Will metió su propio equipaje: un bolso con barritas de cereal y ¿por qué tantas botellas con agua? ¿planeaban un viaje a la selva?
—También tengo esto —él nos mostró un par de wokitokis con batería recargable.
—¡Qué buena idea! —Maya parecía estar de verdad alegre por ese detalle.
¿Qué mosca te picó?
—Ustedes —los señalé— ¿Qué planean?
—Iremos al ma...
—¡WILLIAM!
Él murmuró un doloroso ¡Auch! Cuando mi hermana lo pellizcó. Ese par estaba más descoordinado que mi proyecto de ciencias a los ocho años.